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Edición Especial

Economía y sociedad en Santa Marta en el siglo XIX

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Foto: Joaquin Viloria – Gerente Banco de la República

En medio de conmociones políticas y guerras civiles, Colombia llegó a la segunda mitad del siglo XIX con el afán de articularse al comercio internacional. Los enormes potenciales de negocios y científicos que ofrecen los ríos, selvas y llanos de Colombia atraen a una ola de viajeros, sobre todo europeos. Algunos de ellos escribieron libros y crónicas en los que relatan la vida incipiente de los pueblos colombianos y demás, atentos a aprovechar las posibilidades de negocios en un país vasto y desarticulado, traerán la navegación, el ferrocarril y el telégrafo.

[Leer introducción del especial: “Magdalena, enclave bananero”]

El Magdalena, en la costa norte del país, fue objeto de numerosas miradas. Fue también el escenario en que algunos extranjeros hicieron sus apuestas económicas, bien por su cuenta o asociados con empresarios nativos deseosos de romper el aislamiento y conectar a Santa Marta con el mundo.

Después de la muerte de Simón Bolívar en 1830, Colombia seguía siendo un país con conflictos políticos que degeneraban en guerras civiles. Un país rural sin infraestructura y con pocos productos de interés comercial como el café. Algunos historiadores económicos coinciden en sostener que la historia económica de Colombia, en el último siglo, ha estado asociada con el cultivo del café. Incluso, afirman que, antes del café, el país no era una nación integrada.

El resultado de la siembra sistematizada de este producto permitió la integración económica y territorial del país, la modernización de su infraestructura y la creación de un mercado nacional que produjo el nacimiento de la industria.

“El café logró no sólo un crecimiento sostenido del producto y de las exportaciones, estimulando la creación de un mercado interno a través de la expansión de la demanda agregada, sino, además, permitió la integración económica y territorial del país”, ratifica el historiador económico Joaquín Viloria. (Viloria, 2012, p.12).

Pero mientras Colombia se integraba por medio del cultivo del café, la región de Santa Marta permaneció aislada del país y de la región Caribe.
Santa Marta, cuyo puerto le sirvió durante la Colonia para desarrollar el comercio de importación, agotó sus esfuerzos, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX, en la concepción de empresas que le permitieran recuperar su liderazgo. El café, el tabaco, el ferrocarril y la navegación fueron algunas de las actividades a la que las élites samarias apostaron en víspera de la aparición de la economía bananera, en la última década de un siglo XIX un tanto amargo para la región.

OPINIÓN CARIBE entrevistó y consultó al doctor en historia, Joaquín Viloria, gerente del Área Cultural del Banco de la República en Santa Marta, experto en la historia económica de esta ciudad y del Caribe, ha escrito diversas investigaciones sobre el banano que citaremos en este artículo: Historia empresarial del guineo (2009), Santa Marta: ciudad tayrona, colonial y republicana (2008), Empresarios del Caribe colombiano: historia entre otros.

UNA MIRADA A LA ÉPOCA COLONIAL

 

La historia de Santa Marta empieza mucho antes de 1525, pues, según cuentan los cronistas, en 1501 Rodrigo de Bastidas y Juan de la Cosa recorrieron la costa desde el cabo de la Vela hasta Urabá. En Materiales para la historia de Santa Marta, el historiador Arturo Bermúdez Bermúdez señala que, al arribo oficial de Bastidas en 1525 a las playas samarias, ya en la ciudad había entre 280 y 300 habitantes.

En el libro La economía de Ciénaga antes de la era del banano (2004), del historiador económico Adolfo Meisel Roca, establece que, al llegar los españoles a Ciénaga, encontraron que, los indígenas Tayrona explotaban la sal marina en los playones aledaños y la pesca en donde hoy queda la Hacienda Papare.

“En el siglo VIII se extraía sal de los playones aledaños y se vendía muy bien en los mercados de la Costa Caribe. (…) La sal marítima que recogían los indígenas de Ciénaga se vendía en Mompox, Ocaña, Tamalameque, Tenerife, Simití, Zaragoza, Cáceres, Ayapel y zonas ganaderas en los ríos Cauca y Magdalena hasta Ocaña”. (p.9,10).

La Conquista primero y más tarde la Colonia estuvo marcada por la disputa entre los españoles de Santa Marta y las fieras tribus de la Sierra y las distribuidas en los alrededores de la Ciénaga Grande.
Puebloviejo y Ciénaga, una vez el pueblo fue trasladado a donde hoy se encuentra, (1754), fueron paulatinamente sometidos, y sus indígenas convertidos en tributarios. En Ciénaga, ciertamente, operó una de las encomiendas más importantes de la costa Caribe, a cargo del español Sebastián Manjarrés de Figeroa. (p.9)

La ubicación geográfica de Santa Marta, las avanzadas que desde ella fueron emprendidas contras los indígenas, permitió incorporar tierras y recursos en el territorio que, luego de la Independencia, se irían transformando, poco a poco, en una importante despensa agrícola, escenario, a partir de 1860, de desarrollos de cultivos destinados a la exportación, como el tabaco; que se facilitó cuando el gobierno liberal de José Hilario López liberó los esclavos, rompió con el monopolio del tabaco y de la navegación en la Ciénaga Grande de Santa Marta.

