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Crónica

El vigía de sueños

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Luís Enrique Molina trabaja como guardia en una de las universidades de la ciudad. Dedica su tiempo libre a servir a su comunidad con buena energía y compromiso por el desarrollo social.

Por Aylín Cervantes Ramírez

El objetivo de Luís Molina nacido en Guacamayal, corregimiento de la Zona Bananera del departamento del Magdalena, es servir a quienes lo necesitan, además de recibir sus sonrisas de agradecimiento. Servir al prójimo ha sido su filosofía de vida desde que era tan solo un niño y jugaba con sus cuatro hermanos en el patio de su casa.

Para él, ayudar a otros nació con él, es un don al que prefiere llamar herramienta de trabajo. Es un hombre carismático, trabajador, humilde, sencillo y alegre; para muchos de sus conocidos y amigos es una inspiración, los hace creer en que se puede hacer diferencia al querer ayudar a otros, sin importar las limitaciones económicas.

Con nostalgia recuerda cómo desde niño compartía el dinero que su mamá le daba para el recreo con una madre líder comunitaria, como él las llama y sus cuatro hijos. “Me daban doscientos pesos para el recreo, entonces, salía y compraba cuatro bolis de cincuenta pesos y se los llevaba a esos cuatro niños. Mi satisfacción era sentarme a ver cómo se comían los bolis, a partir de ahí quise ver más sonrisas felices”, cuenta Luís Molina.

Con pequeños detalles, Molina siempre ha demostrado su preocupación por las necesidades de su entorno, cree en el bien y en la recompensa divina al hacerlo, le gustan las sonrisas reales y aunque a veces sea muy difícil ayudar, actos como llevar comida adicional a donde vaya, regalar un saludo cordial y una sonrisa, también cuentan.

De su papá heredó la preocupación por el prójimo, lo apoyaba bastante, aunque a veces sus ganas de ayudar le traían pequeños problemas. “Cuando compraba el queso, lo compartía, repartía pedacitos a personas que veía por ahí necesitadas y eso me causaba problemas con mi mamá, porque descompletaba el queso o el azúcar o los panes”, recuerda Molina con una sonrisa nostálgica en su rostro.

A los catorce años aprendió a hacer manualidades, motivado pos las ganas de conseguir dinero y darle de comer a las personas que lo necesitaban. La ganancia por las ventas de sus barcos u otros objetos se la gastaba en invitaciones a almorzar a indigentes de la zona.

Finalizó su bachillerato en Barranquilla, luego prestó el servicio militar y se vino para Santa Marta, pues no veía en Guacamayal las suficientes oportunidades para salir adelante.

SAMARIO DE CORAZÓN

Llegó a Santa Marta en 1996, lo primero que hizo fue buscar un lote grande para construir su casa y albergar perros callejeros, alcanzó a tener doce perros en total; confiesa que no fue rentable, pues no tenía casi comida para él y no podía conseguir la de los caninos.

Su situación mejoró y empezó a hacer sancocho para sus vecinos menos favorecidos, los invitaba a almorzar. En 2001 viaja a Bogotá y con él, su sentido común, allí junto a su esposa Gloria Velosa, repartía casi todas las noches chocolate caliente y pan a las personas que vivían en El Boro, hoy, el parque tercer milenio de la capital del país.

Luis Molina de 43 años siempre está a disposición de quienes más lo necesitan.

Vuelve a Santa Marta después de varios años con su familia, con un objetivo claro, crear un comedor para los niños del barrio San Pablo al sur de la ciudad. Los niños tenían mesas, sillas y cada uno recibía su almuerzo los domingos, pero el momento de crisis por las que atravesaba el país con el paro de camioneros impidió que este servidor continuara con esta labor tan loable.

Los productos aumentaron de precio y el simbólico diez por ciento de su sueldo ya no les alcanzaba para esta obra que beneficiaba a tantos niños, pero nada detuvo a esta familia, conformada también por Laura y Benjamín, sus hijos, ellos junto con su mamá son para Molina los pilares más fuertes, son quienes alimentan su voluntad de servir a quienes lo necesitan.

