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Columnistas

El fundamental respeto a las garantías en procesos seguidos por delitos de feminicidio

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El feminicidio es un tipo penal relativamente reciente en nuestro ordenamiento, fue integrado como delito autónomo en el art 104A del código penal a partir de lo estipulado en la ley 1761 de 2015, conocida como “Rosa Elvira Cely”, en memoria de ese escabroso episodio de la vida de una mujer abusada, empalada y asesinada en el parque nacional de bogota en el año 2012.

Llama la atención que todos reconocemos que vivimos en una sociedad machista, pero rechazamos fehacientemente el hecho de dar muerte a una mujer por ser mujer o por su condición de género. Es tan raro que asumimos normal burlarse de las personas trans pero no estamos de acuerdo con los locos que las matan, nos parece bien pensar que todas las mujeres de faldas cortas se están insinuando pero al mismo tiempo alzamos nuestra voz y decimos ¡no hay derecho que las maten por eso!

Esa falsa moral producto de una lamentable e histórica lógica machista y recalcitrante que en cifras significan cientos, miles de mujeres víctimas del horror y la práctica sociocultural del abuso.
Casos como el de Valentina son tan comunes como predecibles, entre otras cosas, porque ese mensaje del respeto a la mujer y la ruptura de cadenas de discriminación hacia la mujer arrastradas por siglos no se resuelven únicamente con su tipificación como hecho punible.

Es doloroso siempre, sobretodo cuando somos conscientes de la crueldad con la que someten a nuestras víctimas, y cuando son menores la situación se torna infinitamente desgarradora.

Recuerdo que una de mis mis primeras audiencias mientras realizaba consultorio jurídico en la universidad, y en el marco de aquella conocida ley de pequeñas causas, fue precisamente ejercer la defensa de oficio de un hombre que estaba siendo procesado por el ataque violento a su ex mujer, caratulado judicialmente en ese entonces como lesiones personales dolosas, aún no entraba en vigencia la discutida ley 1959 de 2019.

No se me borra jamás que en mis primeros intentos de contactar al agresor -quien no había sido capturado aún – decidí googlear su nombre completo, obteniendo la lamentable noticia de que un año atrás finalmente había dado muerte a su ex pareja sentimental y posteriormente se había suicidado.

Dirán todos: “terrible” si, tan terrible como típico, muchos de los delitos de femicidio llegan después de una escalada de violencia reconocida por la víctima y por el Estado como violencia intrafamiliar, a la que lamentablemente no le sabemos dar un efectivo tratamiento ni la sociedad ni las autoridades.

Y aquí quiero hacer un alto importante: Una sociedad que minimiza hechos de violencia dentro del entorno familiar es una sociedad que acepta la posibilidad de un daño irreparable a futuro para los más débiles de esa familia. Un vecino que ignora los gritos de una mujer que está siendo agredida al lado, al frente de su casa, o en la calle, es para mi un cómplice de estas estructuras de disvalor y no un ser “respetuoso de los problemas de pareja”, empecemos por entenderlo.

Volviendo a mi ejemplo, no hay que dejar de lado lo que sucede con el aparato de justicia, y es que -aunque tipificar no alcanza- es fundamental procesar a los agresores, llevarlos ante el aparato judicial y que sea éste quien trabaje con mucho ahínco para que finalmente esa víctima sienta que ha habido justicia. Debemos procurar todos que exista esa sensación de justicia en las víctimas, no solamente porque es lo mínimo que merecen sino para que los delitos sean cada vez más denunciados y los hechos sean menos.

Lamentablemente, no siempre resulta así. Me atrevo a considerar que son más los casos donde se percibe lo contrario por parte de las víctimas.

Sabemos todos las debilidades de nuestra institución jurisdiccional, pero el reciente caso de Valentina trespalacios (y la maravillosa capacidad de la virtualidad Judicial de acercarnos a las audiencias) nos ha mostrado un error que es grave, de aquellos que calan profundo en la legitimidad del aparato judicial y ni los abogados muchas veces percibimos: las garantías procesales se respetan, sea quien sea.

Las Garantias se resumen en aquel cúmulo de derechos establecidos por la constitución, los instrumentos internacionales y el legislador para proteger a las partes que integran un proceso penal, especialmente -hay que decirlo- para quien se encuentra en desventaja por ser el señalado dentro del mismo, el procesado.

Tenemos la errónea idea que a los monstruos hay que maltratarlos mientras los juzgan, que a los ladrones hay que aplicarles la famosa “paloterapia” antes que los vuelvan a liberar, y que a quienes como Jhon poulos han dañado de maneras horrendas a una mujer y la sociedad mediante sus acciones, hay que degradarlos de todas las maneras posibles, total ¡se lo merecen! y resulta que no.
Las garantías bien manejadas dentro de un proceso penal es lo mejor que le puede suceder a las víctimas, es la vía más idónea para finalmente obtener justicia.

Si todos trabajáramos en procura de procesos realmente garantistas, donde se respeten los derechos de víctima y victimario en un criterio de igualdad, me atrevo a pensar que no habría forma de dilatar procesos, de vencimientos de términos, de nulidades invocadas por los defensores, hagamos todos el esfuerzo de sostener debates probatorios limpios y veremos cómo todos finalmente ganamos esa deseada sensación de justicia.

Seguramente esa justicia no será la que provoca en lo más profundo de nuestro ser contra personajes horribles que han hecho lamentables actos, pero si aquella justicia restauradora de derechos no solo para quien ha sido afectada sino para la sociedad en sí misma.

Dejar atrás la venganza y los simbolismos insignificantes para dañar la dignidad a un ser que no escapará del accionar de la justicia, significa enlodar lo que requiere estar limpio. Lo verdaderamente importante aquí es aprender de estos hechos violentos para prevenir los mismos y no comprar esposas de colores para etiquetar a los presuntos responsables.

Valentina ahora es un ángel que espera justicia para ella y sus familiares mientras nosotros debemos por ella y por las cientos de miles de mujeres en el mundo asesinadas por su condición de genero aportar nuestro grano de arena para reconstruir nuestro tejido social lejos de la violencia de género.