PRIMERAS ÉLITES SAMARIAS

Según el investigador noruego Steinar Saether, autor del libro Identidades e independencia en Santa Marta y Riohacha 1750-1850 (2012), la elite samaria siempre estuvo muy preocupada por confirmar el origen de su nobleza. Saether estudia los archivos matrimoniales de las élites samarias y concluye, entre otras cosas, que los criollos de la ciudad procuraban mantener su ‘blancura’ casándose con emigrantes europeos o entre ellos.

“No existía una nobleza con títulos en las provincias de Santa Marta y Riohacha a finales del periodo colonial. Sin embargo, un grupo limitado de familias se identificaba a sí mismo como nobles, una pretensión basada en un conjunto de criterios similares a los empleados en toda la América española”. (p.55).

Para perpetuar la posición de nobles solo eran permitidos ciertos tipos de matrimonio, por ejemplo, aquellos que fueran entre primos de primero o segundo grado entre familias nobles de Santa Marta o con otras familias nobles de la provincia, virreinato o españoles peninsulares.
Saether investigó en el ‘Libro de los matrimonios de blancos descendientes de españoles’ en la parroquia de la catedral de Santa Marta entre 1772 y 1795, y encontró que de las 68 uniones inscritas solo cuatro se realizaron entre primos y todos ellos involucraban a miembros de la familia Díaz Granados.

“Estas alianzas no solo contribuían a mantener el estrato de los individuos y las familias, sino que reforzaban las pretensiones de la nobleza samaria de una descendencia adinerada y noble. Las uniones conyugales entre las seis familias mencionadas se presentaron con frecuencia en la segunda mitad del siglo XVIII, con lo cual se conformó una red de familias nobles en Santa Marta, en la que todas estaban emparentadas entre sí. Los Díaz Granados y los Núñez Dávila tenían parentesco, principalmente, mediante matrimonios entre los hijos de Pedro Norberto Díaz Granados y Francisco José Núñez Dávila”. (p.56).

El investigador noruego también explica cómo se conforman uniones poderosas a través del matrimonio: “Los Díaz Granados y los Núñez Dávila tenían parentesco mediante tres matrimonios entre los hijos de Pedro Norberto Díaz Granados y Francisco José Núñez Dávila. A su vez, los Guerra y Vega tenían parentesco con los Díaz Granados gracias a arreglos similares. Por su parte, los Fernández de Castro estaban vinculados a esta red gracias a una serie de matrimonios. Asimismo, los Munive y Mozo y los Zúñiga tenían lazos en esta red e nobles, pero menos estrechos”. (p.55).

Otras personalidades nobles de la época eran Pedro Melchor de la Guerra y Vega, Juan Núñez Dávila, Pedro Norberto Díaz Granados, Diego Fernández de Castro y Tomás de la Guerra y Vega. Los Guerra y Vega, los Núñez Dávila, los Díaz Granados y los Fernández de Castro, solían ser las familias más prestigiosas de la ciudad a finales de siglo XVIII.

El primer Díaz Granados en llegar a Colombia fue Gabriel Díaz Granados. Según Steiner: “Lo poco que se sabe del pasado de Gabriel Díaz Granados en Extremadura permite inferir que no pertenecía a una familia pudiente. Sin embargo, llegó a Santa Marta como alférez de infantería”. (p.57).
Gabriel Díaz Granados llegó a hacerse adjudicar enormes cantidades de tierra en lo que más tarde serían Sevilla y Guacamayal. Sus descendientes las mantuvieron bajo su control hasta bien entrado el siglo XIX, fincas importantes debido a la abundancia de agua y la inmejorable calidad de la tierra.

COMERCIO EN EL SIGLO XIX

En sus inicios, este era el Puerto de Santa Marta.

En el siglo XIX serían los De Mier, quienes protagonizarían los cambios más significativos de la ciudad. “Los de Mier (padre e hijo) fueron los más prósperos comerciantes de Santa Marta durante el siglo XIX. La hacienda de San Pedro Alejandrino, propiedad de la familia de Mier entre 1808 y 1890, fue comparada en este último año por el departamento del Magdalena, bajo la administración del gobernador Ramón Goenaga. San Pedro fue una de las haciendas más prósperas de la provincia de Santa Marta, con extensos cultivos de caña de azúcar y con trapiche para la molienda”, apunta Joaquín Viloria. Los de Mier tenían barcos, invirtieron en el puerto, en el ferrocarril y en navegación en la Ciénaga Grande.

