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ARIEL QUIROGA & ABOGADOS

La derecha en el Magdalena: tienen el poder, pero lo entrega

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Por: Ariel Quiroga Vides

Tienen la Alcaldía de Santa Marta, el Concejo, las ías más influyentes, siete diputados y media estructura regional a su favor. Pero en vez de consolidar un liderazgo, se empeñan en diluirlo. No es que la izquierda les quite el poder: es que la derecha lo deja sobre la mesa y se va.

En el Magdalena, la derecha parece condenada a la contradicción: gobierna, pero no manda. Tiene el poder, pero no lo ejerce. Mientras la izquierda se reorganiza en torno a dos jefes claros —Carlos Caicedo y Rafael Noya—, el sector que debería disputarle el control político del territorio actúa como si tuviera miedo de ganar.

No critico la adhesión a Noya —soy abogado, y por lo menos yo estoy donde me contratan— y los políticos tienden a estar donde creen que se puede ganar, pero es inevitable señalar lo absurdo: teniendo hoy la Alcaldía de Santa Marta, el Concejo Distrital, las ías más relevantes del Distrito, las descentralizadas (salvo la ESSMAR), una ía departamental y siete diputados, la derecha no haya logrado construir una candidatura con vocación de poder.

De aquí a que se cierre el periodo de modificaciones de candidaturas, si la derecha no se replantea, desmonta a esos aspirantes inanes y coloca no un gallo, ni un mono con la capacidad de divertirnos como lo haría un excepcional bufón,  sino un perro de caza,  todos los caminos conducirán a Noya. Y llegado ese punto, más vale dejar la hipocresía, tragarse el sapo ideológico y rezar para que el mayor miedo con Rafael Noya no se cumpla: que le sea más fácil reconciliarse con su antiguo socio y subyugador que abrir las puertas a los demás  sectores políticos del departamento, y hay que decirlo, lo está logrando, con fundados temores, pero lo está logrando, aunque en campaña todos son como una cuba, dejan que todos lleguen.

Ganar las elecciones a Fuerza Ciudadana  es evitar que recuperen la Alcaldía;  enterrarlos políticamente, evitar su resurrección y su retorno al poder local y alejarlos del poder nacional. Por eso esta oportunidad de oro no puede desperdiciarse.

Antes, la derecha tuvo un poder igual de amplio, pero lo usó estratégicamente. Hoy, con un poder real y concreto, actúa como si fuera la cenicienta de la política magdalenense.

Una reflexión final: en la izquierda magdalenense, nadie duda de que Carlos Caicedo es el jefe indiscutible, incluso sus detractores lo reconocen. Su influencia define el rumbo político de toda una corriente. Y hoy, Rafael Noya apuesta a ser el otro jefe de la izquierda en el departamento, aunque estratégicamente deba en campaña y en su ejercicio de gobierno, morigerar ese discurso de izquierda anquilosada que solo sirve para levantar ánimos de plaza publica pero no para construir ni un bordillo.  Debo reconocer en favor de Rafael Noya que  tiene don de gente, como lo tiene el otro Rafa, pero aquel  sigue leal al tirano golpeador de mujeres, y amante de galones de bótox.

Pero, ¿y la derecha? ¿Quién es su jefe indiscutible? ¿Dónde está su Char, su Uribe? No lo hay. Por eso somos un barco sin capitán, sin velas y sin rumbo fijo.

Y desde el Panorama, aquel que no se lanza por miedo a la plata —porque teme perderla o porque le duele invertirla, y no desea arriesgar su vida tranquila engalanada de la parsimoniosa ruana bogotana, juro por Dios que será lanzado de mala manera por sus propios co-conspiradores. Y con él, desde la Tarpeya de Gabriel y esos altos siete pisos donde se cocina la política distrital, caerán también quienes hoy renunciaron a llevar un peleador propio. Porque en política, los que no se lanzan, terminan siendo lanzados, o como está pasando, sufriendo de complejo de inferioridad y adhiriéndose a otro. Aunque un pensamiento intrusivo me aborda: a estas alturas, sino pasa algo extraordinario Noya es el hombre, y ahí, incluso la derecha debe apostarla toda en su favor.

Y en medio de esa debacle de actitudes timoratas, espero que al menos me sigan llamando —como abogado electoralista— a pelear esas batallas perdidas en las urnas (que se pudieron evitar), pero que aún podemos ganar en los escrutinios. Lo digo con una sonrisa y sin resentimiento: no como enemigo, sino como amigo que advierte antes del naufragio, porque si el barco se hunde, nos mojamos todos, y ahí si, esa frase que una vez escuché y que me grabe con morbo pronunciado se hará realidad: “la vida es un mar de mierda que toca pasar nadando, y nadie nos tapa la nariz”  

(nota: mi mujer me pidió que pusiera de “popó” por aquello de las formas, la ignoré y ahora estoy pasando mi propio mar”)