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Editorial & Columnas

Santa Marta y el Magdalena no cambiaron, cambió quien manda

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Doce años mantuvo Fuerza Ciudadana el poder en la ciudad y seis lleva controlando el Departamento, hoy Santa Marta y el Magdalena siguen esperando el cambio que alguna vez se prometió con tanta vehemencia.

El movimiento que nació como una alternativa progresista, ciudadana y transformadora, terminó convertido en un proyecto político que gira en torno a un solo individuo, la idea de una política diferente se diluyó en el tiempo, reemplazada por una maquinaria de control territorial y simbólico que ha mantenido el poder, pero no ha logrado transformar la realidad de fondo.

Durante más de una década, Santa Marta y el departamento han vivido bajo un relato constante de cambio y esperanza, repetido en cada campaña, en cada discurso y en cada live de redes sociales. Sin embargo, los hechos son inmunes a los discursos: los indicadores sociales y económicos del distrito y el departamento se mantienen entre los peores del país.

La falta de agua potable sigue siendo una herida abierta; la informalidad laboral continúa como norma; la pobreza multidimensional apenas se ha movido, la educación nunca fue una prioridad y los proyectos estratégicos que debían marcar una nueva era se quedaron a mitad de camino o atrapados en disputas políticas interminables o narrativas de persecución.

El poder de Fuerza Ciudadana, consolidado a lo largo de estos años, no se ha traducido en una institucionalidad más fuerte ni en una ciudadanía más empoderada. Por el contrario, el liderazgo se ha vuelto cada vez más personalista, concentrando la política local en la figura de una solo persona , mientras los cuadros intermedios repiten consignas y los nuevos liderazgos se diluyen bajo la sombra de un nombre.

Lo que alguna vez fue un movimiento de participación se transformó en un culto al liderazgo, en una estructura cerrada y dependiente, donde la lealtad importa mucho más que la capacidad o los resultados.

El problema de ese modelo no es únicamente ético, sino profundamente político. Cuando el poder se usa para alimentar una narrativa personal, las instituciones pierden autonomía, la crítica se castiga y el debate público se empobrece. La gestión se convierte en propaganda, los logros se exageran y los fracasos se justifican en conspiraciones o persecuciones imaginarias. Es la trampa del populismo: se alimenta de la emoción, pero carece de resultados sostenibles.

Doce años son suficientes para evaluar un proyecto político. Y si se mide por sus resultados, Fuerza Ciudadana ha demostrado ser más eficaz para conservar el poder que para resolver los problemas estructurales del territorio. No hay grandes avances en educación, ni en infraestructura, ni en desarrollo económico. Tampoco en confianza institucional. La promesa de cambio terminó convertida en un ciclo de confrontaciones, excusas y discursos que ya pocos creen.

Hoy, con nuevas elecciones a la vista, en este caso el departamento del Magdalena tiene la oportunidad de revisar su rumbo. No se trata de negar lo que pudo haberse hecho bien, sino de reconocer que el modelo está agotado. La ciudad necesita gestión, no propaganda; necesita instituciones, no caudillos. Santa Marta no cambió: cambió quien manda, y con eso no alcanza.