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Columnistas

La ley y la institucionalidad: ¿siempre cumplen su razón de ser?

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Por: Carlos Arteaga

No hay peor tiranía que la que se esconde bajo el amparo de las leyes y el calor de la justicia decía Montesquieu. Todavía sentimos los que abrazamos el credo cristiano un ligero estremecimiento con el oprobioso juicio de Jesucristo según las sagradas escrituras y recreado con enorme crueldad en algunas cintas de Hollywood. Todavía hoy nos asombra lo raquítico del acervo probatorio conque se enjuicio al hijo de Dios. Todavía nos conmueve la soledad conque enfrento tal infamia el hijo del hombre.

En libro los 12 juicios que cambiaron la historia del Instituto Nacional de ciencias Penales de ciudad de México (segunda edición electrónica,2019) se recrea en forma magistral y detallada algunas de las situaciones acontecidas en el desarrollado de ese juicio en el tema de competencias, y el roll del Sanedrín (Consejo Supremo de los judíos en asuntos de Estado y religión) y de Roma en la víspera de la crucifixión. Empero me interesa reflexionar mas sobre el tema de la ley y la institucionalidad y como en casos como los ilustrados tienen de fondo una injusticia respaldada en la ley y las instituciones.

Conocido es el tema de Sócrates, y su enjuiciamiento por “corromper “la juventud ateniense, cosa que no era nada distinto al habito de Sócrates, de no dar por sentado ninguna verdad, sin someterla al tamiz de la mayéutica, y con ello “parir” un nuevo saber. Que grandeza y atemporal resulta esto: Presuponerse ignorante para a partir de allí buscar o acercarse a la verdad. Por ello sus adversarios de ayer y sus discípulos de hoy no se les hacia muy gracioso el hombre y le terminaron condenando a beber la cicuta, muy a pesar de que pudo haber escapado como da testimonio el libro Critón o del Deber donde brilla Sócrates por su coherencia y ética implacable: Si ayude a construir la Polis y sus normas debo morir bajo sus reglas, ¡así sean abiertamente injustas!

Por último, la legislación del Tercer Reich como ejemplo extremo de una legalidad y una institucionalidad respaldada por una mayoría abrumadoramente que tras de si escondió una infame injusticia contra la población judía, y otros grupos minoritario en Alemania en ese momento. Luego de la segunda guerra mundial, no fueron pocos los hombres de reflexión en el campo de la ciencias jurídicas  que cuestionaron los elementos sustanciales del derecho, no ya con el ánimo de reavivar el debate entre iusnaturalistas y iuspositivistas , sino con el animo de encontrar unos contornos que permitiera distinguir claramente cuando estábamos frente a un derecho con alguna carga axiológica que respetara unos mínimos en su contenido o una legislación seudojuridica que esconde con enorme sutileza unos elementos de dudosa justicia material.

Ese debate de antaño, tiene enorme vigencia, de allí la lectura provechosa de autores como Michael Sandel, Jhon Rawls, Habermas, Stuart Mill, pues la democracia ,la institucionalidad y la producción normativa siempre tiene serios peligros en ciernes, máxime en el ahora que las enormes máquinas de desinformación públicas y privadas instalan mentalmente en las comunidades discursos y conceptos que, en no pocos casos, pueden estar amparados en la ley y la institucionalidad, pero son abiertamente perjudiciales para la misma sociedad que los avala, tales como la xenofobia, la insolidaridad, el racismo y otras expresiones que se apartan de lo que realmente es aceptable en un sistema que se precie de ser apegado a la democracia y el derecho.

No existe en mi opinión, la pretendida neutralidad que algunos hombres de las ciencias humanas y sociales se adjudican para posar ante el gran público como científicos rigurosos que están más allá del bien y el mal. En el país por desventura se ha instalado una casta de dirigentes que por arranques mesiánicos se creen revestidos de unos designios que recapitula un pensamiento inscrito en la filosofía de Aristóteles: Unos nacieron para gobernar y otros para obedecer, condición inexorable que les permite construir el derecho a su acomodo y la institucionalidad a su medida, con lo cual quien se erija contradictor de esas verdades, será un hereje ajeno al régimen y por ello incomodo.

He allí que en este intricado panorama la Institucionalidad se niega a renovarse, al cambio, así sea parcial, a la mejora continua, a la inclusión. Un statu quo que garantiza las injusticias históricas, que tiene como aliado de primer orden un órgano legislativo que no representa la voluntad popular, pues en ultimas pocos son los Senadores y Representantes a la Cámara que consiguen el voto con argumentos y persuasión sobre sus propuestas, y es el dinero a gran escala en unos y la burocracia y la contratación en otros el combustible que efectivamente los lleva al recinto de la democracia: Compra de votos. ¿A quién se deben? Al empresario, al contratista, al traqueto, al mafioso, etcétera. Escasamente el país político sube al poder en tiempos recientes por un acuerdo expreso de apoyo con sus electores.

El resultado es que la institucionalidad y el derecho como producción normativa ya no consulta el bien común y el interés general. Cuando uno expresa a las comunidades estos problemas vitales de la democracia creen que es una cantaleta de un loco más, cuando en verdad de allí pende la existencia presente y el futuro de la sociedad tan descarriada en la hora presente.