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Editorial & Columnas

Cuando el espejismo se convierte en infierno: una carta desde Cuba

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Por: Harold Castañeda Robles

Hay textos que no deberían pasar desapercibidos. Palabras que, aunque brotan desde una realidad lejana, tocan una fibra profunda porque retratan el destino al que muchos, si no despertamos a tiempo, podríamos también estar condenados. Hace pocos días llegó a mis manos una carta escrita por un cura rural cubano. No tiene cargo político, no milita en ningún partido. Solo tiene ojos, conciencia, y el valor para decir lo que millones en su país apenas susurran: Cuba ha fracasado.

Y lo dice con dolor, no con odio. Con serenidad, no con rencor. Pide, casi como un ruego, que la izquierda latinoamericana y europea deje de aplaudir ese espejismo que tanto ha costado a su pueblo. Que acepten, aunque duela, que el experimento socialista que por décadas muchos defendieron como modelo, solo ha sembrado ruina, miedo y exilio.

No se trata de un ataque ideológico. Se trata de una súplica humana. Y es necesario escucharlo. Porque lo que ocurre en Cuba no es un caso aislado, ni un hecho fortuito. Es el resultado directo de políticas y estructuras que, repetidas bajo distintos acentos en América Latina, han producido exactamente los mismos efectos: represión, miseria, migración masiva, silencio forzado y colapso institucional.

Hoy en Cuba hay apagones de más de 20 horas diarias. El país entero depende de buques de gas licuado que solo garantizan combustible para tres semanas. Las termoeléctricas están averiadas o fuera de servicio por falta de mantenimiento. El pan escasea. El agua llega en camiones cisterna. Las farmacias están vacías. El dinero en efectivo ha desaparecido. Las transferencias digitales no funcionan por la caída del sistema eléctrico. Y como si fuera poco, la inflación es tan descontrolada que una libra de carne cuesta lo que un salario mensual.

Los hospitales están colapsados. Las escuelas, deterioradas. La producción agrícola, en ruinas. Los maestros se desmayan en las aulas por hambre agotamiento. Los cirujanos encienden carbón en las aceras para cocinar. Y mientras tanto, el gobierno sigue invirtiendo millones en hoteles de lujo y torres corporativas destinadas al turismo extranjero, un turismo que ya ni siquiera llega. ¿Qué lógica es esa?

La desesperación ha comenzado a explotar. Las universidades médicas han sido escenarios de protestas. Estudiantes sin agua, sin comida, sin electricidad, sin respeto, sin futuro, han alzado la voz y han sido amenazados con perder la beca. Mientras tanto, miles de cubanos se lanzan al mar, cruzan selvas, buscan cualquier forma de huir, aun a riesgo de perder la vida. Otros se apagan en silencio, sin fuerzas ni esperanza.

Y sin embargo, desde fuera, hay quienes siguen aplaudiendo ese “modelo”. Siguen llamando “resistencia” a lo que en realidad es resignación. Siguen celebrando lo que llaman “soberanía”, aunque el pueblo haya perdido todo control sobre su presente y su futuro.

A los que siguen defendiendo ese discurso desde la comodidad de sus países democráticos, el sacerdote les dice: “Si no pueden admitir que hemos fracasado, al menos aprendan a callar”. Es una frase dura, pero justa. Porque hay una forma de complicidad que no se basa en el silencio, sino en la ceguera voluntaria. Esa que elige creer en un ideal, aunque el precio lo paguen otros.

Muchos en América Latina, especialmente en países que viven momentos de transición política, deberían leer esa carta como una advertencia. No es teoría. No es propaganda. Es la voz de alguien que vive, respira y sufre la consecuencia real de un sistema que prometió justicia y sembró ruinas. Y no es el único caso: Venezuela, Nicaragua y hasta sectores en Argentina muestran síntomas similares cuando se abrazan modelos estatistas, verticales, centralizados y represivos, que se sostienen en el control del discurso, la persecución del disidente y la supuesta “protección” del pueblo, aunque este se muera de hambre. Alerta Colombia.

No hay que tener miedo a la justicia social. Pero sí hay que tener miedo a los discursos que se apropian de ella para imponer regímenes autoritarios disfrazados de esperanza.

Hay que abrir los ojos antes de que sea tarde, antes de que las promesas de igualdad se conviertan en realidades de miseria. Antes de que el sueño se vuelva pesadilla.

En América Latina aún hay tiempo. Aún se puede mirar a Cuba y decir: no queremos eso para nosotros. Aún se puede votar con memoria, con responsabilidad, con sentido histórico. Aún podemos distinguir entre las reformas que buscan mejorar la vida de todos y los proyectos que, en nombre del pueblo, destruyen al pueblo.

Todos estamos en el fango, sí, como decía Oscar Wilde. Pero algunos todavía levantamos la mirada hacia las estrellas. Algunos todavía podemos elegir.