Crónica
¡Adiós a un hincha!
Hoy sólo existe el recuerdo de un buen padre, hermano y vecino ejemplar. Las manos crueles de jóvenes intolerantes, acabaron con la vida de Luís Alberto Domínguez, un hincha menos del Junior de Barranquilla.
Entre sollozos y mirada afligida, Mayarlis Pinto, su esposa, recuerda a Luís Alberto como alguien que trató de darlo todo de su parte, hombre responsable y dedicado a sus hijos, amante del fútbol e hincha incansable del Atlético Junior. Eran múltiples sus ocupaciones: Albañil, vendedor de minutos, vendedor de pescado, y quien un día, tirado en la calle, con el escudo rasgado del equipo de sus amores, le decía adiós a una familia, la cual lo veía como el centro de todo.
«ELLOS SON, ELLOS SON, AHÍ VIENEN»
La madrugada del domingo 24 de abril, como de costumbre, Luís Alberto departía con su familia tras haber visto el partido del Junior, ese día no hubo derrota y tampoco triunfo, el cotejo quedó igualado uno por uno, motivo por el cual se podía celebrar.
Sentados en la terraza de su casa, portando orgullosamente la camiseta de su equipo, se disponían a buscar licor, para continuar con la celebración del empate, resultado que lo tenía contento.
Luís Alberto junto con su hermano y otra persona más, se habían alejado unas cuadras de su casa, cuando escuchan, “ellos son, ellos son, ahí vienen”, gritos de la comunidad persiguiendo a cuatro sujetos, quienes por su vestimenta, se sabía, eran hinchas del Unión Magdalena.
Alarmados por los gritos, Luís Alberto y su hermano se encontraron cara a cara con los perseguidos, quienes sin mediar palabras empezaron a golpearlos. Puñalada tras puñalada acabaron con la vida de Luís Alberto.
Minutos después del ataque, Luís estaba agonizando sobre el suelo. Dos heridas en el rostro, una en la espalda y otra en el tórax, acabaron con su vida.
Hoy, cuando todo lo miden sofisticados sondeos de opinión, nos dimos a la tarea de averiguar cuánto influyen para bien y para mal la causa de estos comportamientos de los ciudadanos en lo que a fútbol se refiere.
OPINIÓN CARIBE lo hizo a través de Adelaida Barliza, psicóloga de la Universidad Sergio Arboleda, quien, sorprendida por estos sucesos en la ciudad, argumenta que dichos comportamientos criminales son el resultado de una fallida formación del ser humano en el hogar ante el manejo de la frustración o rabia por no conseguir lo que desea.
Para la profesional de la salud, estos actos vandálicos, en su mayoría, son ocasionados por personas que durante la infancia vieron y sufrieron actos de agresión y aprendieron que con violencia dan solución a sus problemas. En medio de la efervescencia por el equipo, de los cánticos y las banderas, muchos jóvenes encuentran algo que la sociedad no ha podido darles: una identidad, un lugar. Es por eso que defienden a capa y espada lo que representa su equipo, su nombre, sus colores, sus jugadores, su escudo.
Estos actos vandálicos y de homicidio llevados al extremo, identificados como barras bravas en los deportes, también tiene que ver con la identificación de un grupo, pero lastimosamente, para los que son verdaderos apasionados del fútbol, les cuesta entender cómo los hinchas se matan por una camiseta, pareciendo increíble este tipo de comportamientos, “la persona pierde la identidad para volverse todo un grupo y deja de pensar individualmente para hacerlo de manera colectiva”, expresa Barliza.
HUÉRFANOS DEL FÚTBOL
¿Por qué le pasó esto?, se pregunta su esposa, quien quedó a cargo de tres de los hijos de Luís Alberto.
Una venta de minutos y cuatro lavadoras para alquilar, es el sustento económico que esta viuda puede brindar a sus hijos. De ahí sale el pan de cada día para Yanalid Domínguez Pinto de 12 años; Luisa de 10 y Ledwis Domínguez Pinto de 2.
