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Una doble tragedia

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El pueblo Yukpa vive una doble tragedia, porque, además de compartir con sus paisanos la desdicha de ser desplazados, también enfrenta limitaciones de costumbres y lengua. Dantesca escena de un doble dolor.

Gennys Alfonso Álvarez

Colombia atraviesa por una de las crisis humanitarias más grandes de las últimas décadas por la llegada masiva de migrantes venezolanos, la cual ha ocasionado que el sistema del Estado tenga que abrir nuevas rutas para atender a los más de 1 millón 400 exiliados.

El resultado de una crisis político – económica en un país trae consigo históricamente el éxodo de una sociedad en medio del enfrentamiento de poderes. Tal desplazamiento origina pobreza, hambre y muerte. Colombia no ha sido la excepción, según el Alto Comisionado de las Naciones Uni-das para los Refugiados (Acnur), entre 1985 y 2018 fueron removidos de sus tierras unos 7.7 millones de colombianos como efecto de la guerra, la cual no hizo distingo de raza, et-nia, género ni clase social. Este panorama social motivó una salida apresurada, entre otras razones, por la inestabilidad financiera de varias familias, de marcharse del país para re-fugiarse en países fronterizos como Venezuela que pasaba por un esplendor económico y una alta valoración de la mo-neda local.

La historia se repitió, pero en esta ocasión se invirtieron los papeles, ahora quien migró ayer, hoy le tocó recibir. De acuerdo con el último informe de la Acnur, en Colombia se encuentran cerca de 1 millón 400 mil venezolanos entre re-gulares e irregulares, causando el colapso de un Estado que no estaba preparado para la cantidad de visitantes y la ins-tancia de estos en el país. “Es el Magdalena el sexto depar-tamento que tiene permanencia constante de migrantes ve-nezolanos, en total son 70.327 ciudadanos. Es decir, que en este territorio se encuentra el 5 % del número nacional. De esos, solo en Santa Marta hay 35.615 refugiados lo que equivale al 7 % de la población samaria”, expresó Felipe Muñoz, gerente de fronteras colombo – venezolanas, meca-nismo de la Presidencia de la República para la crisis huma-nitaria.

No obstante, los resultados aportados develan que los más afectados por el desplazamiento producto de la dictadura chavista de Maduro son los niños, quienes padecen desnu-trición y enfermedades por efecto de la caótica calidad de vi-da que enfrentan. Pero, hay un fantasma que rodea a los in-fantes venezolanos, una aparente explotación por sus pa-dres y hasta por terceros, creando redes de mendicidad.

Sandro Murcia, encargado de Migración Colombia en el Magdalena, afirmó, al respecto, que “la mendicidad ajena es una forma de trata de personas, ya que los niños son instru-mentalizados.

En la ciudad hay 3.582 niños con Permiso Especial de Per-manencia (PEP); 1.201 niños con permisos diferentes, de los cuales 703 son niños y 549 niñas. Asimismo, habitan en la capital 23 infantes visados, mientras que 4.215 son irregula-res, los cuales no pueden acceder a las ofertas de salud, en-tre otras. Sumando las cifras, son 9.021 niños, que equivalen al 13 % de la población venezolana asentada en esta ciu-dad”.

Las estadísticas no escapan a una población indígena que padece una doble crisis, además de correr la misma suerte de sus coterráneos, también les toca enfrentar la cruda reali-dad de las limitaciones de cultura, lengua y costumbres, es-tos son los Yukpas, una etnia aborigen con presencia en la serranía del Perijá en Colombia y Venezuela, son llamados también Yuko o Yuco, su antiguo territorio se extendía por el occidente desde el río Cesar, en Colombia, hasta el lago de Maracaibo en Venezuela, convirtiéndose en un pueblo con presencia binacional.

La Organización Nacional Indígena de Colombia (Onic) esta-bleció que en el censo poblacional de esta tribu alcanza los 4.761 habitantes extendidos en los departamentos de Cesar, La Guajira y Cundinamarca. En sus inicios fueron una civili-zación sedentaria, pero con el paso de los tiempos y las dis-tintas invasiones, migraron errantes por diferentes lugares y se configuraron en una casta seminómada.

