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Análisis

“La religión puede hacer muros o puentes”

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Injerencia en las decisiones políticas

A pesar de que se dice que el gobierno es un estado laico y que las iglesias no influyen en las decisiones del mismo como lo hacían siglos atrás, estas siguen cuestionándolo y de cierta manera se hacen escuchar a través de las escuelas, las universidades, los partidos políticos, canales de televisión y redes sociales. OPINIÓN CARIBE, en entrevista con la socióloga Sandra Ríos, autora del libro ‘Religión, memoria social y conflicto. La masacre de Bojayá en Colombia’, hace un análisis sobre qué tanta injerencia tiene la religión sobre las decisiones políticas.

Ya no hay ‘enemigos’ por lo mismo que tampoco hay ‘amigos’ ni nada ‘sagrado’ que preservar o que proteger. «Todas las formas de asociación se disuelven o entran en convulsiones, todos los valores espirituales y materiales languidecen» y «ya no se puede hablar de adversarios en el sentido exacto de la palabra, sólo de ‘cosas’ apenas enunciables que entrechocan con una testarudez estúpida, como objetos despegados de sus amarras sobre el puente de un navío batido por la tempestad». «Si, como en la tragedia griega, el equilibrio es la violencia, es preciso que la no-violencia relativa asegurada por la justicia humana se defina como un desequilibrio, como una diferencia entre el ‘bien’ y el ‘mal’ paralela a la diferencia sacrificial de lo puro y lo impuro. Por consiguiente, que la idea de la justicia como balanza siempre debe ser equilibrada, imparcial, jamás turbada. La justicia humana se arraiga en el orden diferencial y sucumbe con él», señala el filósofo español Carlos Fernández Liria.

Así que lo ritual va unido a la disolución de las diferencias, pero no entiende la amenaza que esto conlleva, porque allí donde falta la diferencia, amenaza la violencia; la crisis sacrificial, lo que está en juego es la posibilidad misma de las sociedades humanas.

Pues bien, se supone que el momento histórico de la sociedad postmoderna es la disolución de las diferencias, pero también es sinónimo de crisis cultural, aunque esta postmodernidad consigue recuperar uno niveles de equilibrio, precarios y unos niveles de indiferenciación relativa que van acompañados de unas rivalidades cada vez más intensas, pero nunca suficientes para destruir este mismo mundo.

En el mundo occidental y postmoderno nunca se produce nada parecido; la desaparición de las diferencias prosigue, de manera gradual y continuada, para llegar a ser más o menos absorbido y asimilado por una comunidad que se extiende poco a poco a todo el planeta». En este sentido, la sociedad moderna es una sociedad que casi no alcanza a serlo: una sociedad insólitamente ‘desestructurada’, sumida en un ‘estado de indiferenciación relativa nunca antes conocido’ y poseedora del mínimo cultural imprescindible para poder seguir existiendo como tal.

Pero esta sociedad es la única que es capaz de producir el capitalismo; y, lo que es peor, la única que, a la larga, es capaz de soportar; la resistencia a la homogenización y a la indiferenciación postmodernas; Los ‘arcaísmos postmodernos’ o la respuesta desesperada a la globalización; con independencia de cuál sea su verdadera intención, se cree, según René Girard, historiador, crítico literario y sociólogo francés, arroja algo de luz sobre algunos de los más penosos acontecimientos que se han producido con frecuencia creciente durante los últimos años. Pone en relación la ‘disolución’ o ‘eliminación de las diferencias’ culturales propia de la sociedad postmoderna con el desencadenamiento de comportamientos violentos destinados a restaurar el ‘orden cultural’ disuelto. La conexión entre esos dos órdenes de acontecimientos es una de las principales claves para comprender la mayor parte de los violentos conflictos étnicos, nacionales o religiosos que proliferan en estos días.

