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“Quizás algún día vamos a tener nuestro bachillerato acá”, los sueños de la juventud de Buenavista
Es la 1:00 de la tarde del domingo 12 de junio, el corregimiento de Buenavista, en la Ciénaga Grande de Santa Marta, ve llegar varias lanchas ajenas a la comunidad en las que se transporta gente que no conocen. Todo está listo para recibir a un grupo de citadinos que, en su mayoría, no tienen idea de la vida diaria en un pueblo palafito.
Los visitantes son recibidos con la mejor cara que pueden ofrecer los habitantes de esta comunidad que se levanta sobre las aguas de este cuerpo hídrico, hay música, danzas y expresiones de folclor que dejan un ambiente agradable.
En el grupo de gente se encuentra Eylín De La Cruz, una joven de 16 años quien con su vestimenta indica que hace parte de la muestra folclórica preparada para la esperada visita. Con su cabello negro y largo, y los hombros descubiertos baila al ritmo de los tambores, después, acepta con agrado hablar ante las cámaras de OPINIÓN CARIBE.
‘El baile negro’
Hace parte de la comparsa ‘El Congo Buenavistero’, una tradición cultural que, en conjunto con los demás integrantes del grupo, está intentado recuperar para evitar que su marca siga diluyéndose con el paso del tiempo. Antes en Buenavista no había luz, en esos momentos era frecuente ver cómo se congregaban las personas para llevar a cabo ‘el baile negro’, una danza conformada por siete o diez personas, entre esos, un cantante, un guacharaquero, un acordeonero, una mujer y un hombre, los dos últimos llamados en el baile ‘la negra y el negro’.
“Estas danzas las utilizaban normalmente los negros para burlarse de los blancos porque ellos los tenían como esclavos”, explica.
Sin embargo, con la llegada de la energía eléctrica llegaron también los pickups, que trajeron consigo otros ritmos del Caribe como la champeta y el vallenato, dejando a un lado las costumbres que hoy se esfuerzan por revivir.
La travesía diaria para ir al colegio
Ella es estudiante de décimo grado de bachillerato. Al consultarle sobre cómo hacen en su comunidad para poder estudiar, dice con seguridad que es una lucha constante debido a la ausencia de docentes y de un colegio destinado a la educación secundaria.
“Acá en el pueblo nos toca trasladarnos hasta otros pueblos para seguir estudiando. Hay bastantes compañeros míos que se han retirado del colegio por lo difícil que es estudiar, nos toca ir 80 estudiantes en una embarcación hasta Nueva Venecia todos los días. Aquí hay un colegio también, hicieron unas aulas muy buenas, hay profesores preparados para dar clases a estudiantes de primaria, no entiendo por qué no vienen también los de bachillerato”, cuestiona la joven mujer.
El transporte entre ambos corregimientos, aclara, no deben costearlo, pues la Alcaldía de Sitionuevo pone a disposición de la comunidad las embarcaciones que garanticen su llegada a la población vecina para continuar con sus procesos académicos.
Sin embargo, la zozobra no abandona el cuerpo de cada uno de estos jóvenes que sueñan con ser bachilleres.
“Es difícil porque nos estamos exponiendo, a nosotros nos toca ir a estudiar con chaleco salvavidas, es un peligro porque a veces viajamos con lluvia”, afirma la entrevistada. Durante estas épocas lluviosas, ni siquiera pueden dar las clases completas debido a que deben apurar el regreso a casa antes de que empiece a caer el agua.
El internet es otro de sus tantos dolores de cabezas y así lo deja ver con la expresión de su rostro cuando es consultada al respecto. Asegura que en Buenavista la señal no es buena y que, en pandemia, cuando se vieron obligados a llevar las clases a una improvisada virtualidad, debía montarse en la ventana de su casa con la esperanza de recibir algo de conectividad.
“Como siete horas de pie ahí, esperando a que se terminaran mis horas de clase porque no tengo internet”, relata.
Para continuar con sus estudios mientras había cuarentena, debía valerse del internet de otras casas del corregimiento, pero el proceso se le dificultaba por la distancia que la separa del punto emisor. Su casa, precisamente, está ubicada del lado del pueblo en donde reciben una conexión débil.
Su sueño, la docencia
Vivir en medio de la Ciénaga Grande de Santa Marta y estar experimentando de primera mano las dificultades que conlleva algo que muchas veces se da por sentado, como asistir al colegio, ha despertado en Eylín el anhelo de realizarse profesionalmente para ser ella un pilar en el desarrollo de su pueblo.
Las circunstancias la han hecho desear convertirse en docente en aras de poder impartir ella misma las clases de bachillerato en Buenavista y evitar que generaciones futuras sigan repitiendo el ciclo de tener que tomar camino, todos los días, en medio de este inmenso cuerpo de agua para recibir clases.
“Yo quiero estudiar docencia, mi sueño viene porque perdí dos años de clases por no tener profesores, cuando empecé a estudiar, tuve que esperar que profesores nos escogieran. Sólo hay una profesora de aquí y ella cobraba por dar las clases, entonces ella escogía a quién porque no podía darles clases a todos los niños, viendo que eran muchísimos los que estábamos esperando turno para poder entrar a estudiar”, cuenta ante las cámaras del medio, añadiendo con añoranza que, si no fuese por tal situación, ya se habría graduado.
Su deseo es poder salir de los palafitos al culminar el bachillerato para realizarse profesionalmente, para ello necesita una beca y es consciente de las dificultades a las que se enfrenta para alcanzar su objetivo, pues sus padres, afirma, “no tienen la comodidad para pagarle los estudios”.
“Siempre le doy muy duro al estudio porque sueño con ser profesora. Quiero irme a estudiar allá para venir a dar clases acá, quiero hacerlo por los niños y por mi pueblo, no quiero que quede estancado”, dice con una mirada llena de ilusión.
“Yo no quiero llevarme mi preparación a otro lugar, quiero traerla aquí y brindársela a los niños, yo aquí los enseño, los impulso a que no dejen el colegio, yo sé que aquí es difícil poder estudiar, pero les digo que sigamos luchando porque quizás algún día vamos a tener nuestro bachillerato acá”, explica.
En el corregimiento asegura que no hay mucho por hacer, desde los 14 años los niños ya se van adentrando en los saberes tradicionales de la pesca como única alternativa para sostener la vida en los palafitos. Por eso, dedica su tiempo libre a quedarse en casa, ver televisión, y, sobre todo, leer, una de sus grandes pasiones a través de la cual puede distraerse de la realidad que afronta Buenavista.
Entre sus historias favoritas destaca ‘100 Años De Soledad’ del maestro Gabriel García Márquez, quizás una de las razones por las que le apunta a ser profesora de lengua castellana. “Me encanta la lectura y la disfruto mucho”, reitera.
Eylín representa la realidad de muchos jóvenes habitantes de las comunidades anfibias de la Ciénaga Grande de Santa Marta, quienes empiezan a ver más allá de las opciones que ofrece la vida en un pueblo palafito.
A través de este relato que expone de manera clara los pormenores de un estudiante en Buenavista, OPINIÓN CARIBE hace un llamado a las universidades del territorio, la Universidad del Magdalena, la Sergio Arboleda y la Universidad Cooperativa de Colombia, es necesario voltear la mirada a estas comunidades olvidadas para impulsar el desarrollo de una generación que empieza a soñar en grande.
Es deber de todos, de las autoridades, incluso de los empresarios, para que sueños como estos se vuelvan una realidad.