En Venezuela se encuentran asentados aproximadamente 10.000 Yukpas en las zonas fronterizas de los Estados de Zulia, Táchira y Apure. Los migrantes han ingresado al país desde 2017, con una masiva llegada de unos 500 indígenas, que encontraron refugio en la ciudad de Cúcuta, primera ruta de acceso a Colombia. En esta ciudad limítrofe, dos mamos de esta etnia solicitaron al Gobierno Nacional por medio de una acción de tutela los derechos a la vida e integridad per-sonal, la igualdad, la atención humanitaria de emergencia, la salud, saneamiento básico y el mínimo vital, pero tal solicitud fue negada.

Las precarias condiciones los empujaron a tomar otros ca-minos para liberarse de la crisis, llegando así a ciudades de la región Caribe, como Barranquilla y Santa Marta, donde su suerte no ha sido nada diferente. Su actividad laboral es la mendicidad, de la cual participan, especialmente, los niños. En la capital del Atlántico fueron sorprendidos 34 indígenas viviendo debajo de un puente en la Avenida Murillo, los nati-vos aducen estar en ese lugar hace más de 5 meses, viviendo en un completo estado de indigencia. Y si por allá llueve, en la samaria no escampa, su cruda realidad ha provocado muerte y más hambre.

RADIOGRAFÍA DE LOS YUKPAS EN SANTA MARTA

‘La ciudad dos veces santa’ no es ajena a ofrecerle, como la mayoría de las ciudades del país, un destino incierto a los yukpas en razón de las dinámicas económicas locales. Un indígena que llega de otro país, tal vez de forma irregular, se estrella con una capital con alarmas encendidas en temas de pobreza, empleo y calidad de vida. Según el informe de San-ta Marta Cómo vamos, esta ciudad registró en 2018 que el 37 % de la población es pobre y que el desempleo es de un 8 % pero con una tasa de informalidad del 62.1%. ¿Si los nacionales venezolanos padecen, cuánto más un Yukpa que casi ni puede hablar bien el español? La crisis es más de lo que se cree.

De acuerdo con las estadísticas de seguimiento y control por parte de la Alcaldía distrital a la dispersión territorial de la et-nia, la directora administrativa de Infancia y Adolescencia de Santa Marta, Mery Bonett, quien entregó un censo aproxi-mado, “después de un mes de trabajo interinstitucional, y una intervención a un grupo ubicado en la Bahía, se pudo establecer que había 17 familias entre las que se contaban 29 menores de edad”. Debido a su situación cultural de se-minómadas, no se descarta la posibilidad que haya un mo-vimiento cíclico alrededor de capitales vecinas más grandes o poblaciones municipales en otros departamentos.

Los yukpas asentados hasta hoy en semáforos, plazas, cen-tros comerciales y hasta escenarios deportivos de la ciudad, son provenientes del corregimiento de Sirapta, jurisdicción del municipio de Machiques, ubicado en la serranía venezo-lana del Perijá en el Estado de Zulia, que llegaron hasta aquí buscando otras oportunidades laborales. Pero en torno al hecho, sociológicamente hay un detalle que llama la aten-ción de la lista de migrantes indígenas, que casi el 90 % de las personas refugiadas son mujeres y niños, y ¿Los hom-bres qué?

“Nosotros nos vinimos por la situación de Venezuela, allá hay hambre y no se consigue nada. Llegamos a Colombia enfermos y en mi caso, tengo que decir que aquí me devol-vieron la vida, si me hubiese quedado allá, me hubiese muerto. Nosotros estamos necesitados de comida. Yo al principio cuando llegamos, buscaba entre la basura para comer algo, porque me daba pena pedir. Ahora los que piden son mis muchachos para comprar las medicinas que necesi-to. Nosotros dormimos en cualquier lado, en la calle, pero, no nos importa, porque por lo menos acá comemos, pero allá no”, expresó Nacací Romero, indígena yukpa.

El fenómeno migratorio de la etnia no fue tan notorio en San-ta Marta como en otras ciudades, hasta que empezaron a es-tacionarse masiva y repetitivamente en los semáforos con letreros en donde mostraban su condición de desplazamien-to, asimismo, solo faltaba que los niños comenzaran a pedir limosna en las calles de la ciudad, para que se revelara que la crisis en el país vecino era tan cruda que ni siquiera los que cultivaban para comer tenían dónde ni cómo hacerlo. “Lo que recogemos a diario nos alcanza para comer no más, los niños recogen entre $8 mil 0 $10 mil pesos que sirve para comer. Eso es un dineral en comparación con lo que se pue-de comprar en Venezuela”, continuó Romero.