Además, Régis Debray, filósofo y escritor francés, afirma, que es «como si existiera una especie de termostato o regulador antropológico que viniese a corregir por el integrismo las heridas de la integridad cultural de los grupos humanos» infligidas por la globalización de la economía capitalista como si cada desequilibrio cultural suscitado por esta última pusiese en marcha procedimientos cada más desesperados y violentos de reequilibrio étnico, religioso o nacional; como si cada ‘dispositivo de desarraigo’ y apertura, liberase un ‘mecanismo de contraarraigo’ o de cierre. Así, pues, ‘la producción de localismos’ y particularismos de toda índole «no sólo no niega la mundialización, sino que es su producto». De modo casi idéntico, había defendido Lévi-Strauss con anterioridad que «cuanto más homogénea se torna una sociedad, tanto más visibles serán las líneas internas de separación, y lo que se ganó en un nivel se perderá, inmediatamente, en el otro […] La humanidad no podría vivir sin algún tipo de diversidad interna».

Así pues, parece que solo quedan dos odiosas alternativas: el ‘terrorismo’ o la supervivencia en una sociedad que a duras penas alcanza a serlo y en la que son interpelados fuerza de trabajo y mercado. Y si se opta por la segunda alternativa, tal vez la población mundial se refugie y se repliegue en atavismos y tabúes como excusa para ganarse el paraíso.

Las condiciones que se han ido gestando de manera generalizada en Occidente durante los dos últimos siglos, el programa político ilustrado, pese a ser ciertamente irrenunciable, acababa convirtiéndose en una ‘dictadura educativa’ y desemboca inevitablemente en alguna forma de ‘terror’. A sabiendas que, en las citadas condiciones, el comunismo, pese a ser moralmente inexcusable, no podía sobrevivir sin producir, a su vez, gulag y ‘totalitarismo’. Y, sin embargo, no se puede dejar de ser ni comunistas ni ‘ilustrados’, por lo cual hay motivos de sobra para estar profundamente frustrados. Y, mientras tanto, hasta la simple expresión de esta frustración es inmediatamente criminalizada y terroristizada. George Bush lo expresa con la máxima precisión: o estamos con él, esto es, con la ‘civilización’, la ‘libertad’, la ‘democracia’, o estamos con el ‘terrorismo’.

Este panorama en Colombia, ha ganado terreno durante los últimos años con mayor incidencia en el 2016 debido a que el país se ha enfrentado a decisiones que generan divisiones profundas y polarizaciones políticas, de fe y moral.

Políticos religiosos y religiosos políticos han plagado la historia en Colombia. De hecho, la historia del siglo XIX fue protagonizada por el conflicto permanente entre Iglesia y Estado, pues, como mencionó alguna vez Salvador Camacho Roldán, “la unión de los poderes espirituales y temporales constituía el estado natural de las cosas” en nuestro país.

La Constitución de 1991 dio pie a que a partir de ese año se diera una activa participación política por parte de grupos evangélicos, que llegaron a poner a varios de sus pastores en cargos de representación en instituciones como El Congreso de la República o los concejos municipales. Quienes han analizado dicha participación se refieren a la reproducción de los antiguos lazos clientelares que antes utilizaban con frecuencia en ciertas zonas rurales de Colombia, por parte del clero católico para promover el voto hacia ciertos candidatos que decían ofrece garantías a la Iglesia Católica. Entre el protestantismo evangélico se ha promovido la organización de partidos confesionales que basan su éxito en el clientelismo religioso, combinando efectivamente la predicación religiosa con la propaganda política.

FUERZA POLÍTICA O RELIGIOSA

OPINION CARIBE consultó a Sandra Milena Ríos Oyola socióloga de la Universidad Nacional de Colombia, Máster en Estudios de la Religión de la Universidad Internacional de la Florida y PhD en Sociología de la Universidad de Aberdeen autora del libro ‘Religion, Social Memory and Conflict. TheMassacre of Bojayá in Colombia’, quien concedió una entrevista a través de Skype y habló acerca de su trabajo de investigación para escribir el libro, el cual se basó en la comparación entre varios casos de resiliencia a partir de experiencias religiosas postconflicto.

