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A CIEN PASOS DE VENEZUELA 

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Por ITZIAR IZASKUN

 

Era una jaula de desesperación erguida con barrotes de abatimiento el lugar donde habitaban las miradas venezolanas. 

Gente cargando sus hogares en maletas, hogares llenos de recuerdos, paz y armonía. Un gobierno que arrancó las pieles de su país para convertirlas en su abrigo. El puente Simón Bolívar transformó sus barrotes de hierro y suelos de hormigón en esperanza melancólica que abrigaba toda persona que lo cruzara.

Las llamas de un país tan saqueado y explotado quemaban a fuego lento mi alma a medida que caminaba mientras observaba mi alrededor descolorido.

No era un ser humano aquel que no se diera cuenta que no era gente solo hambrienta de alimento sino también de justicia y una vida digna. Sabía que cada paso que daba en aquel lugar era una razón mas para estar agradecida de todo lo que tengo.

río sin agua debajo del puente dejaba ver un sinfín de muebles, juguetes viejos, sucios y rotos, ropa, sobretodo zapatos de suela desgastada. El aire conservaba los llantos de venezolanos suplicando ayuda a la policía Colombiana para poder cruzar la frontera, para poder escapar de sus hogares arrebatados y saqueados, dejar atrás familias y comenzar una nueva vida. Hipnotizada por lo que veía, había llegado tan lejos caminando hasta el punto de ver dicha frontera. El aire era denso y las lagrimas profundas, las lagrimas de un país que toca fondo en el agujero de la perdición y el desaliento. He ahí a  100 pasos de Venezuela, aprendí que lo que hace una nación exitosa no es pensar  igual sino pensar juntos. 

 

 

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