El padecimiento de esta mujer junto con su familia no ha sido solo en Santa Marta, sino que lo ha arrastrado desde su in-greso al país. “Yo me vine junto a algunos de mis familiares hace 2 años, pero hay quienes apenas tienen 4 meses de estar en Colombia. Cuando me vine para este país entré por Cúcuta, luego pasé a Ocaña y ahora terminé aquí”.

LAS RUTAS DE ACCESO

Conforme a lo conversado con algunos yukpas migrantes, para su ingreso a Colombia registran unas rutas predecibles: Maicao y Cúcuta, pero lo que no se ha podido determinar es cómo aterrizan en Santa Marta, puesto que ellos mismos pa-recen no tenerlo claro, ya que su estilo de vida seminómada no les deja establecer mapas concretos. Hipotéticamente se ha establecido que las masas nativas llegan a La Guajira por las trochas, recorren las poblaciones cercanas a Maicao, unos se van hasta el Cesar llegando a Codazzi donde hay un resguardo de esta etnia en el país; otros toman la ruta direc-ta hasta Santa Marta.

Los que ingresan por Norte de Santander, al ver la sobrepo-blación de migrantes venezolanos no solo del pueblo Yukpa sino de remantes en general, se mueven hacia municipios como Ocaña y llegan hasta la Costa.

EL PROBLEMA DE RECONOCIMIENTO ENTRE YUKPAS

Es tal vez paradójico que esta población indígena migrante tenga tantos inconvenientes en Colombia donde se supone que existen miembros locales de esta etnia que podrían te-ner mayor estabilidad económica, porque, aunque han sido perseguidos por colonos, no están en tan malas condiciones. Este problema de reconocimiento fue explicado por el geren-te de fronteras colombo – venezolanas, Felipe Muñoz, como un hecho atípico, aunque no es usual que dos pueblos bina-cionales se encuentren en estas circunstancias, se espera que haya aceptación en razón de que los pilares culturales son compartidos, pues, la línea ancestral es la misma.

Por otro lado, parece haber una primera respuesta ante esta nueva dificultad y es la inestabilidad de un gobierno yukpa en el país, como sí lo tienen otros pueblos nacionales como los Arhuacos. Esta descompensación política en el interior de los resguardos locales impide que se den acercamientos. Silsa Matilde Arias, miembro de la Onic, especifica, que “en efecto, este pueblo ha venido en un deterioro organizacional a raíz de los desplazamientos que se dan, lo que a ellos les reduce el territorio. Hay unos asentamientos que sí se inte-gran y reconocen ese gobierno interno, tal es el caso de Be-cerril (Cesar). Pero hay otros, que viven en un desgobierno, como el resguardo de La Paz y Codazzi en el Cesar”.

Esta primera justificación da luces de por qué hay una cierta apatía entre iguales. Un segundo argumento que se enlaza con el parecer de Arias, es una característica enunciada por Margarita Villafaña, miembro del cabildo indígena Koguis, Wiwas y Arhuacos. La tradición oral de estos pueblos ha sostenido una cierta agresividad inherente en los pueblos yukpas, lo que no les ha permitido tener una convivencia pa-cífica con otras comunidades indígenas, incluso ha afectado la misma relación entre ellos mismos.

“Nuestros mayores, los mamos, decían que los yukpas eran muy bravos, que vinieron de otras partes, lucharon contra otros pueblos indígenas de acá y se fueron desplazando hasta otros departamentos. Al ver la llegada masiva de este pueblo acá en Santa Marta, de inmediato nos comunicamos con la Gobernación del Cesar, de donde presumíamos que venían, pero no se pudo hacer nada, porque ellos no se re-conocían como tal. Ellos han demostrado su bravura en la ciudad cuando se ven limitados por ciertas situaciones”, precisó Villafaña.

Aunque la líder arhuaca también señaló que en ocasiones como cabildo le brindaron la ayuda requerida en comida y posada, también cuestionó su seminomadismo, pues, Mar-garita cree que sus constantes movimientos dentro y fuera de Venezuela obedecen más a facilismo que a una forma de vida. “Hay muchos indígenas que tienen su territorio definido, pero no se quedan trabajando en donde tienen su asiento, sino que migran a lugares donde la gente les regalan. Ellos recolectan comida, ropa y desaparecen. Nosotros tenemos una autoridad, pero con ellos no hay con quien hablar”.

