Columnistas
Recuperar la confianza
Por Rubén Darío Ceballos
Siempre he escuchado y leído que los regentes de las entidades públicas, a la par de cumplir bien y mejor con su cabal responsabilidad, tienen el imperioso e ineludible compromiso de generar confianza y optimismo en la gente a quienes obligadamente tienen que servir. De allí que requiramos en los cargos de más grandes responsabilidades, servidores públicos que con su experiencia, profesionalismo y trabajo generen esperanza, confianza y tranquilidad a una sociedad agraviada y agobiada por las concusiones de muchos de ellos, quienes solo ven en los mandatos de su encargo el provecho personal.
Cuando esto acontece, como pasa en muchos, por no decir en la mayoría de los casos, se presenta el decaimiento, desaliento y pesimismo del ánimo y alma popular, lo que impone el que todos a una debamos como ciudadanos de bien, actuar con franqueza, de frente y con mirada de largo alcance ante los desajustes que esta clase de práctica nocivas y lesivas engendran. Muchos de nuestros servidores públicos no han entendido (y si lo saben pasan por encima de toda ética, honestidad, probidad, pulcritud) que son ellos frente a la sociedad, los depositarios directos de la confianza que debe brindar la institucionalidad, que igualmente debe reflejar firmeza y seguridad respecto del actuar en la cosa pública que genere familiaridad y confianza en los gobernados. Esto es, unas dependencias con autonomía plena, desde las cuales sienta la comunidad que sus integrantes les están dando o mejor, regresando la confianza, la tranquilidad, la seguridad y la certidumbre a nuestra sociedad.
La confianza de la ciudadanía decae día tras día y crece el desafecto. No hay credibilidad y nadie confía en el buen funcionamiento de las instituciones. No se siente motivación. No se ven proyecciones de valía en esta dirección. Conclusión, algo hay que hacer de fondo y sin vacuas peroratas que a nada conducen. La confianza sólo se recupera con rectitud por parte de quienes están en la administración pública; y, en la política, con acciones capaces de convencer a la gente de que algo se puede y se va a arreglar.
Mas no es suficiente decir que se puede, toca ponerse en ello y demostrar que realmente se va a hacer algo que satisfaga, por lo menos, algunas de las demandas colectivas. Es cambiar de actitudes, pasar de la potencia al acto con modestia, razonabilidad, discernimiento, adaptación y mucha paciencia, virtudes que fortalecen el ser, hacer y quehacer político y administrativo público, en lo que importa buscar los puntos de encuentro, luchar contra la impunidad y los corruptos, mejorar el escogimiento de los servidores públicos. Ir tras grandes objetivos. Muchas instituciones se han deteriorado y convertido en escenarios cerrados que no ven más allá de asegurar la permanencia de quienes están en ellas y se siguen mostrando obsoletas, rígidas e impermeables a los requerimientos de la comunidad.
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