De su primer matrimonio, Luis Alberto deja también tres hijos, Luis Javier Domínguez Barliza de 22 años; Brayan Eduardo de 21 y Jaklin Paola Domínguez Barliza de 18, “todo por una camiseta, ¡por una camiseta!, porque siempre que él sacaba el televisor a la terraza para ver un partido del Junior, ellos comenzaban a burlarse, a gritar, pero no hacíamos caso a eso. Por el amor a su equipo perdimos a un hombre trabajador que tenía proyectos a futuro con su familia”, indica entre lágrimas Mayarlis con gesto abrumador y desolado.
La pérdida de esta figura paterna marca el desarrollo emocional, económico y afectivo de los seis hijos que deja, porque el proyecto de vida de estos niños cambia drásticamente, ahora queda Mayarlis como responsable de sacarlos adelante, sin fuerza en su mirada y cabizbaja, pero llena de fe y con ganas de seguir con los planes que tenía con su esposo: continuar en los caminos de Dios; él quería que su familia se congregara en la iglesia, porque por encima del fútbol estaba Dios.
LOS ASESINOS
Con su mirada apagada, se lograba ver en Rosa, una de las hermanas más querida por él, la impotencia combinada con el odio apaciguado y la tristeza, un poco más serena. Fue ella quien pudo estar frente a frente a uno de los cuatro autores de este crimen, Camilo Andrés Rojas Blanquiceth, sindicado de ser el culpable de la muerte de Luís Alberto Domínguez, ¿Camilo, si nos conoces, por qué lo hiciste? Fue la pregunta que salió de su boca llena de un inmenso dolor y resignación, a la que Camilo no contestó, solo la miró, como mira un hijo a una madre cuando se arrepiente de un acto, como cuando mira un niño a su padre cuando desobedece y es reprendido, Camilo no supo qué decir, no contestó o, mejor dicho, ¡no tenía nada que decir!
Mientras William Alfredo Arenas López, Aris Adrián Pedrozo Bertel y Juan Carlos Ramírez López están libres, libres para seguir delinquiendo, libres con antecedentes que los califican como un peligro para la sociedad, libres para generar indignación en los familiares del hincha, libres por no existir una prueba razonable de autoría o participación, según lo dicho por el Fiscal, quien tomó la decisión de no imputarles ningún delito.
Asombrados están cada uno de los familiares de Luís Alberto, no creen en la justicia, ahora ellos no quieren callar, quieren llegar hasta el fondo de la situación para que paguen todos los involucrados por la muerte de este ciudadano ejemplar.
“Generalmente, las personas que cometen estos actos, son individuos que han sido víctimas de abusos o han crecido en sociedades que son agresivas. Las familias que enfrentan pérdidas paternas o maternas están sometidas a un estrés agudo y a un intenso estrés postraumático, donde hay mucho dolor, rabia, tristeza. Estas pérdidas afectan la vida emocional, afectiva, social, los proyectos de vida, la parte económica, que los hace vulnerables y a tener sed de venganza”, señala la psicóloga Adelaida Barliza.
Cabe destacar, de acuerdo con investigaciones de la Fiscalía, que continuamente se presentan peleas en todo el país entre las llamadas ‘barras bravas’ de los equipos, siendo Bogotá el epicentro, una ciudad en donde se reúne el mayor número de personas de distintas regiones.
En el país, la Fiscalía indica que en Bosa, Engativá, Ciudad Bolívar, Kennedy y Suba son localidades altamente afectadas por los enfrentamientos entre barras y que el rango de edad, tanto de personas fallecidas como las lesionadas en cada uno de los ataques, oscila entre los 15 y 38 años.
SU PASIÓN POR EL FÚTBOL
Luís Alberto nació el 10 de Julio de 1978, hijo de Delia Rosa Manjarrés (fallecida) y José de Jesús Domínguez, quienes lo formaron en Barranquilla. Desde muy niño sintió gran pasión por este deporte.