De acuerdo con su exposición y experiencia, la religión se moviliza a través de emociones, pero dicha injerencia debería utilizarse con fines más sensibles y positivos.

“Por un lado, está la iglesia católica; por el otro, las iglesias cristianas. El trabajo de la Iglesia Católica ha sido muy importante en temas de construcción de paz lo que hace una diferencia y es que en el caso de la Iglesia Católica está bastante jerarquizada y ha estado en muchos intentos de participación y diálogo con las distintas guerrillas, aunque también está la iglesia a nivel de base, al nivel local, por ejemplo, el trabajo en el que yo me basé fue la diócesis de Quibdó, porque su respuesta es diferente, porque han vivido con la gente desde hace muchos años; en el caso de las iglesias evangélicas hay un cambio que ocurre desde la Constitución de 1991 que abre la puerta a la participación, a la aceptación y a las iglesias que empiezan a crecer y también empiezan a aparecer los partidos políticos con base en movimientos cristianos”, expresó.

“Con respecto a lo que se discute ahora, el proceso de paz y los derechos de las comunidades Lgtbi, por ejemplo, no es nuevo que las iglesias y que los líderes cristianos quieran participar en eso,lo que es interesante es mirar en qué tipos de coaliciones se encuentran y analizar con cautela si eso le sirve o no a la democracia colombiana”, añadió Ríos.

Manifiesta que se deben analizar las coaliciones entre partidos políticos e iglesias cristianas y cuáles son las órdenes que se quieren dar, porque en el caso de la discusión sobre la paz en Colombia, hay unas iglesias que apoyan el uribismo y tratan de empujar también la agenda de oposición al proceso de paz, pero qué tan profunda es una oposición a estos acuerdos de paz en ese momento o es una respuesta a las condiciones que ya existían antes.

Al cuestionar a la socióloga sobre si se está ejerciendo algún tipo de ‘terrorismo’ de la fe’, Sandra Ríos señaló, que “antes que temor hay mucha desinformación. Con respecto al proceso de paz en Colombia hubo manipulación y desinformación y las iglesias sirvieron como vehículo para esa desinformación”.

“Con la polémica sobre la ideología de género, la religión se utilizó como un vehículo para expresar los distintos choques que existen entre los derechos de la comunidad Lgbti y con lo que se encontraba en el acuerdo de paz con respecto a la protección de los grupos vulnerables, entre ellos, esta población; por un lado, es desinformación y manipulación de la información, no sé hasta qué punto la gente sea castigada, excomulgadao rechazada por votar por la paz, pero si se genera un temor no se ayuda a la gente a dialogar qué es lo que más falta hace para el momento de transición en el que estamos”

En palabras de Ríos, se debe ayudar a pensar, a ponerse en el lugar del otro y tener empatía sobre lo que las víctimas han sufrido también, ya que, en el mapa de la votación, una de las áreas más afectadas por la violencia del conflicto fueron las que apoyaron el fin del conflicto y se tomaron esa píldora amarga con tal de conseguir algo de paz.

Son distintos discursos que tienen una base religiosa, lo que es interesante en términos sociológicos, pero para la democracia y la transición podría ser peligrosa.

“Como colombianos debemos entender que es una realidad el papel de la iglesia; pero desde la sociología, una de las ideas que se habían pensado al principio de la disciplina era que la sociedad seiba a volver secular y que la religión iba a perder espacios en la vida pública, pero ha sucedido todo lo contrario, porque en Colombia, en Europa y Estados Unidos es que el papel de las religiones se ha vuelto más importante en la esfera pública, situación que no se debe desconocer, sino propiciar espacios de discusión y de diálogo”, explicó.

Ríos Oyola resalta un hecho que debe analizarse, que no hay una voz unificada en medio de las iglesias evangélicas, porque existen algunas que han apoyado el proceso de paz, por ejemplo, la Iglesia Menonita que también es protestante; y las nuevas generaciones han cambiado, porque al parecer, no tienen una visión tan sesgada, sino una visión más amplia que permite dialogar.