LA MENDICIDAD, EL HAMBRE Y LA MUERTE, UN FAS-TASMA DE LOS YUKPAS

El pueblo Yukpa, a pesar de las dificultades internas de or-den organizacional, enfrenta a diario tres fantasmas que se asoman sin reparo alguno. No solo ha sido Nacací Romero quien ha comido de la basura, otros como ella también lo han hecho y algunos todavía lo hacen, no hay una forma dis-tinta para abastecer todas las necesidades básicas de un ser humano, aun cuando instituciones del Estado y otros entes sin ánimo de lucro los han provisto de alimentos y enseres de primera necesidad. Sin trabajo y la mayoría enfermos, re-curren a la mendicidad.

Así es como en las zonas más concurridas de la ciudad apa-recen a diario indígenas yukpas que esperan una moneda, según su argumento, para comer. Esta misteriosa prolifera-ción de mendigos venezolanos, especialmente, indígenas preocupa al gobierno local, porque puede tratarse de una red de explotación laboral e infantil que opera en Santa Marta. “Es muy extraño ver tantos niños y demás personas en los semáforos en esas circunstancias. Estamos verificando to-dos los focos, porque hay que ponerles fin. Investigaremos si los menores que piden por las calles y plazas son explotados por bandas criminales o si tiene que ver con alguna trata de personas”, precisó el alcalde Rafael Martínez.

Por su parte, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (Icbf) en el Magdalena dijo que la intervención que se le de-biera realizar a este pueblo no se ha podido por una supues-ta negativa por miembros de la etnia. El Icbf sabe que los menores son ‘presa’ apetecibles por terceros y hasta por los mismos padres para pedir. “Con los yukpas tenemos un pro-blema y es su estilo de vida, hoy pueden estar y mañana no, por lo cual no aceptan una intervención, porque lo que quie-ren es un recurso e irse para otro lado. Ellos dejan que se realice una intervención cuando, por ejemplo, los niños estu-dien o tengan un medio familiar. Ante todo, debemos velar por el bienestar de los niños”, manifestó Joaquín González, director departamental del Icbf.

De igual forma, González explicó, que el problema en Santa Marta por el tema de la mendicidad infantil en indígenas no es solo con los yukpas, sino también con los wayúu despla-zados de La Guajira venezolana y con indígenas incas pro-venientes de la frontera colombo – peruana. “Se han interve-nido 148 casos de mendicidad infantil, 11 de ellos han sido colombianos y el resto de personas del país bolivariano. De los yukpas hemos atendido a 12 familias, entre ellas 3 ma-dres gestantes y un niño recién nacido. Hicimos contacto con 5 grupos familiares que quieren retornar a su país y les he-mos brindado todas las garantías para que se dé el proceso”.

Dentro de las complicadas circunstancias de vida ya empe-zaron a sufrir consecuencias nefastas por la migración. La muerte visitó a los yukpas que aún permanecen en Santa Marta. “Hace menos de una semana acompañamos a miem-bros de la etnia que dormían en la Bahía, descubrimos a una mujer con tuberculosis, quien infortunadamente murió. De la fallecida quedaron 3 niños que están en custodia del Icbf. A raíz de esta situación, hemos conocido que han empezado a irse, los que quedan son pocos de acuerdo con la caracteri-zación”, aseguró la secretaria de Promoción Social, Inclusión y Equidad, Ena Lobo.

Otro hecho que preocupó a las autoridades en relación con la situación de los yukpas es su estado severo de desnutri-ción, “todos los niños identificados están desnutridos, por lo que se hicieron traslados de algunos infantes a clínicas de la ciudad con apoyo de la Gobernación y la Alcaldía para reha-bilitarlos nutricionalmente. Por cerca de 20 días se les insis-tió con charlas sobre la importancia de la protección de los niños y el retorno a su país”, precisó la directora de Infancia y Adolescencia, Mery Bonett.

El rumbo de los yukpas es incierto y aunque no estén per-manentemente en Santa Marta, el destino de migrantes los acompañará a donde vayan, pues, los gobiernos locales no tienen el soporte económico para crear una política humanitaria que solucione un problema cuya génesis (gobierno de Nicolás Maduro) amenaza con perpetuarse en el poder.

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