Columnistas
Principio de dolores
Por: Amelia Cotes
He pensado mucho en publicar el vídeo que se hizo viral hace unos días, donde se observa niños/as entre 1 y 11 años, bailando eróticamente y bebiendo licor, en Cartagena; una ciudad hermosa, pero que sufre el flagelo de la pederastia facilitada por la «prostitución infantil».
Publiqué el vídeo por un segundo, reflexioné, decidí borrarlo y no volver a publicarlo. No querría extender el agravio a los menores.
Ojalá se entienda la magnitud del problema que esto entraña: padres y madres con conciencia cauterizada; celebrando el comportamiento errático y promoviéndolo. Se gesta una generación sin control, precozmente hipersexualizada de manera irresponsable, estimulando corruptamente el imaginario infantil de aspectos que aún a los adultos nos sobrepasan.
Afectar la psiquis de los menores y sus cuerpos con alcohol y lujuria no solo es un atentado contra estos niños/as, es un dardo certero en el corazón de una sociedad agonizante moralmente y que recoge los frutos amargos de las semillas del libertinaje, del «dejar hacer porque nada pasa».
Prácticas asumidas como folclor, que deben irse dejando en el pasado, respondiendo a la evolución cultural de la sociedad dado su aprendizaje, entre ellos los derechos humanos, aún parecen auparse y exhibirse con gallardía en las familias, cuando deberían ser un derrotero claro de lo que no deberíamos permitir más, si queremos ser mejores.
El ICBF ya encontró a los padres e iniciaron un proceso de restablecimiento de derechos de los niños y niñas.
No seré pesimista, pero si la medida es solo sanción de multa bajo el Código de Policía y no se integra la reconstrucción total en valores y pautas de crianza, así como acompañamiento a los padres y madres en los origines de esta permisividad violenta, la cesación de la vulnerabilidad de los menores será un imposible. El hecho será uno más, entre los miles que siguen invisibles.
Estamos avisados, esto es solo principio de dolores.
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