Columnistas
La política bien entendida
Saúl Alfonso Herrera
Nunca debería ni podría haber en el ejercicio de la política falta de voluntad o de energía para desarrollarla, toda vez que es una forma particular de afrontar aquellos conflictos que deben resolverse democráticamente, actividad cuyo objetivo es el de resolver pacífica y razonablemente conflictos entre las personas y los grupos humanos, que tiene como objetivos hacer algo positivo, atender los asuntos que atañen al Estado (política como arte de gobernar) y promover la participación de los ciudadanos para alcanzar el bien común en libertad, ser justo y hacerlo todo con equilibrio en ruta para combatir las conductas erróneas que vayan en detrimento de la población.
La voluntad es definitiva en la política, ayuda a estructurar el dominio del individuo sobre sus pasiones y el triunfo final de aquel sobre la vida, razón por la que inteligencia y voluntad deban cultivarse paralelamente, por todo cuanto significan y traducen para el oficio de la política camino para alcanzar el más alto nivel de la convivencia social, que es, sin duda, el ejercicio pleno de la política civilizada y del poder emancipador en contexto de cambios profundos, que requieren de la aplicación de una sana política, de reformas institucionales para hacer las cosas diferentes, ya que la mala y peor gobernabilidad ha fragmentado al país, que requiere unir las piezas para una sólida reconciliación.
No más ausencia de una cultura de la legalidad como resultado de la impunidad y la corrupción. No más clientelismo que se apodera de las mieles del erario público, los negocios y el dinero mal habido, todo lo cual, con el auspicio de la crisis de liderazgos, la ética y la moral. La política bien entendida es uno de los oficios más comprometidos de la humanidad; pero mal entendida, uno de los más desprestigiados, ya que niega realidades, las falsea, infunde miedo, siendo inminente refrescarla, hacerla de todos y para todos en procura de una buena y por qué no, de una excelente gobernabilidad.
Hay que querer lo nuestro, saber qué territorio deseamos, reconocer dónde hay un líder que valga la pena, que sepa cómo se hace la buena política, que tenga una lógica de gobierno, juicio político y estatura intelectual. Que tenga respuestas claras sin importar las muchas veces perversas presiones. Que pueda conducir coaliciones y alianzas oportunas donde se transformen las instituciones para bien de las generaciones por venir y en búsqueda de mejores capacidades, actitudes y valores, acciones que nos beneficiarán a todos sin excepción.
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