Columnistas
En las alas del optimismo
Por Rubén Darío Ceballos
Un 18 de septiembre de 1918, dijo Joaquín González, en su discurso ‘La Universidad y el alma argentina’: “Ya veis que no soy un pesimista ni un desencantado, ni un vencido, ni un amargado por derrota ninguna: a mí no me ha derrotado nadie; y aunque así hubiera sido, la derrota sólo habría conseguido hacerme más fuerte, más optimista, más idealista; porque los únicos derrotados en este mundo son los que no creen en nada, los que no conciben un ideal, los que no ven más camino que el de su casa o su negocio, y se desesperan y reniegan de sí mismos, de su patria y de su Dios, si lo tienen, cada vez que les sale mal algún cálculo financiero o político de la matemática de su egoísmo. ¡Trabajo va a tener el Enemigo para desalojarme a mí del campo de batalla! El territorio de mi estrategia es infinito, y puedo fatigar, desconcertar, desarmar y aniquilar al adversario, obligándolo a recorrer distancias inmensurables, a combatir sin comer, ni beber, ni tomar aliento, la vida entera, y cuando se acabe la tierra, a cabalgar por los aires sobre corceles alados, si quiere perseguirme por los campos de la imaginación y del ensueño. Y después el Enemigo no puede renovar su gente, por la fuerza o por el interés, que no resisten mucho tiempo; y entonces, o se queda solo, o se pasa al Amor, y es mi conquista, y se rinde con armas y bagajes a mi ejército invisible e invencible”.
Enseña lo cual que no podemos por ningún motivo seguir inmersos en estados de incertidumbre, nerviosismo, indignación, suspicacias, miedos, rechazos e intolerancia, toda vez que es obligación en la procura de un mejor departamento y unos mejores municipios en el Magdalena, sacar fuerzas, incluso de donde no las haya o no las tengamos, a efecto de alejar de nosotros todo cuanto se asemeje a encogimiento, convulsión o estremecimiento como parte de la situación que vivimos y que espero la superemos con inmediatez.
Tarea inmediata, y como parte positiva, es apuntarle al optimismo, al desarrollo, al crecimiento económico, a la reducción de la pobreza, en lo que importan los mejores desempeños municipales, lo que institucionalmente nos fortalecerá con creces sobre bases políticas ordenados y decentes, que de seguro nos conducirán a una mejor redistribución de los beneficios del crecimiento y a afianzar los derechos de las comunidades. Tenemos que buscar otras opciones, complementarias, ya que requerimos un mejor departamento, municipios, instituciones, líderes políticos y dirigentes en tos los niveles.
Urge orientarnos a la búsqueda incesante de un consolidado crecimiento y modernización en ruta a crear una ciudadanía nueva, más consciente, activa, participativa, demandante, que busque nuevas reivindicaciones y no solo las convencionales. También temas de memoria, justicia y reparación a las víctimas de la violencia política y de violaciones a los derechos humanos. Luchar contra la corrupción, interesar y mover segmentos poblacionales importantes de la población, en especial, a los jóvenes. Crear plena conciencia que todos los asuntos deben ser tenidos en cuenta y nunca desatendidos. Criticar con acciones. Corregir los desmanes del pasado. Ir siempre hacia adelante a fin que emerjamos para ser cada día y cada vez mejores. Ahí está nuestra grande oportunidad, aprovechémosla.
Pongamos toda nuestra capacidad en ello. Superémonos, mostremos a todos, el poder que puede hacer en nosotros la transformación, la cual bien y mejor podemos conquistar con fe, voluntad, ahínco, fortaleza, optimismo, esperanza y decisión. Al respecto esto, alguien dijo en una oportunidad que el problema no son las dificultades, sino cómo transformarlas positivamente con el poder de la educación en orden a la superación de limitaciones y barreras. El optimismo debe residir en lo más hondo de nuestros corazones, hacerlo parte de nuestra filosofía de vida, de allí que importante sea confiar en el poder del optimismo a la hora de afrontar la adversidad y sobreponerse a ella.
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