La sede demócrata comenzó pronto a ser un desfile de caras largas. Una mezcla de incredulidad y desesperación se apoderó de sus electores cuando, ya en los primeros escrutinios, Hillary Clinton perdía importantes bastiones del país. La zona central del mapa cayó del lado republicano, aunque eso no fuera ninguna sorpresa. Ohio, Florida y Michigan sí. La Costa Oeste no fue suficiente para que su último coletazo le diera la presidencia.
Clinton pierde las elecciones cerrando una campaña electoral agria y polémica, marcada por dos nombres propios: WikiLeaks y FBI. El primero filtró información sobre los correos electrónicos que enviaba mientras ocupaba el cargo de secretaria de Estado, revelando que utilizaba un servidor privado. Fue entonces cuando los federales entraron en escena e iniciaron una investigación que terminó de socavar la confianza de los ciudadanos en ella. De nada sirvió que se confirmara la inexistencia de delitos en sus acciones. Los pronósticos a su favor retrocedieron tímidamente para luego derrumbarse con estrépito en la noche decisiva.
La derrota de Clinton abre un panorama de incertidumbre en el horizonte del país, con los mercados financieros de todo el mundo agitándose con nerviosismo. Hillary ya no será la primera presidenta de Estados Unidos. “Este equipo tiene que estar muy orgulloso. Pase lo que pase esta noche, gracias por todo”, decía en las redes sociales poco después de los recuentos iniciales. Con cierta ironía parecía el epitafio de una más que probable muerte anunciada: la de su carrera política.
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