Las ganas y templanza de este soñador han atravesado hasta desiertos, Molina no soportó la idea que en el departamento de La Guajira los niños se estuvieran muriendo de hambre y sin pensarlo, recolectó junto con amigos, vecinos y estudiantes de la universidad en la que trabaja, cien sacos llenos de productos de alimentos no perecederos.

“La Policía Nacional me llevó hasta una ranchería que se llama Pericoye en la que se repartieron cuarenta mercados a una tribu de nómadas que pasaban en el momento”, expresó Luís Molina, con los demás productos prepararon junto a dos mujeres guajiras espagueti para todos.

La prioridad para Luís Molina siempre han sido los niños, para él, los pequeños no son solo el futuro, los considera el presente por eso todos su esfuerzos están encaminados a contribuir en su crecimiento y bienestar, por ello, se enfrentó a los hombres mayores, quienes querían comer primero que los niños, con diálogo logró que todos en la tribu entendieran que él había ido especialmente por los pequeños, ellos debían ser la prioridad de todos.

‘Moli’ como lo llaman algunos, confiesa que la satisfacción, su premio, su orgullo, es verlos sonreír y la forma en la que le agradecen con la mirada, eso lo llevó a tomar la decisión de crear una fundación para que la próxima vez que vuelva, no vaya limitado en con los alimentos. “Ojalá pueda llevar una tonelada de alimentos con la ayuda de los samarios”, señala, como una forma de invitarlos a unirse a su causa.

Se considera samario de corazón, a Santa Marta la siente suya, le duele, lo alegra y lo reconforta para seguir en su labor, no le ha sido fácil y le gustaría ayudar en todos sus barrios; cree en el buen corazón de los samarios y deposita en ellos su confianza.

EL CAMINO ES EL DEPORTE, TODOS SOMOS IGUALES

La situación de La Guajira lo impactó de tal manera, que Luís Molina decidió conformar la escuela de formación deportiva y valores, encaminada al liderazgo social, al arte y la cultura, pretende concienciar a los niños de que ellos son el cambio, son quienes tienen en su poder el rumbo del país.

Hoy, educa a cuarenta y seis niños del barrio San Pablo y algunos del barrio Corea a quienes por medio de la actividad física guía para que se conviertan en líderes, gestores de paz y busquen nuevas oportunidades. Con profunda tristeza habla de algunos casos más preocupantes.

“Tengo la problemática de seis niños que no estudian, quieren hacerlo, pero se sienten muy atrasados, porque a sus catorce años apenas han cursado cuarto. Quisiera conseguir ayuda para que ellos terminen la primaria, hay que proteger a los niños y brindarles educación”, enfatizó Luís Molina, a quien la indiferencia y la soledad para ayudar lo frustran en muchas ocasiones, pero él no desfallece, por eso es un héroe de carne y hueso.

Rechaza la indiferencia de las personas frente a quienes necesitan ayuda y pretenden ignorar la realidad. Molina quiere demostrarle a toda la ciudad que si se pueden hacer cosas maravillosas, que las ganas mueven masas y la fe montañas, nada es imposible, los límites se esconden en los miedos y estos no te deja creer en tus sueños.

Cambiar el mundo no es un sueño tan loco si empiezas desde tu entorno, los niños de San Pablo son la inspiración de Luís Molina; todos los domingos por ser día de su descanso los entrena; su esposa es la encargada de la alimentación, como siempre, una función muy importante para alcanzar el objetivo, formar mejores seres humanos, con valores, disciplina y amor por el servicio.

Molina se ha ganado el respeto de todos los pequeños, de manera permanente lleva consigo un silbato, lo hace sonar cuando es necesario, en cualquier lugar, el niño debe explicarle porque está en la calle y si no tiene la autorización de sus padres, es una forma de alejarlo de ellas, razón por la cual viven muy agradecidos.

