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Columnistas

Educación integral Por: Rubén Darío Ceballos

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El presente artículo sobre la educación integral, con el que pretendo resaltar la importancia de la educación de los recursos humanos como inversión, fuente de generación de ingresos, de crecimiento económico y de desarrollo, he querido centrarlo en los modelos de crecimiento endógeno, que consideran el conocimiento y el capital humano como factores determinantes del dicho crecimiento en el largo plazo.

Entrando en materia, empecemos por decir en voz de algunos, que la educación es guiar, conducir, formar e instruir. Que son todos aquellos procesos bi-direccionales mediante los cuales se pueden transmitir conocimientos, costumbres, valores y formas de actuar. Que es también el proceso de socialización de los individuos que implica una concientización cultural y conductual. Que es un proceso mediante el cual se estimula a una persona para que desarrolle sus capacidades cognitivas y físicas para poder integrarse plenamente en la sociedad que la rodea. Que es un necesario y útil método de crecimiento y de trabajo sobre sí mismo y sobre el mundo. Que es elemental piedra angular de todo logro individual y social. Que es la estimulante y difícil seguidilla de exigencias pautadas con un sentido de complejidad progresiva, que debe tender a desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano, esto es, ser integral; y que por supuesto, que incluya la educación emocional (desarrollo de competencias emocionales que contribuyen a afrontar mejor los retos de la vida y como consecuencia aportar un mejor bienestar personal y social).

Lograr una educación integral requiere contar con recursos y estrategias para enfrentarse con las inevitables experiencias que la vida nos depara y que siempre nos sorprenden. Pitágoras, decía que educar es “templar el alma” y no sólo proporcionar conocimientos y habilidades para desarrollar un trabajo. El saber reconocer nuestras emociones, el tener claras las estrategias para vivir y lidiar con ellas es fundamental.

José Ángel García, anota que “los procesos de aprendizaje son extremadamente complejos en razón de ser el resultado de múltiples causas que se articulan en un solo producto. Sin embargo, estas causas son fundamentalmente de dos órdenes: cognitivo y emocional. A pesar de esto, el modelo educativo imperante entre nosotros, en general, tiende a ignorar o minimizar los aspectos emocionales y, en la medida que el educando asciende dentro del mismo, éstos son cada vez menos tomados en cuenta”.

Trabajar con las emociones no es nada fácil, pues están en juego no sólo los educandos sino los maestros. Las emociones son eventos o fenómenos de carácter biológico y cognitivo, con sentido social. Las hay positivas, acompañadas de sentimientos placenteros y significan que la situación es beneficiosa: la felicidad y el amor; negativas, acompañadas de sentimientos desagradables y se percibe la situación como una amenaza: el miedo, la ansiedad, la ira, la hostilidad, la tristeza, el asco; o neutras como la esperanza y la sorpresa, por lo que importa saber reconocerlas y, como siempre, la palabra es la mejor forma de hacerlo.

Ponerle palabras a lo que sentimos ayuda a clarificar los pensamientos. Escuchar esas palabras es la otra parte de la ecuación en una educación que pretenda educar ciudadanos y no sólo excelentes trabajadores, importando en este proceso valernos de estrategias para favorecer el desarrollo de habilidades socio emocionales en los estudiantes con el objetivo de mejorar el ambiente escolar; tales como: promover esquemas sanos de convivencia; empoderar a los adolescentes para la toma de decisiones asertivas; contribuir a reducir la desigualdad social y dotar a la juventud de competencias valoradas en el mercado laboral.

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