EL PAPEL DE LAS IGLESIAS

La socióloga Ríos Oyola hace énfasis en que el tema no es que las iglesias o que el Estado se vuelva completamente secular, porque es inevitable, la sociedad se mueve, pero es importante que haya un ejercicio libre de la religión, libre del pensamiento y que ese reconocimiento de los Derechos tanto de la comunidad religiosa como de las mayorías religiosas no ponga en tela de juicio a las otras minorías, debemos aprender a vivir todos juntos y a crear espacios donde los derechos humanos y los principios democráticos sean respetados, eso es algo que desde las iglesias se debe promover, es importante que al lado de lo que se le enseña a los pastores o líderes religiosos de teología se les enseñara también Derechos Humanos.

Sandra Ríos Oyola participó también en la construcción del libro ‘Pentecostalismo en Colombia, liderazgo y participación política’, donde investigó acerca del Análisis Del Discurso De Los Milagros en la iglesia Neo-pentecostal. “Me llama la atención darle crédito y entender que la gente se moviliza alrededor de la fe no sólo en términos racionales, sino emocionales y llegan a tomar esas emociones en serio”

“En el caso de la creencia de los milagros es cómo se utiliza, por ejemplo, un discurso de la ciencia para legitimar que alguien tiene una enfermedad y cómo se transforma ese discurso para decir que esa enfermedad ha sido sanada de una manera milagrosa, lo que hice fue seguir cada una de las frases que utilizan los pastores para explicar cómo ocurren los milagros desde la perspectiva sociológica”, puntualizó.

De acuerdo con las declaraciones dadas por la especialista, “mucho antes de que se hiciera la campaña del plebiscito escribí sobre la importancia de que hubiese una campaña que trabajara las emociones porque no sólo es a nivel racional que la gente se moviliza, a veces la gente vota en contra de sus propios intereses, porque las emociones como la rabia, la indignación y el miedo movilizan a la gente a comportarse de cierta manera y a votar también; seguimos trabajando para entender la transición en sociedades en conflicto, porque en la religión las emociones como el perdón son buenas, pero también la rabia y el rencor, todo eso se moviliza en los discursos religiosos”.

“Si tú ves el fervor con el que la gente asiste a un culto o llora en una iglesia, todo eso conlleva emociones y es una experiencia personal e individual que lo vive la persona religiosa en lo secreto de su corazón, pero es construida socialmente y es canalizada para tener ciertos comportamientos”, puntualizó.

BOJAYÁ

“El caso de Bojayá es muy interesante, porque la diócesis de Quibdó que está conformada por varios sacerdotes y comunidades religiosas como las Agustinas Misioneras y los Claretianos acompañan a las comunidades afrocolombianas e indígenas desde los 70 y los 80 trabajan la teología de la liberación que tiene una opción preferencial por los pobres y deben juzgar y actuar desde la perspectiva de la gente y tratar de mirar cómo desde el Evangelio se acompaña a las comunidades para transformar la realidad que ellos viven”.

“En el caso de ellos, han estado afectados por la violencia del conflicto, sino también por la pobreza crónica y la situación de aislamiento y dejamiento por parte del Gobierno Nacional, pero la religión y sus tradiciones afrocolombianas han sido utilizadas como un medio para atraer a la gente para trabajar en la protección del territorio”, añade.

El poder de la iglesia no se puede negar, pero se puede aprovechar, puede servir para movilizar el perdón, un ejemplo es el caso de Bojayá; el 95 % votó a favor del plebiscito por la paz y es parte de su experiencia, un perdón con dignidad, fue una de las cosas que más me llamó la atención y que también la trato en el libro y es uno de los eslóganes que ellos trabajan: ‘reconstruir la dignidad’

“En Bojayá se utilizan también los cantos y rituales funerarios afrocolombianos, que son también religiosos, como una forma de recordar las muertes de los niños, los funerales que no pudieron hacer por la masacre, pero que se hacen cada año para demostrar que el duelo sigue vivo, para avergonzar a los que cometieron ese crimen, pero también para recordar y superar lo que ocurrió, la religión puede ser un vehículo bonito para sobrellevar y superar lo que ocurrió, pero como toda creación humana puede ser utilizada para otras cosas también”, expresó Sandra Ríos.

