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Columnistas

Vamos a rodar – Por: Víctor Rodríguez F.

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Por: Victor Rodriguez

Por: Victor Rodriguez

“¡Ramón, Manuel, Pepe, Elías, a levantarse!

¡El que se quedó, se quedó!

¡Yo no espero a nadie… vamos a la playa!”

Esas palabras resuenan en mi memoria hoy 50 años después que fuera el estribillo de cada domingo en mi casa. Mi papá, hombre madrugador de todos los días, nos despertaba de lunes a viernes a las 4:00 am para hacer la rutina de arreglarnos para ir al colegio; el programa dominical era en familia, nadie podía decir que no quería ir, todos además queríamos, lo que no nos gustaba era madrugar a las 6:00 am para ir a misa al Seminario San José con el Padre Rolón.

Después de la misa, a la salida siempre estaba Don Pepe Vives, rodeado de sus nietos, nunca los conté, pero eran como las arenas del desierto, “abuelito, una moneda”, Don Pepe siempre le daba una moneda a cada nieto, en mi memoria recuerdo a Luis Eduardo y Margarita con la mano extendida.

Salíamos de misa y nos embarcábamos en la Ford 100 modelo 1950, un camioncito que mi papá había comprado en un remate de vehículos de la policía, de ahí sus colores gris y crema, era el carro con que se transportaban los materiales de construcción de la fábrica Mosaicos Atlas propiedad de mi papá, y al mismo tiempo era el carro familiar. Sus compuertas de madera siempre estaban puestas para el domingo, pues los hijos de la familia Rodríguez Fajardo íbamos ahí junto con nuestro fiel pastor lobo “vallenato”, todos a sentir el viento en nuestras caras con rumbo a El Rodadero.

Atrás quedaban las idas a la bahía de Santa Marta y las casillas de madera de José, donde uno se cambiaba el vestido de baño, por la nueva playa que era la novedad del momento. “El Rodadero” una urbanización con calles pavimentadas, alumbrado, pero con escasas construcciones. El Rodadero de mi niñez era un territorio por descubrir donde uno encontraba cardúmenes de sardinas pasar por la orilla en aguas cristalinas, jaibas y cangrejos a lo largo de la playa y una particular planta que era el dolor para quienes nos gustaba andar descalzos, “Manca tigre”, así le decíamos a una planta de un fruto espinoso de apariencia inofensiva por su flor amarilla pero de dolorosa recordación.

El Rodadero de mi niñez eran los 5 o 6 kioscos de madera y paja, el bus “Mi Ranchito”, el promontorio de arena que remataba en el mar y El Mar… ¿para qué más?, Ese bus, típico icono de nuestra historia, era conducido por Julita, mujer de temple y visionaria con quien estamos en deuda los samarios; hago un paréntesis en la narración, en la Santa Marta de 1965 época que trato de contarles, dos mujeres hacían trabajos que supuestamente solo hacían los hombres: Julita, quien manejaba un bus turístico entre la bahía de Santa Marta y El Rodadero llevando pasajeros y mi mamá, doña Ana quien manejaba el camioncito de nuestra empresa familiar llevando materiales de construcción a las urbanizaciones que adelantaba el desaparecido Instituto de Crédito Territorial, Almendros I, II y III etapa, Bastidas y Santa Catalina.

No sé la razón, pero de todos los que atendían los puestos de comida en estos kioscos, mi papá escogió el de Santana. “El Negro Santana”, como todos lo conocemos. Se extraña la sonora carcajada con la que siempre nos recibía “¿Quién quiere gaseosa? – Compren. ¡El que me pida no le doy y el que no me pida es porque no quiere!

Santana es de las personas que recuerdo con alegría, creo que todos los samarios de mi generación coincidimos al describirlo como una persona noble, de gran corazón, atento y de una gran chispa, me he enterado que ahora vive en centro América pero viene con regular frecuencia a Santa Marta. Seguro podríamos recordar gratos momentos con él. El Kiosco de Santana aún existe y queda al pie del promontorio, ícono del turismo nacional “El Rodadero”, cuando aún no se construía el edificio El Peñón del Rodadero, ese era el paraíso para todos los que íbamos a este muy especial lugar, subíamos descalzos a la parte más alta para bajar rodando hasta llegar a las cristalinas aguas de ese entonces, no había riesgo de accidente de botella o escombros en la arena, por eso nuestra generación vivió una de las experiencias más fascinantes que nuestros hijos y nietos tratan de imaginar con nuestras historias. Era el sitio para encontrarse los novios, los niños, las familias, el turismo, que en su gran mayoría era local, no podíamos ni creer que todo terminaría en la invasión que hoy no es necesario describir.

No solo la construcción del Edificio El Peñón del Rodadero tiene una deuda impagable con Santa Marta, sino como dice el dicho, “cotudo y con paperas”, la concesión que permitió la instalación del parque acuático, generó un nuevo negocio para algunos, pero sepultando una importante parte de nuestra historia. Hoy con dolor y vergüenza con nuestra historia, registramos la orden de la Dimar para la demolición y desaparición de la única prueba del origen de El Rodadero, los kioscos tienen sus horas contadas y solo argucias de algunos abogados han logrado darle un poco de tiempo más, esta medida se toma sin considerar que, por ejemplo, el Ministerio de Cultura podría tomar cartas en el asunto para buscar preservarlo como un asentamiento histórico, que junto a la gastronomía autóctona de la cual nos sentimos orgullosos forma parte del patrimonio cultural de esta ciudad; pargo frito, patacón, arroz de chipi chipi, sancocho de pesca‘o, arroz de coco dulce, eran los platos que nos encontrábamos en estos sitios fundadores de El Rodadero. Tratarlos hoy como reserva cultural e histórica sería la forma leal de preservarlos y garantizarles futuro. Las construcciones y edificaciones bien podrían tener un plan de mejoramiento y con esto, retornar a la inclusión de la ruta turística a ofrecer a nuestros visitantes.

Debo hacer un reconocimiento al alcalde Carlos Caicedo Omar, pues respecto a la recuperación de este valioso espacio para los samarios, se posicionó en nuestro imaginario colectivo que no había nada que hacer y que ante nuestros ojos en forma impune desaparecería de manera permanente esa representativa porción de nuestra historia; por eso, cuando el alcalde convoca a los samarios, y Carlos Vives dice presente, es toda la ciudad la que se estremece y nos sentimos comprometidos a apoyar este liderazgo emprendido. No solo fue la demolición de una construcción que fue una cicatriz en la cara de nuestra historia de El Rodadero sino es la recuperación en sí de nuestro patrimonio, de nuestro Rodadero.

Hoy estamos seguros que podemos volver a vivir la experiencia de rodar y ya no tendrán que solo imaginarla mis hijos y tratar de dibujarla en sus cabezas con mis historias, estoy seguro que muy pronto, los voy a invitar, un domingo, sin madrugar… a rodar en El Rodadero.

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