El césped del gigante estadio de fútbol se llenó de luz y color, de música y de samba, de fuegos artificiales, que el público presenció admirado. Pero también hubo espacio para las intervenciones como la del presidente del Comité Olímpico Internacional, Thomas Bach. «Llegamos a Brasil como invitados, ahora nos vamos como sus amigos», dijo a modo de despedida, destacando también que Río 2016 «han sido los juegos de la diversidad de los valores olímpicos».
Al igual que otros años, también en esta ocasión se entregaron las últimas medallas a los corredores de la maratón masculina, la última prueba de los Juegos. La fiesta fue, también, un homenaje a los deportistas olímpicos, a los voluntarios y a Brasil, que logrado no sin dificultades y algún que otro quebradero de cabeza, organizar los primeros JJOO de Sudamérica. Y todo eso en medio de una aguda crisis política.
La llama olímpica se apagó al término de la ceremonia y no volverá a encenderse hasta dentro de cuatro años, cuando Tokio de la bienvenida a los próximos Juegos Olímpicos. «Nos vemos en Tokio», fue el mensaje que dejó desplegada la delegación japonesa en una enorme pancarta para presentar Tokio2020. La guinda la puso el primer ministro japonés, Abe Shinzo, quien apareció en el césped vestido de Súper Mario, saludando con la gorra roja del personaje del videojuego.
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