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Columnistas

La cultura del robo

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Por Cecilia López Montaño

Algo tenemos que hacer los colombianos para acabar con la cultura del robo, que crece como espuma en este país —así fuera solo reducirla a sus justas proporciones—. No se salva sector alguno y es evidente, que la actividad privada no solo es cómplice con demasiada frecuencia de los atracos contra el Estado, sino que no ha podido evitar que también se la roben o sus directivos o sus empleados o los dos.

Que se trata de un mal mundial no es ninguna disculpa, porque sí hay sociedades que pueden dar ejemplo. Tampoco nos podemos quedar con el argumento de que esto se lo debemos al narcotráfico, que puede ser cierto, pero eso no impide que se reactiven los valores que toca, en todos los niveles de la sociedad.

No es fácil entender cómo se insiste en un modelo de salud que después de muchos años demuestra lo más grave: el Estado colombiano durante tanto tiempo no ha podido impedir que el sistema sea atracado, de manera permanente, en sus narices, con casos tan obvios como el de la hemofilia. Si alguien dentro del Gobierno no tiene claro que en las regiones las mafias de los políticos son la fuente de enriquecimientos ilícitos, debe dejar su cargo e irse para Marte. Además, ¿dónde están los controles médicos? ¿Cómo así que los hemofílicos del país están todos concentrados en Córdoba y atendidos por una sola EPS? ¿Y si la Contraloría no descubre este descarado desfalco al sistema de salud, estos ladrones seguirían enriqueciéndose tranquilamente?

Pero ahora resulta, que Avianca, nuestra empresa estrella, ya lleva varios escándalos que demuestran la evolución de la cultura del robo. Qué tal la habilidad para robarse las millas de unos pasajeros inocentes y hacer ferias y fiestas… Por fortuna la empresa si se dio cuenta y apoyaron a la justicia para que actuara. Pero me perdonan, me parece que 2 años de detención domiciliaria, dos salarios mínimos de multa y el derecho a seguir estudiando, ojalá no enseñando sus habilidades, es poco para semejante arte perverso. ¡Lo peor, son mujeres muy jóvenes! Es decir, la presente generación de ladrones ha sido eficiente transmitiendo a las nuevas generaciones la cultura del robo.

Es tan grave lo que está sucediendo, que no se le puede dejar toda la responsabilidad del cambio de cultura al gobierno, como se hace con frecuencia. Esto empieza en la cuna, en el hogar, en los padres, en la familia, en los amigos, en los vecinos. Es decir, todos y cada uno de nosotros tenemos la responsabilidad ciudadana de empezar a todo nivel a retomar la transparencia como el gran valor que nos distinga, así en el resto del mundo siga imperando el enriquecimiento rápido y furioso, como la película.

Ya tenemos suficientes retos como el de pasar de ser tan violentos a ser civilizados, como para que seamos testigos privilegiados de la forma descarada como se roban al país tanto en el sector público como en el sector privado. La paz debe venir con transparencia como un principio renovador de una sociedad que ha perdido su norte.

Asumamos la responsabilidad de manera individual y colectiva, de cambiar esta cultura del robo y tengámoslo como meta en el proceso de posconflicto, que se acerca, a pesar de los enemigos del proceso de paz.

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