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Especial Santa Marta

Las mayores añoranzas de los samarios que salieron de Santa Marta

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Santa Marta es un rincón especial del Caribe colombiano. A pesar de lo malo, es una ciudad que, generalmente, deja marca en quienes la visitan y aún más en aquellas personas que en ella crecen, pero que, por determinadas circunstancias, deben abandonarla.

Hoy en día son muchísimos los samarios que se encuentran por fuera de su tierra natal y, a pesar del tiempo, siguen extrañando sus lugares, a su gente, sus atardeceres, entre otras cosas, pues son características que consideran irrepetibles y las cuales añoran vivenciar nuevamente.

En esta ocasión y con motivo de los 496 años cumple hoy la capital del Magdalena, OPINIÓN CARIBE dedica un espacio a un pequeño grupo de samarios que, a pesar de vivir fuera de la ciudad mantienen el anhelo de volver a experimentar lo que sólo en este pedacito de suelo se puede vivir, en la ciudad que nació a la orilla del mar Caribe y que vive cobijada por la imponencia de la Sierra Nevada.

 

Volver a Ciudad Perdida y las frutas

Carlos Florez y su familia.

Carlos Flórez es un samario que lleva 21 años viviendo en Holanda, según cuenta, él su familia, también radicada en el país europeo, procuran volver a Colombia cada dos años para pasar una semana completa, al menos, en Santa Marta y el resto de días los dedican, en lo posible, a conocer otros de los lugares de Colombia.

La pandemia ha impedido su regreso a la capital del Magdalena, por lo que sus hijos, nacidos en Holanda pero amantes de la tierra samaria, se encuentran algo desesperados por regresar a este lugar que los abruma con su magia silenciosa.

“Últimamente se me ha removido el alma con las ganas de volver a ir a Ciudad Perdida, estoy casi que tomo un avión y me voy, pero en estos momentos no es posible. Me dan ganas de llorar de nostalgia, pero también de alegría por la gente que puede disfrutar de eso, que puede subir a la Sierra y ver esos amaneceres allá arriba y sentir ese espectáculo que es Ciudad Perdida”, cuenta, aclarando que, aunque en el camino la gente se siente morir, cuando llegan al destino se dan cuenta de que todo vale la pena por lo que ese lugar alberga y “la paz que se respira”.

Entre otras cosas que extraña, destaca también las frutas que hoy en día no puede degustar muy seguido. “Me muero por un aguacate de la Sierra, porque los que llegan acá son chiquiticos sin sabor, cada vez que voy a Santa Marta tengo una visita obligada al Mercado Público para comprar además mangos de azúcar, tamarindo, guamas, guayaba y todo ese tipo de frutas tropicales de la región”, asegura.

Así mismo, cuenta que añora probar nuevamente los duces que se hacen con base en frutos, como el de icaco, el de batata y el de grosella.

 

La comida samaria

Natalie Diazgranados y su esposo.

Desde Alemania, Natalie Diazgranados, quien ya está cerca de completar cinco años desde su mudanza al exterior, cuenta que los mejores recuerdos de Santa Marta están acompañados de las delicias gastronómicas que solamente en la ciudad ha podido degustar.

Además de su familia y amistades, mantiene una melancolíainterna cada vez que rememora la vida tranquila que le ofrecía la ciudad más antigua de Suramérica.

“Me lleno de mucha nostalgia cuando recuerdo esos días en los que mi papá me llevaba al médico cuando era pequeña, por la Avenida del Libertador, y lo primero que él hacía cuando salíamos del consultorio era comprarme una empanada y en juguito de naranja de los puestos que están afuera de la clínica”, relata llena de sentimientos, destacando que entre lo que más añora a diario es volver a comer arroz de coco, mote de guineo, arepas, bollos, tajaditas con queso y una infinidad más de alimentos cuyos sabores definen a la ciudad.

 

La ‘brisa mágica’ de Santa Marta

Atardecer en la Bahía de Santa Marta, 2018. Foto por Dominique Schneider.

Dominique Schneider cumple ya dos años viviendo por fuera de la ciudad, actualmente se encuentra radicada en Montreal, Canadá, y desde allá, asegura que lo que más extraña, además de sus playas, son sus atardeceres al lado del mar, así como lo que ella denomina ‘el ambiente samario’, que marcó gran parte de su vida.

“Si pudiera tener siempre conmigo algo de la ciudad sería sin duda su brisa mágica, vivo en un país donde tengo todas las estaciones y todo tipo de climas, pero créanme cuando digo que nada se compara a la brisa fresca de Santa Marta, ni en los mejores días de verano acá he sentido algo parecido a las brisas de mi ciudad”, afirma.

 

La gastronomía

Daniel Bonilla.

Desde finales de 2018, Daniel Bonilla se encuentra viviendo lejos de Santa Marta, la ciudad en la que creció y pasó gran parte de su existencia. Aunque salió del país buscando probar su suerte, hay cosas de ella que aún atesora dentro de sí, muy a pesar de haber podido experimentar y visitar sitios con una belleza incalculable.

Daniel, que se encuentra en Venecia, Italia, exclama que la gastronomía es una de esas cosas que añora con frecuencia, pues los alimentos locales poseen características que difícilmente se pueden replicar fuera de la región.

“Lo que más extraño, aparte de sus playas, su cultura y su ambiente, es la gastronomía, entre esas, la salchipapa”, destaca entre risas.

Son muchas las cosas que le dan valor a Santa Marta y a pesar de que no todo es perfecto, goza de ser una tierra de gente pujante, que esconde tanta fortuna para quienes la aprenden a valorar, hasta llevarla por siempre marcada como un recuerdo indeleble.

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