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Columnistas

Educación sin deserción

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Por Rubén Darío Ceballos

La deserción prende alarmas entre nosotros. Nuestros jóvenes se muestran en los claustros escolares unos días, semanas o meses, para luego perderse entre la manigua de la nadería. No estudian, no trabajan ni desarrollan ninguna actividad productiva, artística o cultural, pero si están en riesgo de engrosar el mundo de la delincuencia tanto común como organizada.

Causas, seguramente habrá muchas respecto de esta específica circunstancia. Bajo crecimiento económico y un aumento significativo de la pobreza, la inequidad y la desigualdad en la década, reflejándose en nuestra Región en un elevado número de jóvenes que no trabajan ni estudian, especialmente varones, en quienes encontramos una deserción escolar temprana, con el supuesto fin de empezar a trabajar, encontrándose con la ninguna oferta laboral, aunque algunos acceden a un empleo temporal o inestable en el sector informal, ya que no tienen las habilidades ni las herramientas necesarias para un empleo formal, terminando en el desempleo.

Jóvenes que tarde o temprano terminan relacionados con la violencia, el homicidio y el delito en cualquiera de sus formas y manifestaciones, producto de un aumento en la proporción de desertores hombres, la falta de oportunidades laborales y la pervivencia que sigue teniendo el mercado ilegal de drogas que hace que el crimen organizado demande más ‘trabajadores’.

Es este un problema de singular connotación para los gobiernos, ya que, cuando una parte importante de la población no acumula capital humano, se obstaculiza todo crecimiento económico y la pobreza sigue su ascenso. Y si bien una de sus soluciones es la educación, no tenemos aún, diseños y medidas para mantener a los jóvenes en la escuela para evitar la deserción, y hacer grandes campañas de publicidad para convencer a los jóvenes de los beneficios económicos de terminar sus estudios, como tampoco canales de reinserción laboral para que obtengan un empleo pronto.

Los involucrados todos de esta situación, deben servir para que los responsables directos de esta problemática en los gobiernos confirmen la importancia de la educación, cuyos presupuestos no deberían reducirse sino aumentarse de manera significativa, con el fin de ponerle cortapisa a tan neurálgica problemática -que atrasa todo cuanto pueda servirnos como unidad territorial-, camino a avanzar por senderos de progreso, cultura, productividad y competitividad que tanto necesitamos y coadyuve con el impulso que debemos tener en nuestros municipios y Departamento.

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