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Los Fundamentos de la Equidad, Por: Verónica Meléndez

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Por:Verónica Meléndez

Por:Verónica Meléndez

Se dice que Euclides le dijo a Ptolomeo: “no existe ningún «camino real» para llegar a la geometría”. Así como la Fuente de la Eterna Juventud o El Dorado son fantasías y no existe un «camino real» para llegar a ellas, no existe un camino para evaluar la política social. En ella confluyen una multitud de causas que reclaman la atención de todas las ciudadanas y todos los ciudadanos.

Una gran parte del debate sobre la ciudad de Santa Marta ha estado centrado en la personalidad del Alcalde de la ciudad, mas no en los criterios y las prioridades que tengamos a la hora de escoger o elegir a un alcalde. En “Por qué apoyo a Carlos Caicedo y su continuidad”, publicado recientemente en OPINIÓN CARIBE, describí cómo funciona el marco ético del actual gobierno. De acuerdo con la idea de que no existen caminos reales para evaluar un estado de cosas, se puede concebir un criterio vinculante sobre éste: los fundamentos de la equidad.

Considero, basada en mi experiencia empírica, que las personas, por regla general y basadas en el sentido común, centran su no-análisis en criterios apasionados sobre el deber ser. Muy pocas veces se centran en la Razón. El enfoque de la Equidad es el que, a través de la construcción de un nuevo paradigma basado en los derechos de los seres humanos y en su agencia (inclusión desde uno mismo), nos ha otorgado a la humanidad elementos sobresalientes para la libertad. La libertad nos hace más verídicos. Además, este enfoque posee elementos subyacentes que abarcan categorías conceptuales como los derechos políticos, étnicos, de género, entre otros.

Hacer evaluaciones sobre el gobierno actual no implica tener en cuenta la personalidad del Alcalde, sino sus fundamentos ideológicos, que son los que le permiten a una ciudad avanzar de manera significativa hacia la consecución de un estado de cosas que, más allá de los bienes que obtenga la ciudadanía y servicios que se presten a ésta, se obtenga un desarrollo de la libertad tanto individual como colectiva. Esto tiene implicancias directas sobre el hecho de ver el modelo de Red Equidad, no como la simple prestación de servicios que garantizan unos derechos mínimos de las personas, sino de lo que las personas pueden hacer con esos servicios que valoran de manera manifiesta. Es un modelo contra la enfermedad social más contundente: la pobreza. Por ejemplo, una vacuna, vista en el enfoque utilitarista como la prestación de un servicio, puede prevenir enfermedades mortales a muchas niñas y a muchos niños si se le mira desde un paradigma que prioriza lo humano. La centralidad no se ubica entonces en el servicio como un fin, sino como un medio para la consecución de estados que la gente valora: estar sano, tener una vida longeva, estar nutrido, tener una educación de calidad. Se trata entonces no solo de atender individualmente a los pobres, sino de erradicar la pobreza.

Estas son las dimensiones sobre las que debería evaluarse al gobierno actual. Las barreras para acceder a servicios que debía garantizar el mismo Estado fueron rotas por este gobierno. La visión del funcionario de oficina ha venido diluyéndose con las Ferias de la Equidad, el gobierno en los barrios, las Ferias de la Salud, las charlas con la gente de los barrios más pobres, con los programas de legalización de barrios, la Movilización por la Calidad Educativa, la Alcaldía a la calle, pavimentación de Mi Calle con participación de comités barriales, la Escuela de Gobierno y Liderazgo Social, el Diplomado con enfoque de género para la población víctima del conflicto armado, el Diplomado en Políticas Públicas, entre otros que inciden de manera directa en la erradicación de la pobreza y la pobreza extrema.

Ahora: evaluemos al gobierno actual en comparación con un gobierno cuyo basamento radica en las alianzas perversas: la insidiosa dimensión del poder como proceso caótico dominado por quienes son vistos en la actualidad como “correas de transmisión” de los politiqueros, corruptos y demás seres que metían sus pezuñas en lo público para beneficio personal o familiar, fueron derrumbándose a través de un proceso ciudadano, democrático y, sobre todo, con un alto sentido de la equidad como proceso de cambio hacia una sociedad más justa en términos históricos.

Ver, en especial una de las campañas a la Alcaldía Distrital de Santa Marta, me recuerda el “Gran Hedor” de la Gran Bretaña del Siglo XIX: es tan fuerte el olor de dineros ilícitos, de corrupción, de alianzas perversas, que la ciudad va a tener que cerrar sus puertas. Con esto se ofende el olfato de los samarios. A algunos no les gusta hablar de la parapolítica, sin embargo, el creciente apoyo de estos grupos a algunas campañas tendrá que motivar su inclusión en la agenda política de la actualidad. El aumento de la presión pública activará la búsqueda de nuevos mecanismos para derrotar a estos grupos de extrema derecha por medio de la defensa incansable de la democracia. Es saludable para toda la sociedad que cada uno de los candidatos manifieste a quiénes tiene detrás del telón de fondo.

La equidad es una meta deseable en una sociedad porque, en última instancia, a través de ella se garantizan los derechos fundamentales y las libertades individuales y colectivas que no pueden ser garantizadas por gobiernos allegados al poder a través de alianzas siniestras. Es un factor de perversidad ética votar por demagogos y populistas dispuestos a esquilmar el erario para el beneficio de unos cuantos. Un gobierno equitativo sirve más a los intereses de las ciudadanas y los ciudadanos. La equidad justifica como fin político la continuidad de un gobierno que encarne la democracia sobre la base de su valor intrínseco, instrumental y constructivo.

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