Columnistas
El vallenato trasciende fronteras

Por: Iván David Correa
En estos días veía en las noticias como se aprobó el proyecto de Acuerdo en el Concejo de Bogotá que estipula la creación del festival Vallenato al Parque, evento que por supuesto nos enorgullece a los que añoramos de sobremanera nuestra región sino que también establece una vitrina para que más personas conozcan de cerca lo que es el vallenato, y lo que representa, el vallenato que puede representar no solo un ritmo musical, sino una cultura que se basa en las vivencias y en los estados de ánimos, tanto de quien compone como de quien canta.
El vallenato tiene un carácter ancestral, establecido en la sinergia entre el acordeón que vino desde Europa a mediados del siglo XIX, entre la guacharaca y la caja de creación autóctona y por supuesto la idiosincrasia de la región que terminó adoptando este ritmo, que es el sur de la Guajira y el norte del Cesar, ahí es donde nace el vallenato, aunque los acordeones hayan llegado por Santa Marta. El vallenato nace como una parte de la cultura de esta zona, los cantos de vaquería fueron los precursores de este género que fue evolucionando hasta llegar a la primera etapa del vallenato, que es el nacimiento de los juglares, como Emiliano Zuleta, Lorenzo Morales, Leandro Diaz, Juancho Polo Valencia, entre muchos otros, los encargados de hacer que el vallenato saliera de su zona de origen para diseminarse a toda la costa a través de los duelos o piquerías entre los pueblos del Caribe.
Este ritmo siguió evolucionando hasta el vallenato de los años 70 y 80, un vallenato auspiciado por las disqueras de Medellín y Bogotá, donde nacen estrellas como Jorge Oñate, Diomedes Diaz, Los hermanos Zuleta, Iván Villazón, el Binomio de Oro de Rafael Orozco, donde el vallenato trascendió aún más fronteras al llegar al interior del país, tanto con su música como con la popularidad del Festival Vallenato, creado en 1968. Incluso hasta Suecia llegó con el Nobel de Gabriel García Márquez, donde el escritor al hacer una remembranza del origen de sus escritos, lleva a los hermanos Zuleta y una muestra cultural que engalanó por supuesto ese Nobel de todo el Caribe, y de Colombia. Muchas figuras también ayudaron en esa labor como Consuelo Araujo Noguera, el expresidente Alfonso López Michelsen, el mismo Binomio de Oro que internacionalizó el vallenato al llevarlo a Venezuela, Ecuador, Estados Unidos entre muchos otros países.
Luego vendría la Nueva Ola, que comienza con el siglo XXI, por allá, en el 2003 con la generación de Luifer Cuello, Kaleth Morales, Silvestre Dangond, Martín Elías Díaz, Peter Manjarres y la acentuación de esta tercera etapa que perdura hasta hoy, con la inclusión de la tecnología y del reggaetón, así como una comercialización más abierta del género.
El vallenato, más que un ritmo es una cultura que recorre cada una de las venas del caribeño, que ha representado amor, desamor, pena, dolor, sufrimiento, alegría, regocijo, que tiene una canción para cada momento de la vida, desde el nacimiento de un hijo, el matrimonio, la propuesta de noviazgo hasta la muerte de un amigo. La apertura de esta vitrina en la capital del país es un paso más que se da en favor del reconocimiento de los diferentes patrimonios culturales que tiene Colombia, de recordarnos que Bogotá es una ciudad de regiones y que cada vez los costeños tenemos mayores espacios para el reconocimiento de nuestras costumbres y tradiciones, que llevamos consigo desde el día en que partimos hasta el día en que nos vamos de este plano.
Este festival es la cúspide de la construcción de lo muchos otros han edificado, desde los tiempos de los cantos de vaquería, de los piques entre esas leyendas allá en Guacoche, de la lucha que dieron los juglares por el Festival Vallenato allá a finales de los 60’s y por supuesto, un logro de la herencia que hemos recogido de ellos y que llevaremos consigo a donde vayamos, el vallenato seguirá trascendiendo fronteras y rompiendo techos cada vez más altos y más lejanos.