Siguiendo la dinámica comercial del país, en la Sierra Nevada se sembró café a finales del siglo XIX y se destacaron las haciendas Minca, El Recuerdo, La Victoria, Vistanieve, Cincinnati, entre otras. Fue el ingeniero norteamericano, Orlando Flye, en el sector que hoy conocemos como Minca, el primero que sembró café en la Sierra Nevada de Santa Marta.

Manuel Julián de Mier, dueño de un capital importante, enriquecido en el comercio de importación, lideró a un grupo de comerciantes samarios conformado por Alejandro Echeverría, José Alzamora y el inglés Robert Joy para fundar la Compañía de Vapores de Santa Marta constituida en 1881. En 1880, el Estado Soberano del Magdalena protocolizó un contrato Roberto Joy y Manuel Julián de Mier para construir el ferrocarril de Santa Marta. Y en 1881, el Gobierno del Magdalena junto a los samarios Manuel J. de Mier, Alejandro Echeverría, José Alzamora y el inglés Robert Joy, fundaron la Compañía Colombiana de Vapores.

La noticia de la fertilidad de la zona agrícola del Magdalena empezó a correr en el país. En un informe que C. Michelsen presentó al Ministro de Hacienda en 1899 afirma, “En ningún lugar del mundo he visto terrenos tan fértiles y clima tan adecuado para el cultivo de cacao y plátano como son los de las llanuras que recorre y atraviesa el ferrocarril de Santa Marta”. (Diario Oficial, 1889).

En 1890 Ciénaga era el tercer productor de cacao y tabaco en Colombia. Y en los pueblos ribereños del Magdalena se producían 7.25 toneladas de algodón. El cultivo del tabaco tomó un auge significativo en la segunda mitad del siglo XIX. Se sembró tabaco en Plato, Bosconia, Ciénaga y Aguachica. Esta actividad fracasó debido a las deficiencias técnicas en el cultivo.

En Ciénaga, la economía empezó a modernizarse a finales del siglo XIX, en la década de 1880, con la constitución de la sociedad agrícola denominada: El Apostolado, conformada por doce empresarios que poseían 360 hectáreas en el sector de Río Frío. En estas tierras cultivaban cacao, plátano, mientras, otros agricultores de la zona cultivaban tabaco, caña de azúcar y frutas.

A pesar de los esfuerzos por modernizar la economía, después del terremoto de 1834, Santa Marta era, según describen algunos viajeros, una ‘ciudad de aspecto miserable’. En 1835 tenía unos seis mil habitantes, pero la cifra fue disminuyendo por distintos motivos como la epidemia del cólera entre 1848 y 1849, la inundación del río Manzanares en 1850, y los disturbios políticos que degeneraron en guerras civiles que arrasaron con bienes materiales y productivos. Ante tal panorama, la crisis económica y social empeoró con la inauguración en 1871 del Ferrocarril Barranquilla-Sabanilla, hecho que estimuló a algunos samarios pudientes a emigrar hacia Barranquilla en busca de oportunidades de negocio y progreso.

Esta migración resintió los planes de negocios de la élite samaria. Los que se quedaron (Mier, Echeverría, Alzamora, González, entre otros) no pudieron reunir el capital suficiente que requerían para llevar el ferrocarril hasta el río Magdalena, la navegación fluvial y marítima con Riohacha y Barranquilla.

UNA POBLACIÓN SOMNOLIENTA

 

La historiadora Catherine LeGrand se refiere a los samarios del final del siglo XIX como “una población somnolienta aislada del resto de Colombia y el mundo”. Pocas eran las familias con verdaderos intereses mercantiles, a algunas les tocó abandonar sus propiedades rurales, pues con la apertura del comercio y consecuente abolición de la esclavitud en 1851, surgió la nueva clase trabajadora, de modo que no había mano de obra que sostuviera tales haciendas. El juicio de la historiada canadiense coincide, de hecho, con la visión de muchos visitantes y viajeros de paso por Santa Marta.

Las familias importantes poseían extensas propiedades que a pocos interesaba cultivar. Los pueblos dispersos de colonos, indígenas, negros y mulatos se dedicaban a la pesca y a pequeñas cosechas de maíz, guanábanas, piña y aguacates.

La vida de los samarios en el siglo XIX era monótona y aburrida. El baño matinal en el río Manzanares, las actividades del mercado, la siesta y el paseo vespertino, copaban la vida de los samarios de entonces. En el libro Santa Marta vista por viajeros, el historiador Álvaro Ospino Valiente compila una serie de crónicas de foráneos que dejaron constancia del estilo de vida samario del siglo XIX.

