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El lenguaje del agua y la mujer

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Rita Ibarra González

 

Para tratar este tema se necesita ser poeta y místico, tener una sensibilidad atenta a los misterios de la naturaleza, al lenguaje de los símbolos, a los mensajes del amor.

En alguna forma se necesita participar del poder creador de Dios, penetrar en la realidad oculta que evocan los mitos, descubrir en las narraciones la emoción de las personas, y saber expresar todo eso en un lenguaje que sea capaz de llegar al corazón y hacerlo vibrar con las emociones que han sentido los hombres y mujeres de todos los tiempos que no han endurecido su espíritu y lo han mantenido receptivo a todas las experiencias humanas. (Humberto Jiménez G.).

La voz agua aparece 582 veces en el Antiguo Testamento y cerca de 80 veces en el Nuevo. Pero no se agota allí el vocabulario referente al agua. La Biblia es toda una constelación de términos en torno a este tema. La palabra mar es de las más frecuentes (395 veces) en hebreo y 92 veces en griego. Estas y otras palabras expresan de una manera muy directa la experiencia humana y religiosa del agua. La riqueza del uso del vocabulario referente al agua es muy rica en el texto sagrado, y recoge todos los aspectos que tienen que ver con ella.

Hay una terminología que se refiere a los fenómenos metereológicos: lluvia (de otoño, de invierno, de primavera), rocío, escarcha, nieve, granizo, huracán; una terminología geográfica: océano, abismo, mar, fuente, (agua viva), río, torrente, (inundación, crecida); otra que se refiere al aprovisionamiento: pozo, canal, cisterna, aljibe; y también los términos que indican su uso: abrevar, beber, saciar la sed, sumergir (bautizar), lavar, purificar, derramar.

Esta es una forma gráfica  para decir que así como el agua es vital para el planeta, la mujer tiene todas las cualidades parecidas al de este líquido. Es todo un símbolo que ayuda a analizar cuán grande es la inspiración de Dios al crearla, a hacerla perfecta, necesaria, tranquila, serena e impetuosa a la vez.

La actitud del hombre siempre ha sido ambigua: ama a la mujer, la desea, pero le teme; nunca ha podido dominarla. Su talante frente a ella es de reserva. Toda la historia de la tierra está regida por la criatura del agua y la mujer.

Al hablar de la creación el autor sagrado dice que el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas para fecundarlas y darles el poder de que de ellas surgiera la vida. Las primeras obras de la creación tienen por centro el agua.

Por tanto, desde el principio, la mujer es el centro del universo, ella es sinónimo de vida, porque la cuida, la multiplica. “Agua eres la fuente de toda cosa y de toda existencia. Las aguas son los cimientos del mundo entero; son la esencia de la vegetación, el elíxir de la inmortalidad; aseguran larga vida creadora y son el principio de toda curación. ¡Que las aguas nos traigan el bienestar! ¡Las aguas, en verdad, son curadoras; las aguas expulsan y curan todas las enfermedades!”, rogaba el sacerdote védico, sintetizando su larga tradición.

La mujer, al igual que las aguas, es el cimiento del universo, asegura la existencia, la regeneración total, el nuevo nacimiento. Ella es el gesto cosmogónico.

 

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