Editorial & Columnas
El diálogo: la herramienta olvidada que puede transformar al Magdalena y a Colombia
Por Ives Danilo Díaz Mena
En Colombia, hemos llegado a un punto donde se habla más de lo que se escucha, donde cada quien defiende su verdad con uñas y dientes, sin detenerse a comprender la del otro. El ruido de los discursos ha terminado por silenciar lo más importante: la palabra que construye, que reconcilia, que une.
En el Magdalena, esa realidad se siente con fuerza. Somos una tierra diversa, rica en historia y talento, pero también marcada por las divisiones políticas y sociales. En lugar de tender puentes, muchos prefieren cavar trincheras. Sin embargo, estoy convencido de que el diálogo sigue siendo el puente más fuerte para unir lo que otros quieren dividir.
El diálogo como antídoto del odio
En un país donde la polarización se ha vuelto parte del paisaje, el diálogo representa un acto de valentía. No de debilidad, como algunos creen, sino de madurez.
La filósofa Hannah Arendt (1958) decía que “el poder surge cuando las personas actúan juntas, no cuando se imponen unas sobre otras”.
Y es precisamente eso lo que necesitamos recuperar: la fuerza de construir desde las diferencias, no destruir desde el resentimiento.
Dialogar no significa renunciar a las convicciones, sino reconocer la dignidad del otro. Significa entender que la política no es una guerra por tener la razón, sino un espacio para encontrar soluciones.
La pedagogía del diálogo
Desde las aulas hasta los barrios, el diálogo debe ser una herramienta pedagógica.
El educador Paulo Freire (1970) afirmaba que “el diálogo es el encuentro amoroso entre los hombres que, mediatizados por el mundo, lo pronuncian y lo transforman”.
Esa frase encierra una verdad profunda: cuando aprendemos a dialogar, aprendemos también a convivir, a respetar y a transformar.
El Magdalena necesita esa pedagogía del diálogo. Porque no habrá desarrollo posible si no aprendemos primero a escucharnos. Si no somos capaces de sentarnos a hablar sin gritos, sin etiquetas sobre el agua, la salud, la educación o el empleo, entonces seguiremos condenados a repetir los mismos errores.
El diálogo político: escuchar para gobernar
La política perdió su esencia el día que dejó de escuchar.
Hoy muchos aspiran a cargos, pero pocos se sientan a oír al pueblo. Gobernar no es repartir privilegios ni imponer verdades; gobernar es escuchar para transformar.
Un líder que no escucha termina gobernando solo para su ego. En cambio, quien basa su gestión en el diálogo, construye con legitimidad, con respeto y con amor por su tierra.
En un territorio como el nuestro, esa es la verdadera revolución que necesitamos.
El Magdalena que puede nacer del diálogo
Imagino un Magdalena donde los líderes no se ataquen en ruedas de prensa, sino que trabajen juntos por el bienestar común.
Un departamento donde los campesinos, empresarios, docentes, artistas y jóvenes participen en la misma conversación sobre el futuro.
Un territorio donde el diálogo no sea un discurso bonito, sino una práctica diaria. Porque el diálogo no solo reconcilia, también inspira confianza, motiva y transforma.
De ese diálogo puede nacer el verdadero Magdalena que soñamos, un lugar donde las diferencias no dividan, sino que impulsen el cambio.
Conclusión: volver a creer en la palabra
Hoy, más que nunca, Colombia necesita líderes que crean en la palabra, no en la confrontación.
Que comprendan que la política es servicio y que el diálogo es la herramienta más digna del ser humano para sanar, reconciliar y construir futuro.
Yo creo en el diálogo porque creo en la gente. Porque hablar con el corazón es el primer paso para transformar una sociedad.
Y porque, al final, más allá de cualquier diferencia, siempre voy con el Magdalena en el corazón.
