Crónica
El Magdalena, río de la patria
El Magdalena cumplió 131 años como Departamento y en su honor OPINIÓN CARIBE destaca la importancia de este rincón del norte del país, basado en el río que lleva su mismo nombre y su consolidación como ‘Río de la Patria’ o ‘El río de la historia’.
El origen del nombre de esta cuenca hidrográfica que conecta el centro del país con el gran Caribe de acuerdo con el escritor Eufrasio Bernal Duffo, se debe a la sabiduría de los primitivos pobladores que lo conocían como Huanca-hayo y Huacayo, o ‘río de las tumbas’; como Yuma, cuyo significado puede ser “procedente del país amigo’, o ‘río amigo’, o ‘río del país amigo y de las montañas’, así era nombrado en su parte media, donde también le decían Arli o sea, ‘Río del Pez’ y, finalmente, Caripuya o Caripuaña, que quiere decir ‘El río grande’.
También se le asigna la denominación de Karakalí, probablemente una de las formas de la palabra karib, según Paul Rivet, y que era asimilada a una nariguera ornamental.
Pero fue el primero de abril de 1501 cuando el conquistador Rodrigo de Bastidas (aunque también se atribuye el descubrimiento a Juan de la Cosa y a Pedro de Heredia) lo conoce y le da el nombre de Río Grande de La Magdalena en honor a Santa María Magdalena. Además, se le aplican cognomentos como ‘Río de la Patria’ o ‘El río de la historia’.
Una constante universal ha sido el desarrollo de los pueblos, las civilizaciones y las diversas culturas alrededor de un río principal, que dispensa dones y riquezas, le proporciona identidad, ofrenda su paisaje, se convierte en testigo de su historia y es generador de vida.
En el caso colombiano ese papel lo juega el río Magdalena, que, hermanado con el Cauca, ha sido eje del desarrollo económico del país y recurso natural forjador de la dinámica nacional.
VIAJAR POR EL MAGDALENA
Arnovy Fajardo Barragán en su artículo Los inicios de la navegación por el río Magdalena en el período colonial: La boga indígena de los siglos XVI y XVII, hacia la segunda mitad del siglo XVI, los conquistadores españoles habían creado una red de ciudades a partir del sometimiento o desplazamiento de las poblaciones indígenas locales. Dentro de ella se destacaban los puertos de Santa Marta y Cartagena frente al mar Caribe, así como Santafé de Bogotá en el interior, que adquirió mayor relevancia al ser declarada sede de la Real Audiencia en 1550.
La vía de comunicación para articular a las dos ciudades costeras con la capital de lo que entonces se denominaba ‘Nuevo Reino de Granada’ fue, naturalmente, el caudaloso río Magdalena, cuya extensión se calculó en más de doscientas leguas, según las primeras descripciones del territorio hechas por los funcionarios reales.
Las condiciones en que se hicieron esos primeros recorridos eran muy difíciles y mejoraron, de manera parcial, solo durante los siglos XVII y XVIII. Dejando de lado las condiciones geográficas del río, así como las características de su caudal, que lo hacían de difícil navegación, los principales obstáculos del transporte en esa época tenían que ver con las poblaciones nativas ribereñas.
En primer lugar, para ese momento no todas las tribus indígenas estaban pacificadas, de modo que durante algunos años hostilizaron a los viajeros que desde la Costa remontaban el río hacia el interior. Y, en segundo lugar, fue más importante aún la relación entre la utilización de la población aborigen de las áreas del Bajo Magdalena para las comunicaciones hacia el interior y la reducción de su número en unas cuantas décadas.
Carmen Elisa Acosta Peñaloza, en ‘Remá, remá’ las literaturas del río Magdalena afirma, que el relato del viaje por el Magdalena fue una constante en la consolidación de la nación durante el siglo XIX. El asombro y la expectativa van guiados por la necesidad de apropiarse de un espacio que marca la diferencia entre una ciudad y otra.
Ir de Bogotá a París, de Londres a Medellín o de Buenos Aires a Cartagena, exigía pasar por el Magdalena. Los viajeros escriben una literatura de recuerdos, diarios y relatos rica en descripciones como las de José María Samper, Felipe Pérez o Bernardo Espinosa, quienes salen para Estados Unidos y Europa; de los que provienen de allí en busca de aventuras y conocimiento como Isaac Holton y Jules Cervaux, los que cruzan América del Sur como Miguel Cané y los que lo transitan internamente como Francisco José de Caldas y Manuel Ancízar.
En la literatura de viajes se conjugó el interés autobiográfico y la búsqueda por configurar un mapa, una apropiación por medio del lenguaje en la descripción y control de la naturaleza frente a la preocupación por la civilización y el progreso.