En su diario de viaje Gosselman dice: “Acá el tiempo se hace largo y tedioso, ya que los nativos se quedan todo el día en la hamaca, soñando acerca del mañana. Con excepción de mis excursiones a Gaira, el tiempo que pasé en Santa Marta resultó ser el más aburrido de toda mi estadía en Colombia”.

Elisée Reclus (1855) anota: “¿Cómo se pueden vituperar esas poblaciones que se abandonen al gozo de vivir, cuando todo las invita a ello? El hambre y el frío no las atormentan jamás; la perspectiva de la miseria no se presenta ante su espíritu; la implacable industria no las espolea con su aguijón de bronce. Aquellos cuyas necesidades todas son satisfechas de inmediato por la benéfica naturaleza, evitan contrariarla con el trabajo y gozan perezosamente de sus beneficios; son aún hijos de la tierra, y su vida se pasa en paz como la de los grandes árboles y la de las flores”.

Una descripción menos amable hace Alphons Stübel (1868) quien dijo: “Los habitantes de Santa Marta son una mezcla de negros, blancos e indígenas; en una palabra, chusma de una increíble pereza. Todo servicio tiene que ser pagado muy caro, porque a la gente le cuesta un gran esfuerzo hacer cualquier cosa”.

AGRICULTORES EMPRESARIOS EN EL MAGDALENA

Colombia era un país netamente conservador. Solo a mediados del siglo XIX se empezaron a implementar las políticas liberales. Serían los empresarios europeos (ingleses, alemanes, holandeses y franceses) quienes iniciarían la explotación empresarial en la futura Zona Bananera, con la siembra de tabaco y cacao.

Esta nueva dinámica comercial permitiría la llegada de nuevos extranjeros inversionistas. El judío alemán Carl H. Simmonds, el inglés Pedro Fergusson y el judío sefardita Jacob Henríquez, con otros comerciantes locales, conformaron una sociedad para cultivar el tabaco en Orihueca y Cañabobal, que exportaban a Alemania.

Joaquín Viloria expresó a OPINIÓN CARIBE al ser consultado sobre el particular: “Vamos a encontrar a mediados del siglo XIX, entre 1840 y 1870, una ciudad que vivía básicamente del puerto, de las importaciones principalmente, y por eso hallaremos un grupo de comerciantes importantes de Santa Marta que van a ser las familias prominentes de la ciudad. Vamos a encontrar ingleses, franceses, judíos sefarditas. Cada familia tenía por lo menos una pulpería y de ahí surgirían industriales como la familia Obregón, que luego se irían para Barranquilla, o los De Mier, que también se irían a Barranquilla o a Bogotá”.

Los liberales radicales, una vez liberado el cultivo del tabaco, se dedican a la siembra de este en zonas que suplantaría por la del banano años después. Apellidos como Simmonds, Henríquez, Fergusson, y Karr, llegaron de Inglaterra, Francia, Alemania y Suecia a la Zona Bananera como sembradores de tabaco y cacao.

“Familias y empresas de origen extranjero tuvieron una fuerte incidencia en el desarrollo agrícola de esta franja territorial al sur de Ciénaga. Otra familia de empresarios con intereses en la región Caribe fueron los Salzedo, judíos sefarditas procedentes de Curazao. Los Salzedo construyeron una efectiva red familiar, a partir de matrimonios, asociaciones comerciales o alianzas políticas en los departamentos de Magdalena y Atlántico. La red matrimonial se extendió a familias como los Campo, Riascos, de Mier, Flye y Pinedo, de gran poder económico y político en la región”, agrega Joaquín Viloria en su estudio.

En la década de 1870, el comercio en el Magdalena comporta un descenso, producto de las continuas guerras civiles que obligó a la mayoría de los empresarios mencionados a salir a ciudades más pujantes. En este contexto, en 1872, los diputados José Ignacio Díaz Granados, Antonio Maya, Luís Capella Toledo, Vicente Noguera y Joaquín Riascos solicitaron al Presidente de la República la concesión de terrenos baldíos, pertenecientes a la nación, para ser entregados a empresarios extranjeros que invirtieran sus capitales en el Magdalena. El Presidente, atendiendo tal solicitud, otorgó 18 mil hectáreas de baldíos nacionales.

“Es importante anotar, que desde los primeros años de la República, la concesión de tierras baldías fue una política de Estado destinada tanto a pagar con tierra a militares y comerciantes que apoyaron la causa de la Independencia como para atraer a inversionistas extranjeros”, aclara Joaquín Viloria.

Sin embargo, tales iniciativas tuvieron verdadero éxito solo cuando empezaron a llegar las empresas Colombian Land Co., Boston Fruit Co., Snyder Banana Co., Fruit Dispatch Co. y Tropical Trading and Transport Co., que en 1899 se unen para conformar una nueva empresa bajo la razón social United Fruit Company (UFC).

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