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Columnistas

Decisión en el trópico

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Seguramente fue un viernes, porque su personalidad tenia en si misma, la mezcla medio poética de la festividad cuando gozaba de compañía, y los mares depresivos y melancólicos cuando era presa furtiva de la soledad, aunque en la segunda se sentía mas el, mas autentico y puro ante mismo, porque encontraba la serenidad que otorga la sinceridad de no saberse mas ni menos de lo que es, de perdonarse sus miles de faltas y reconocer la grandeza de sus dos miles virtudes, pues eso sí, no nació para tener humildad, sino un justo reconocimiento de sus desventajas, cuando de ello sacara partido.

Aunque era feliz en la básica felicidad de la compañía, que la sentía mejor bajo los efectos del licor, las cuotas de mismidad depurada de falsedades se presentaban adulteradas por la exigencia propia que el ego personal se impone así mismo, en aras de impedir que los otros se enteren de la decadencia que carga y que aunque es evidente de que su grandeza es reducida, es mejor que callen, porque el disimulo propio de las hipocresías de estas tierras, hacen imposible bajo las sombras de las buenas formas, que los presentes lo reclamen con despiadada imprudencia, amenos que sea un ser humano deshumanizado como esos que se ven en las calles con el salitre encostrado en la piel y que obstinan a los caminantes por unas monedas, pero no, el está lejos de eso.

Pensándolo bien fue un viernes, aunque sinceramente creo que no interesa el día, pues así hubiese nacido bajo la denominación estrafalaria de un mes y un día creado bajo el calendario napoleónico, su esencia seria la misma, un dicharachero por obligación, y un melancólico y sentimental por la condena de los genes o simplemente por el capricho de una retorcida pero justificada providencia.

En todo caso, ese viernes entendió que el afecto de la figura mas importante de su vida, seria tal cual como lo conoció una vez dio la primera bocada de aire fuera de las tripas de su madre, tan cercano pero a la vez tan lejano, pues su papá le dio un beso tan profundo como solo el amor entrañable y apartado después de una gran distancia lo puede dar desde el espiritu, pero tan distante como la necesidad de olvidar el gran acontecimiento, y simplemente irse tres días de parranda para celebrar al tercer primogénito.

Así pasó, ires y venires de un papá, que nunca se fue pero que tampoco estuvo del todo,   que le enseñaronsin proponérselo y desde temprano a amar con distancia a cada persona que se tropezó con el en su vida, a no dar mucho y ser reservado, pues también los temores de su madre y el resentimiento que ella expelía contra el padre, lo infestaron de la inseguridad fastidiosa de sentirse ante toda circunstancia un bicho raro, que además de raro, menospreciado por si mismo, para en segundo después, elevarse a las falsas cimas de la soberbia personal, ya que según decía su mamá, ella venia de una estirpe levantada a más en los caseríos del rio Ariguaní, aunque el, siempre la conoció en el eterno estado de venida a menos, en todo caso, ese sentimiento de señorío sin progenie creíble, le servía como escudo contra el infortunio de su historia antes de su historia.  

Decían en las buenas épocas que las herencias eran el punto de partida de un mocetón para afrontar la existencia con un pie de apoyo, sin embargo a él, y a millones más en un país de pobres, mal educados y acostumbrados al rosario antes del chanchullo, les tocó lo habitual, una maleta de malparideces camufladas de la ternura medio retorcida por las validaciones usadas para aplacar las propias miserias, que de ser miradas a la cara, generarían una ola de suicidios sin precedentes, o inspirarían la elevación del espíritu individual que conlleva al éxito colectivo de las naciones.

Sin embargo, los millones de iguazos ricos y pobres que lo acompañaban en el caminoteo polvoriento en ese pedazo de fango al que le pusieron la tierra de Colón, al parecer encontraron una tercera vía que curara los desmanes de los extremos, y prefirieron no suicidarse ni salvarse, sino matar a otros, matarse entre sí, pues el suicidio es pecado mortal y la vida prospera y hedonista los aleja del reino de los cielos como al camello por el ojo de una aguja. Hay pecados de pecados.

A los tres días de nacido, hizo cosas que a algunos estudiosos en la ciencias médicas, pero de provincia, les pareció extraordinario, agarró el tetero con sus propias manos, lo que atribuyeron a que seria muy varonil y determinado, pero el mismo día sin la ayuda de nadie, pasó de estar boca arriba a estar boca abajo, lo que otros o los mismos, en un juego depravado por determinar el destino de un recién llegado, con métodos de pitonisa definían que iba a ser un marica con iniciativa; en todo caso, ni lo uno ni lo otro, fue lo que le dio la gana, o seria, lo que pasa es que su nacimiento y su determinación hizo que el tiempo del fue y el sería, se entremezclaran en una definición inamovible de que simplemente, es lo que es, así cambie, así se devuelva.

A los tres días comprendió que le tocaba, cual era su marca aristotélica por haber nacido en las clases malogradas de una sociedad peor de desviada si se entiende en su conjunto, pero lo rechazó, pues la oscuridad de sus ojos cerrados le permitió llegar a la conclusión balbuceante pero clarividente que en este mundo nació como le dijeron, pero se moriría como se le antojase y viviría a las malas si era necesario.