El río será así como territorio de paso, relatado y cantado desde una tensión que recorrerá desde finales del siglo XIX y la totalidad del XX: las distancias sociales marcadas por las diferencias entre la ciudad y el campo, de las que deviene también la diferenciación cultural entre las etnias que pueblan la nación.
Será en la historia y la construcción del héroe nacional por excelencia, Simón Bolívar, donde la narrativa del siglo XX representará en el río todas las dudas, tensiones y problemas que tienen que ver con la evaluación de la vida, sus proyectos y la muerte. El río que permanece y el pasado que da origen a la nación, mantendrá unida en la historia el siglo XIX y su valoración en el XX por medio de la literatura.
En ella, sin duda alguna, será el Libertador el personaje que expresará los sueños, y las derrotas nacionales de lo individual y de lo colectivo, en su viaje por el Magdalena inicialmente al exilio y en el cierre de la muerte.
El viaje histórico será central en las novelas de Gabriel García Márquez en ‘El general en su laberinto’; en la de Fernando Cruz Kronfly, ‘La ceniza del libertador’; y Antonio Montaña, en ‘Aguas bravías’.
La continuidad del territorio se convierte en el espacio en el que se expresa la nación en sus tensiones y conflictos. Actualmente, están presentes en la literatura múltiples testimonios sobre la violencia reciente. El río y la conquista, el río y la pesca, el río como tránsito, el río de Bolívar, el mestizaje y los conflictos sociales son tan solo unas manifestaciones de múltiples voces.
La tentación de hacer un extenso listado de obras y autores está cada vez más presente -quedan por fuera muchos cuentos y obras dramáticas-, a medida que se revisa la literatura del río. Surgen obras ineludibles como ‘Los pescadores del Magdalena’ de Jaime Buitrago o ‘El amor en los tiempos del cólera’ de Gabriel García Márquez. A la vez el Magdalena se hace literatura en diálogo con otras obras, otros ríos, escritos desde otras orillas como las cercanas al Cauca y las distantes del Amazonas.
GABO Y EL RÍO
Nicolás Pernett en El río de la vida: el Magdalena en la obra de Gabriel García Márquez demuestra que el río Magdalena no era desconocido para el escritor, quien lo recorrió varias veces en su época de estudiante, yendo y viniendo de su internado en Zipaquirá, a más de dos mil metros por encima de su natal Aracataca.
Estos viajes fueron narrados en sus memorias ‘Vivir para contarla (2002)’ como una experiencia dichosa, con parrandas interminables a bordo de los buques repletos de estudiantes y con un paisaje inacabable de animales y plantas bordeando el recorrido.
Desde el primer viaje que realizó en 1943, a bordo del famoso buque ‘David Arango’, embarcación insigne de la naviera colombiana, García Márquez quedó fascinado con la palpitante vida que se desplegaba en la arteria fluvial de Colombia. Muchos años después escribiría: “por lo único que quisiera volver a ser niño es para gozar de aquel viaje”.
Uno de los temas más recurrentes en toda la obra de Gabriel García Márquez es la decadencia y muerte del mundo y los personajes sobre los que escribe, ya sean sus avejentados coroneles y bíblicas matriarcas, o la destrucción de pueblos como Macondo, que poco a poco van decayendo hasta que son arrasados por un viento apocalíptico.
Pero en el caso de las novelas escenificadas en el real e histórico río Magdalena, el final de este mundo se hace más angustiante y doloroso, pues se trata de una destrucción que se puede corroborar año tras año y que García Márquez hace sentir en su narrativa como la despedida para siempre de un lugar asociado a las nostalgias del amor y al descubrimiento del mundo que lo deslumbraron en su juventud.
A FUTURO
En diciembre de 2016 de acuerdos con cifras oficiales, la carga transportada entre el 2013 y el 2015 aumentó un 40 por ciento al pasar de 1’350.000 toneladas a 1’896.000 en ese lapso.
Se prevé que para este 2017, la cifra podría elevarse a 2’134.000 toneladas, proyección que marcaría un incremento cercano al 58 por ciento en los productos transportados en los últimos cuatro años.
Estos datos solo corroboran que el Magdalena debe apostarle a su río como fuente de progreso y no estar de espaldas a él.
****“Nuestros ríos y nuestras montañas nos son desconocidos. No sabemos la extensión del país en que hemos nacido, nuestra geografía está en la cuna. Está verdad capital que nos humilla debe sacarnos del letargo en el que vivimos; ella debe hacernos más atento sobre nuestros intereses; llevarnos a todos los ángulos de la Nueva Granada para medirlos, considerarlos y describirlos”. Francisco José de Caldas semanario de la Nueva Granada 1807.****
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