FIELES POR VOTOS

William Beltrán, sociólogo y máster en sociología de la Universidad Nacional, doctor en Estudios sobre América Latina de la Universidad París, expone en su artículo: Política, cristianos y diversidad religiosa en Colombia, la fuerza que empieza a tener la religión en la política y la pérdida de poder de la iglesia católica como única religión en Colombia.

Uno de los cambios más notorios de la sociedad colombiana en las últimas décadas ha sido el de su universo religioso: miles de fieles desertan del catolicismo cada año y la iglesia católica pierde influencia en campos como la política, la educación, los medios de comunicación e incluso la familia.

Para los años 60, las minorías religiosas no alcanzaban en su conjunto el 1 % de la población colombiana. Investigaciones recientes -en las cuales ha participado directamente- indican que hoy cerca del 20 por ciento de la población colombiana confiesa una fe diferente de la católica y cerca del 5 por ciento se declaran increyentes (ateos o agnósticos).

Mientras tanto, una porción creciente de la población -que ronda el 4 por ciento- define su actitud frente a la religión con frases como “creo en Dios, pero no en la religión”, “creo en Dios, pero no en la iglesia” o “soy católico, pero a mi manera”.

En general, profesionales y académicos relativizan con mayor facilidad la tradición católica y sienten mayor libertad para combinar el catolicismo con otras creencias.

Aunque la mayoría de los líderes pentecostales solo logra convocar a un pequeño número de seguidores en un local, un garaje o una casa de familia, los más carismáticos hoy están a la cabeza de organizaciones multitudinarias: celebridades como César Castellanos, Jorge Enrique Gómez, Ricardo Rodríguez y María Luisa Piraquive son tanto pastores como exitosos empresarios, que dirigen emporios religiosos multinacionales, con cientos de sedes, además de colegios, editoriales, cadenas radiales y canales de televisión. Estos líderes son, por tanto, personajes mediáticos: tele-evangelistas o tele-predicadores.

Candidatos a todos los cargos de elección popular han hecho proselitismo desde los púlpitos con tal de lograr el voto pentecostal: Samper, Serpa, Uribe y Santos incluyeron en sus campañas presidenciales visitas a algunas de las mega–iglesias pentecostales más multitudinarias, como la Misión Carismática Internacional, el Centro Misionero Bethesda o el Centro Mundial de Avivamiento.

De esta manera, las grandes organizaciones pentecostales se convirtieron en espacios para el clientelismo y la negociación política: algunos de los líderes pentecostales más exitosos adoptaron prácticas propias de los caciques políticos, con la ventaja de que sus feudos electorales funcionan en las grandes ciudades.

Algunas de las organizaciones pentecostales más poderosas decidieron crear sus propios partidos políticos:

Entre 1990 y 2006 funcionó el Partido Nacional Cristiano, que tenía como principal capital político la autoridad religiosa de los esposos César Castellanos y Claudia Rodríguez de Castellanos y la feligresía de la Misión Carismática Internacional, una de las organizaciones pentecostales más poderosas y multitudinarias de Colombia. Por razones de conveniencia electoral, los esposos Castellanos decidieron trasladar su capital político a Cambio Radical y posteriormente al Partido de la U, tras la reforma política de 2003.

El cambio religioso en Colombia sigue el camino de las inercias culturales: las personas que desertan del catolicismo tienden a preferir ofertas religiosas similares.

Entre 1992 y 2006 funcionó también el Partido C4 (Compromiso Cívico y Cristiano por la Comunidad) gracias al carisma del exsenador Jimmy Chamorro y sobre la base electoral de la Cruzada Estudiantil y Profesional de Colombia, organización pentecostal que nació en Colombia y hoy tiene sedes en más de 18 países. Chamorro quiso mantener la independencia de su movimiento político, por lo que se negó a hacer coaliciones con otros partidos: por esta razón, el C4 no sobrevivió a la reforma política de 2003.

