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Columnistas

Duelen el Magdalena y Santa Marta

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Por: Saúl Alfonso Herrera Henríquez

Duele el Magdalena y duele Santa Marta, por lo que viendo, acusamos y padeciendo estamos, lo que debería mantener hoy más que nunca pleno simbolismo y virtualidad, por ser sentencia, declaración de una realidad y expresión de un anhelo de cambio, regeneración y transformación que nos falta en una ciudad y un departamento dislocados en mucho, excesivamente polarizados y radicalizados por quienes se hacen llamar políticos y siguen sin dar la altura que un verdadero político requiere, permanentemente enfrascados en insignificantes, dogmáticos e insustanciales debates en los que poco o nada importan los intereses superiores, los intereses generales y los problemas reales y acuciantes de la gente. Cada día es más evidente que en nuestros suelos faltan líderes verdaderos con visión de Estado, de administración pública, pero le sobran por todas partes oportunistas y ventajistas de la peor laya.

Vivimos una política mentirosa, estúpida, ahíta de egos infames, subidos personalismos, codicia y avaricia desatadas, electoralismo rastrero y transacciones continuas que en nada contribuyen a hallar los rumbos ciertos que consoliden a esta ciudad y a este departamento atribulados y desorientados, necesitados de inmediatos e importantes consensos y les sobran las trincheras ideológicas que desunen, enfrentan, complican, adormecen y hasta paralizan la gestión de los asuntos que requieren e importan a los asociados.

Poner por encima la conveniencia personal, lo partidario, el dividendo electoral y otros provechos mezquinos a ese bien superior que es el interés general, genera desilusión, desencanto, incertidumbre, pesimismo, antipatía, y desconfianza. Cada pueblo tiene los políticos que se merece, pero, creo y considero que no nos merecemos los que tenemos y menos en un momento como el actual. No vemos que nuestros dirigentes gestionan con eficacia, solidez, empeño y sin comprometer el porvenir de la presente y próximas generaciones, sino que siguen entregados a extraños y peligrosos populismos para mantenerse en sus poltronas; y lo que es peor, con la aquiescencia de un pueblo conformista, sin sangre en las venas ni sentido de pertenencia.

Nuestro gran problema es que no hemos resuelto los problemas que nos agobian, los difíciles exámenes que tenemos de inmediato a mediano plazo y con unas elecciones ad portas. Para llegar a esas citas con una ciudad y un departamento que funcione, alguna esperanza de seguir y algún alivio para los ciudadanos, deberían solucionarse algunos de los pequeños y grandes problemas que tenemos.

El problema es que no hay respuestas del gobierno, no hay medidas ciertas y las actuales son ineficaces, a lo que adicionarse deben un disparatado gasto público que cada día nos acerca más a ser más pobres y crecen inequidad y desigualdad. En lo político, todo es ineficaz, descontrolado e ineficiente, todo funciona peor y muchos y más son los visos y vicios de ilegalidad por doquier, que muestran un panorama de suyo complicado. Pero tranquilos, ninguno de los problemas, ni la suma de los mismos preocupan a nuestros gobiernos. Definitivamente si no fuera por ellos, Santa Marta y el Magdalena irían bien y mejor.