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Columnistas

El país sigue llorando…

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Por: Manuel Torres Lopera

Nuestro país sigue viviendo los horrores de la violencia, si partimos desde la historia nos encontramos que los hechos violentos se han arraigado en la sociedad colombiana.

Cuentan nuestros abuelos que en el pasado había una fuerte contienda de colores políticos entre los rojos y azules por el dominio del poder, agresiones físicas hasta llegar a asesinar al oponente. El campo ha sido uno de los epicentros de violencia, familias campesinas despojadas de sus tierras y obligadas a desplazarse a territorios en la que sus costumbres dejan de existir y tienen que acomodarse lo
que le ofrece la urbe.

El sector rural brilla la falta de presencia de Estado, el campesino padeciendo las embestidas de la pobreza absoluta, en la que sus cosechas se pierden por no  tener carreras adecuadas para sacarlo hacia la plaza de mercado, el intermediario a provechándose en comprar el producto a precio de ‘huevos’.

En la década de los 80 y 90 el narcotráfico comenzó afianzarse como una empresa criminal, los cultivos ilícitos fueron expandiéndose en todo el territorio, las masacres, las desapariciones forzosas y el reclutamiento de menores al servicio de grupos al margen de la ley.
En esa época los carros bombas eran puestos en sitios estratégicos del Estado, muchas personas fallecieron, la violencia se ensaño con candidatos políticos presidenciales que fueron asesinados y la exterminación de un partido político.

A principios del siglo XXI grupos paramilitares con apoyo de la permisividad del aparato estatal incursionaron a poblaciones vulnerables y se cometieron los crímenes más atroces, los grupos guerrilleros iniciaron una cruzada de secuestros masivos como la famosa ‘pesca milagrosa’, retenes ilegales que se conformaban en las carreteras y las personas que tenían carros lujosos terminaban en mano de sus captores.

Las ciudades capitales en los sectores marginales se han concentrado focos de violencia, el fenómeno del desplazamiento forzado intraurbano, obligan a un núcleo familiar de abandonar su lugar de residencia para desplazarse a otro barrio.

Parece que la violencia colombiana se haya convertido como parte de nuestra cultura, la indiferencia nos está matando, el odio político que ese expresa en las redes sociales no para, hasta llegar a los extremos de amenazar de muerte a un menor de edad.

Los líderes sociales son el blanco de los violentos y no hay una reacción inmediata de parte de las autoridades para protegerlos de las amenazas de muerte y es preocupante la tasa de homicidios de esta clase de líderes que va en aumento.

El terrorismo doméstico es una manifestación de violencia en la que un grupo de individuos expresan un descontento social y atacan sistemáticamente al cuerpo policial, destruyendo las estaciones policiales y también enfoca su objetivo en destruir los monumentos históricos, esta nueva modalidad de terrorismo viene ejerciéndose en otros países con el fin de desestabilizar gobiernos. El país no ha
sido la excepción, cuando en importantes ciudades se presentaron esta clase de vandalismo.

Necesitamos que este proceso de paz que está firmado, cumpla con su verdadera intención de reconciliarnos, que cesen los hechos violentos, en la que todavía siguen siendo los mismos del pasado, que las nuevas generaciones vean una Colombia totalmente distinta, que los indicadores sociales sean verdaderamente direccionados a una ruta de mitigación.

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