Una de sus batallas más grandes es ayudar a los jóvenes consumidores de drogas, les enseña a hacer las manualidades que él aprendió de niño para que encuentre en eso una nueva oportunidad, asegura que sus muchachos están cansados de ser menospreciados y saben que son más valiosos si no son adictos a las drogas.

Su admirable labor fue tenida cuenta para un proyecto que se da a conocer al país por televisión, porque existen seres anónimos que hacen la diferencia. Luís Enrique Molina hace parte del grupo ‘‘Gente que le pone el alma’ por su gran corazón y por la oportunidad para alejar de las pandillas y de las drogas a los niños y jóvenes de su comunidad.

Lleva 5 años recibiendo a cientos de estudiantes samarios con buena energía inspirando el servicio a los demás.

UN VIGILANTE ORGULLOSO

Ama y agradece por su labor, ser vigilante es un trabajo que lo enorgullece, hace cinco años trabaja en la CUN, una institución de educación superior, siempre saluda con mucho entusiasmo a los estudiantes, quienes lo admiran y respetan.

Muchos le llaman ‘Moli’ por cariño, para algunos ya es costumbre que sea él quien les dé la bienvenida a sus jornadas de clases con un mensaje positivo o una sonrisa. Día tras día les transmite buena energía a los estudiantes para que no solo la compartan entre ellos, sino que se la lleven para su casa.

Considera que una actitud positiva es una llave gigantesca, capaz de abrir cualquier puerta, incentiva a los estudiantes a creer en ellos y que no permitan que sus capacidades sean puestas en duda, busca que quieran ser buenas personas. La educación para Molina inicia desde el portón, si el vigilante te recibe con buena actitud, demuestra que tú puedes hacer lo mismo.

Por esta y muchas más razones, Luís considera que su desempeño como vigilante es su mejor forma de servir y por eso no lo ha dejado. “Generalmente me preguntan por qué siempre asisto uniformado cuando llevo chocolates, es mi manera de inspirar a otras personas”, indicó Luís Molina, quien no conoce limitaciones para ser un buen samaritano.

A Luís Molina poco le importa ser reconocido. Con un corazón noble y la sabiduría que solo da la experiencia de los años, dice que es más valiosa una persona útil que una famosa. Él, quien parece un personaje sacado de la ficción, es ese que todavía le permite a los demás cree que el amor no se ha enfriado, que no existe el egoísmo, porque siempre quiere ayudar a los otros, ser solidario frente al dolor y la necesidad, alguien que hace la diferencia, porque no lo intenta, lo demuestra, para él no existen los límites.

Todavía hay esperanza en el mundo y personas que deciden cambiarlo. Lo cierto es que no importa a qué profesión te dediques eso no define qué tanto puedes contribuir al cambio, lo hacen tus ganas, el no esperar nada en cambio y entender que todos somos iguales.

 

FUNDACIÓN TODOS SOMOS IGUALES

Todos somos iguales es el nombre de la idea que hace poco tiempo Luís Molina pretende desarrollar; necesita la ayuda de personas que verdaderamente amen al prójimo. Pero denuncia, que algunas personas creen que por ser vigilante pueden aprovecharse de él y que su única intención es lucrarse.

Luís Molina pretende con su fundación ayudar a algunos miembros de la sociedad, sobre todo a los niños, para formarlos en el deporte, enseñarles a las madres cabeza de familia a tejer mochilas con material reciclable y a los jóvenes educarlos con talleres de música, de crecimiento personal y liderazgo.

Su idea es formar nuevos emprendedores, pero con tristeza afirma, que “los niños quieren ser mototaxistas, porque es lo más fácil”. Para Luís Molina esto es preocupante, su mayor deseo es que todos los jóvenes samarios tengan la oportunidad de ingresar a una universidad.

Para los ancianos habrá juegos, literatura y escritura, volverán a ser niños otra vez. “Necesito un ejército de voluntarios para que ayuden a llevar a cabo esta idea, que no es mía, sino de todos nosotros”, precisó Luis Molina.