En el año 2000 nació el MIRA, sigla que tiene dos acepciones: una política, Movimiento Independiente de Renovación Absoluta, y otra religiosa, Movimiento Imitador de la Rectitud del Altísimo. MIRA tiene como principal capital electoral la membresía de la Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional, organización religiosa multinacional liderada por María Luisa Piraquive, madre de Alexandra Moreno Piraquive, quien junto con Carlos Baena son las principales figuras políticas de este partido. Entre todos los partidos de base pentecostal, MIRA ha demostrado ser el más independiente y el único que tiene hoy alguna proyección política.

Para mantener el equilibrio informativo consultamos al pastor evangélico Jacobis Aldana, autor del blog ‘El Evangelio y Nada Más’ quien expresó acerca del papel de la participación de la iglesia en la política, que “la Constituyente de 1991 fue un periodo en el que la iglesia tuvo actividad muy intensa en los escenarios políticos, hasta el punto que la ley de libertad de cultos (Ley 133) fue precisamente la máxima expresión de los esfuerzos políticos de la iglesia. Creo que no hay nada de malo en ese tipo de participación. La práctica de la política es inherente al ciudadano sin distingo de su orientación religiosa. La participación en procesos democráticos, actividades sociales y manifestación civil es parte del deber ciudadano”.

“La iglesia será influyente toda vez que su expresión esté dentro de los parámetros de la democracia, eso es parte del sistema al que nos sometemos como sociedad. Si pensáramos en el ejemplo de un país de mayoría atea; debemos esperar que su expresión democrática sea en concordancia con su cosmovisión, pero eso no es por causa de una intromisión del ateísmo como ideología, sino el resultado mismo de la participación democrática”, expresó.

“Pienso que el problema está en pensar que por la razón de Colombia ser un estado laico, entonces el sentir de la iglesia debe mantenerse alejado, ese no es el espíritu del laicismo. de hecho, Colombia es declarado estado laico en la Constituyente del 91 porque adoptaba el modelo de la carta internacional de derechos humanos donde se garantizaba la libertad religiosa y de culto, y en ese sentido, el Estado no podía adoptar como oficial algún sistema religioso u orientación en particular, por lo que opta por el laicismo, sin embargo, también es claro que constitucionalmente el Estado no es indiferente al sentir religioso de los colombianos (Artículo 2 ley 133 – 1991)” añadió.

Sin embargo, aclaró, que hay ciertos límites que la iglesia debe considerar, “cuando la iglesia asume un rol desproporcionado usando su influencia para promover partidos, creo que ha perdido su propósito”.

“Cuando un líder, concilio o movimiento, se vale de su alcance para asociar asuntos políticos con el sentimiento religioso, el resultado será la coacción que a fin de cuentas no es más que un proselitismo dañino”.

William Beltrán afirma, además, que la Agenda política pentecostal señala:

  •  Por un lado, que han buscado acceder a los mismos privilegios y derechos de la iglesia católica, para superar la discriminación que vivieron por décadas, en cuanto minoría religiosa. Los mayores avances al respecto fueron su participación en la Constituyente de 1991 con dos representantes y la aprobación de la ley estatutaria de libertad religiosa (ley 133 de 1994), redactada por Viviane Morales, cristiana de profundas convicciones.
  •  Por el otro lado, los pentecostales han utilizado la política para defender la moral y el modelo de familia tradicional: han manifestado su oposición militante a las propuestas de despenalizar el aborto y reconocer los derechos de las parejas homosexuales.

Durante 2009, líderes pentecostales llamaron a los jerarcas católicos a unir fuerzas para convocar un referendo que buscaba tumbar la sentencia de la Corte Constitucional que reconoció sus derechos patrimoniales a las parejas homosexuales. Así, católicos y evangélicos, viejos rivales en el campo religioso, han terminado como aliados políticos en defensa de una agenda moralizante.

 

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