Javier Lobato Manjarrés, uno de sus hermanos, quien le enseñó el mundo del balompié, con ojos idos y voz quebrantada por la pérdida de su ser querido, lo describe como una persona alegre, siempre dispuesto a servirle a quien lo necesitara. Lobato también menciona, que desde muy niños jugaban fútbol, esto hizo que a Luís lo pre-seleccionara Carlos “Papi” Peña (jugador del Junior, asistente técnico y luego técnico del mismo) para una selección Atlántico. Pero, como algunos sueños, en vez de cumplirse, se vuelven imposibles, y por tanto, se desiste de ellos, por cosas de la vida, Luís Alberto se retiró. Pero su amor por el fútbol seguía intacto, gritaba los goles a viva voz cuando el Junior de Barranquilla jugaba y anotaba, disfrutaba el espectáculo deportivo ya fuese por televisión o en el mismo Estadio Metropolitano, para ver cómo el equipo de su alma se desempeñaba en la cancha.
Hace cinco años llegó a Santa Marta, porque aquí viven dos hermanos, Rosa y Jesús Domínguez, en los cuales podía encontrar apoyo y brindarles el suyo también. Eran 10 hermanos, ahora con la ausencia de Luís Alberto, son nueve los que conforman su familia: Javier Lobato, Antonio Domínguez, Jesús Domínguez, Juan Lobato, Miguel Lobato, Elizabeth Domínguez, Debi Domínguez, Carlota Lobato y Rosa Domínguez.
“No tenemos palabras para explicar lo que se siente, nuestro hermano era todo el apoyo para nosotros, no tendría palabras para explicarte cómo me siento ahora. Éramos muy apegados, él más que un tío, era un amigo para mis hijos. No sé cómo haremos de aquí en adelante porque él se convirtió en el motor de la familia”, dice Rosa, quien, vestida de negro como muestras de luto, refleja en sus ojos una profunda amargura, pidiendo a Dios mucha fortaleza para sobrellevar esta trágica agonía.
Antonio Domínguez, señala, “siempre fuimos muy unidos, era mi hermano querido, el “pechichón”, una buena persona, un buen amigo, buen trabajador”. Quiere que se haga justicia, ¿por qué no la han impartido?, se pregunta con vehemencia y rabia; si ya había sido aprehendidos ¿por qué los soltaron? Siente dolor y decepción con este sistema judicial colombiano.
REPOSA EN LA TIERRA QUE LO VIO NACER
El lunes 25 de abril regresó a la tierra que lo vio nacer, la misma donde conoció al equipo que siguió hasta su muerte, dentro de un ataúd, se despide de este mundo. Solo deja a su familia clamando justicia, tristeza en sus corazones, un futuro incierto para sus hijos, un apoyo menos para sus hermanos, un hijo menos para su padre, por causa de la intolerancia, la delincuencia o la criminalidad.
Pidiendo seguridad para el barrio Santa Cruz, por parte de la Policía, termina su relato la ahora viuda y madre soltera, pide que la comunidad se una para que hagan de ese sector un lugar más seguro, para que el asesinato de su esposo no quede impune, para que seamos solidarios y no se repitan estas situaciones por el amor a un onceno, a una camiseta, porque no vale la pena, dice, no es justo que por un equipo le quiten la vida a quien hace parte importante de la familia, la misma que hoy pide justicia y más tolerancia.
Seguramente va cantando, despidiéndose de la forma en que siempre se sentía feliz, entonando las letras de la barra del equipo de sus amores: “Al tiburón yo lo sigo donde juegue, yo lo quiero de verdad. Tomando el metro, la Murillo, la ocho, cuatro, ni mi viejo va a faltar. Lloran comandos, los samarios y los sureños, porque los corrimo´ ayer y dale ooooo…”. ¡Adiós a un hincha!
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