Columnistas
Jóvenes, a prepararse para decidir bien
Por: Saúl Alfonso Herrera Henríquez*
Siempre se ha dicho y bastante lo he escuchado, que es mucho y más lo que le falta a la juventud para decidir por sí misma para afrontar una vida mejor. Se habla de estructura mental, lenguaje, redacción, vocabulario, pensamiento crítico, compromiso social, hábitos de trabajo, dimensión, visión, perspectiva, bagaje cultural, tolerancia, gestión emocional, voluntad, decisión, ejecución, solidaridad, colaboración, entre otros muchos aspectos que le harían, a decir de expertos, más fácil su devenir.
Se dice sobre ello que querer es poder y que la juventud de hoy no quiere poder a pesar de tener instrumentos y herramientas para desarrollarse mejor. Otros, que es difícil encontrar y acceder a mecanismos eficaces para ello. Parece olvidarse que la inteligencia emocional es fundamental para todo desarrollo y que una buena formación no estriba sólo en saber, sino que debe apuntar a ser más humana, más completa e integral, en lo que ayuda e importa un esfuerzo educativo cierto, como lo muestran numerosos estudios a lo largo y ancho del planeta.
Hoy lo virtuoso no es solo hacer cosas, aunque ello implique una marcada oposición a las inclinaciones propias, sino orientarse a liberar del todo los sentimientos. Desafío actual es, encontrar el equilibrio adecuado, ya que la virtud no debe entenderse como la capacidad de ir en contra de las inclinaciones, sino como la capacidad de formar en mejor forma esas inclinaciones. No es acostumbrarse a pasarla mal, sino aprender a disfrutar el bien, lo bueno y lo mejor. No se trata tampoco de confiar solo en los sentimientos, ya que muchas veces son inapropiados.
Desafío importante y uno de los principales para la juventud es aprender a lidiar con el razonamiento emocional, no distorsionar su modo de captar el entorno ni de sufrir innecesariamente, pues la formación de la afectividad en congruencia con nuestro pensamiento tiene que armonizarse y articularse, camino a ser una tarea prioritaria, por lo que no convienen estilos de educación sobreprotectores, como tampoco ido más allá de las sanas emociones. Resultará siempre más eficaz que la juventud se prepare para el entorno, viendo y experimentando que es capaz ante los retos por sí misma y construir autoestimas más sólidas.
Armonizar la afectividad es de suyo un proceso lento y además difícil, más no por ello la juventud tiene que eludir, ignorar, evadir o despreciar la necesidad, imperiosa por demás, de la afectividad; una de las razones mejores por que la educación como tal necesita retomar la confianza en sí misma y en la capacidad del ser humano de transformarse y crecer, para tener una juventud afectiva de pensar positivo, que al ser una realidad determinará una juventud con una superior capacidad de decisión y no caerá en el juego de los engaños ni en los cantos de sirenas.