Editorial & Columnas
Votar en blanco: un acto de lucidez ante el atraso del Magdalena
No es desinterés, sino una respuesta lúcida ante un debate sin ideas. En un departamento que aporta poco menos del 1,5% al PIB nacional, con un ingreso per cápita de US$3.141, exportaciones inferiores al promedio nacional y 435 homicidios en su subregión norte, el continuismo y la improvisación han reemplazado la política por la propaganda.
Por: José D. Pacheco Martínez
En el Magdalena, votar en blanco no es un gesto de apatía: es un acto de inteligencia cívica. La última encuesta de Líder Poll revela que el 44,8% de los ciudadanos optaría por esa alternativa. No porque hayan perdido la fe en la democracia, sino porque han comprendido que lo que hoy se ofrece no es política, sino una sucesión de discursos vacíos, sin programa ni propósito.
El atraso del departamento no es un eslogan opositor; como dicen algunos que reciben demasiada atención de los medios de comunicación; es una realidad estadística. Según datos del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo y el DANE, el Magdalena solo aporta el 1,35% al PIB nacional, su PIB per cápita es de apenas US$3.141, frente al promedio nacional de US$6.649 y sus exportaciones per cápita (US$681) representan casi la mitad del promedio del país (US$1.101). En palabras castizas: producimos poco, exportamos poco y dependemos demasiado del Estado.
Más en detalle, la composición del PIB explica por qué el desarrollo no llega. El 25,1% de la economía departamental, según datos reiterados por entidades del Estado, proviene de la administración pública, el 20,3% del comercio y el hotelería, y solo el 8,3% de la agricultura y la pesca, pese a que más del 51% del territorio tiene vocación agrícola. Los sectores que podrían generar transformación: industria, manufactura, telecomunicaciones o innovación, apenas alcanzan entre el 2% y el 4%.
Esto significa que el Magdalena sigue atrapado en una economía de servicios informales, sin diversificación ni valor agregado. A esta fragilidad económica se suma una crisis humanitaria profunda. De acuerdo con la Plataforma de Defensores de Derechos Humanos y Liderazgos de la Sierra Nevada (PDHAL), en lo corrido de 2025 la subregión norte registra 435 homicidios, especialmente en Ciénaga, Santa Marta y Zona Bananera. El territorio donde deberían florecer proyectos agroindustriales y turísticos, hoy está marcado por la disputa armada entre las Autodefensas Conquistadoras de la Sierra Nevada (ACSN), el Ejército Gaitanista de Colombia (EGC) y la organización de Los Primos.
Estos datos, lejos de ser cifras frías, deberían ser el eje de cualquier programa de gobierno. Sin embargo, ningún candidato los menciona. Ni los del continuismo, que prometen seguir la misma senda sin autocrítica, ni los autoproclamados renovadores, que repiten diagnósticos sin proponer soluciones concretas. En todos los casos, el debate se reduce a consignas vacías, acusaciones personales y lealtades partidistas que nada tienen que ver con el futuro del departamento.
El Magdalena necesita ideas, no promesas. Necesita hablar de cómo mejorar la productividad agrícola, de cómo industrializar el puerto de Santa Marta convertido hoy en un enclave del narcotráfico, de cómo convertir su vocación pesquera y agroalimentaria en empleo digno. Pero el debate público sigue anclado en la misma confrontación estéril de hace una década y el retorno de la lucha de clases.
Ningún aspirante explica cómo elevar las exportaciones, reducir la dependencia fiscal o revertir la informalidad laboral que afecta a más del 60% de los trabajadores. Por eso el voto en blanco es más que una opción válida: es una declaración de dignidad. Es la forma de decir que el Magdalena no quiere elegir entre el retroceso y la improvisación, que la ciudadanía está dispuesta a esperar un liderazgo con visión, antes que seguir repitiendo los mismos errores.
Votar en blanco es suspender la confianza hasta que la política vuelva a merecerla. Los datos oficiales son claros: un departamento con 1,47 millones de habitantes, una economía de servicios precarios y una violencia que se ha cobrado cientos de vidas no puede seguir gobernado por el cálculo ni por la herencia política.
Así las cosas, la decisión de votar en blanco que impulsamos y que avala más del 44% de los encuestados por Líder Poll, no busca deslegitimar el sistema, sino obligarlo a evolucionar, porque cuando la dirigencia ignora las cifras y los diagnósticos, cuando el debate se vacía de contenido, esa opción constitucionalmente válida, se convierte en el último refugio.
Pdta.
Es importante aclarar que abstención no es lo mismo que votar en blanco, pues este segundo mecanismo de participación ciudadana tiene efectos claros y contundentes, los cuales se encuentran contenidos en el parágrafo 1 del artículo 258 de la Constitución Política en los siguientes términos: “deberá repetirse por una sola vez la votación para elegir miembros de una Corporación Pública, Gobernador, Alcalde o la primera vuelta en las elecciones presidenciales, cuando del total de votos válidos, los votos en blanco constituyan la mayoría. Tratándose de elecciones unipersonales no podrán presentarse los mismos candidatos”.
