Crónica
Relatos de un Héroe
Yeinnis Hincapié
En Colombia los héroes con el pasar del tiempo se olvidan; se habla de aquellos que tienen súperpoderes y son de películas, pero no se habla de los verdaderos, aquellos que se visten de camuflado, soportan fuertes y muy bajas temperaturas que convierten en desierto su calvario, y a su vez, son sumergidos en cuatro paredes donde el sonido frecuente es el de los dientes rozándose de manera rápida al paso de la brisa y la lluvia.
Son tan fuertes, que ni eso los detiene para seguir con su misión, proteger las vidas de aquellos que están en casa, aun sin conocerlos, poniendo en riesgo su propia vida. Es el caso de Mak Avendaño Pinzón, un hombre de hierro que, aunque por fuera se le veía muchas veces con una sonrisa en el rostro, por dentro lidiaba con más de una batalla para continuar con un camino donde eran protagonista su vida, alma y corazón sujetadas en una sola fuerza.
“De niño siempre quise ser médico, también pensaba en ser arquitecto, biólogo marino y también arqueólogo, eran mis sueños desde pequeño, me llamaba mucho la atención lo desconocido y las cosas antiguas. Mi destino no fue planeado, en esa época, no se podía estudiar ni siquiera en el Sena, exigían libreta de primera para cualquier tipo de carrera y no tenía suficientes recursos, lo que hizo que decidiera irme para el Ejército con el propósito de estudiar una carrera buena, así que me enlisté en las filas a mis 16 años, exactamente en 1998”, cuenta Avendaño Pinzón mientras desabotona su camisa y se queja por el calor.
Va por un vaso de electroplata, lo llena de agua y deja caer unos cuantos cubos de hielo que suenan como unas campanas y continúa su narración, “la mayor parte de mi vida ha estado llena de dificultades, pero he sabido sortearlas y en ningún momento me he sentido inseguro, por el contrario, entre más dificultades tengo, me vuelvo más fuerte para luchar por mis sueños y mis objetivos. Por tanto, no creo que una dificultad sea motivo para llenarse de inseguridad”.
Toma un respiro y se acuesta en una hamaca donde sobresalen sus largas piernas. Un hombre alto de tez trigueña, porte varonil y complexión gruesa. Seca el sudor sobre su frente y dice con tono seguro, “es importante pedirle fortaleza a Dios, fortaleza para salir de esas situaciones, creo que cuando uno está en el Ejército si no está alineado con Dios, no tiene ese poder y calma para enfrentar tantas dificultades y momentos críticos, siempre he sido un hombre temeroso de Dios y eso me ha ayudado a mantenerme de pie en los momentos más oscuros de mi vida”, manifiesta con una mirada segura.
“Los ascensos en el Ejército se dan por méritos cuando uno es soldado. Empecé como soldado regular, presté mi servicio militar durante 24 meses, después seguí como soldado profesional, a los 4 años estudié para dragoneante como comandante de equipo de combate por mi destreza y facilidad para desenvolverme en esa área, tuve ese privilegio de hacer curso de liderazgo y así lo hice muchos años. Cuando ascendí a cabo tercero fue por méritos en combate y al borde de ascender a cabo segundo, me hirieron, por lo que la entrega de la insignia fue en el batallón de sanidad en una ceremonia formal”, relata con la voz un poco entrecortada al recordar.
Se impulsa con la pared utilizando sus piernas y se mece en la hamaca, mientras mira al cielo con las manos detrás de la nuca, “el momento más difícil que viví fue cuando sufrí dos emboscadas de la guerrilla. En la primera mataron a 14 compañeros, quedé solo con otro soldado, todo empezó desde las 4:00 de la mañana hasta las 8:00 de la noche y amanecimos a las 6:00 de la mañana cada uno con un cartucho para defendernos, corriendo y escondiéndonos de la guerrilla, porque ya los teníamos cerca y nos iban a matar, ese fue uno de los momentos más duros que viví en el Ejército, prácticamente me vi muerto con el otro compañero. Cuando esto sucedió, apenas tenía cuatro años de soldado y mi amigo seis, al hombre lo atacó el pánico, no controló sus emociones y toda la noche la pasó llorando, diciendo que nos iban a matar, me tocó calmarlo para sobrevivir a esa noche tan angustiante”.
Cuenta, “en la madrugada llegó el apoyo y salimos de donde nos habíamos escondido para buscar ayuda y apoyo de la tropa, los resultados de esa vez fueron 14 soldados muertos y el compañero que estaba conmigo ´se enloqueció; hasta el momento el hombre está bajo tratamiento psiquiátrico”.
Centra su mirada en un punto fijo tratando de recordar algo e inmediatamente señala, “también recuerdo mucho la experiencia de un compañero que pisó una mina y fue partido en dos, 5 minutos antes estaba al lado de él; eso te deja muy marcado, porque un compañero en el Ejército es como si fuera un hermano, se vuelve familia. Me costó mucho superar esa pérdida, pero con ayuda psicológica y pidiéndole mucho a Dios logré calmarme, pero fue muy duro, llevábamos muchos años juntos, fue una experiencia desagradable”.
Se sienta en la hamaca y continúa con su relato, “cuando estuve en las fuerzas especiales en 2002, hice parte del Batallón de Fuerzas Especiales número 3, acantonado en el templo de la milicia, más conocido como Tolemaida; tuvimos la primera operación fuerte el 1° de marzo de 2008 con un bombardeo de la fuerza aérea y una incursión seguida del Ejército Nacional en una zona selvática denominada Angostura, cerca de la población de Santa Rosa de Yanamaru en la provincia ecuatoriana. Esa operación fue denominada ‘Fénix’, ahí se le dio de baja a Raúl Reyes, un guerrillero que hacía parte del secretariado de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc”.
“Cuatro meses después en una zona selvática del Guaviare, aquí en Colombia, participé con las fuerzas especiales en la ‘Operación Jaque’ donde se liberaron una serie de militares y policías que llevaban más de 10 años secuestrados, allí se encontraba Íngrid Betancourt, una operación de mucho riesgo, donde no se utilizaron armas de fuego para someter a la guerrilla, hubo mucha inteligencia”, sigue contando, mientras se seca las gotas de sudor que resbalan sobre sus mejillas.
“En 2010 tuve mi última participación en una operación, se llamó ‘Sodoma’, en esta se le dio de baja a alias el ‘Mono Jojoy’. Recibí un disparo en la parte superior de la espalda y esquirlas de granada en la cara, lo que me ocasionó la pérdida de la visión en el ojo derecho y ahí se fue apagando mi sueño en el Ejército. Me trasladaron a un batallón de recuperación, estuve año y medio adaptándome también a la vida civil, hice muchos cursos cortos, recibí apoyo psicológico y tratamiento médico. Luego me informaron del traslado al Batallón de Infantería Mecanizada número 5 en Santa Marta, donde me dediqué a oficios de oficinas y cosas más calmadas”, narra con los ojos un poco aguados y llenos de nostalgia.
Levanta la mirada y continúa, “en total, pasé por muchos batallones, estuve en uno de contraguerrilla número 1, de fuerzas especiales contra el narcotráfico y por último, en un batallón de Infantería Mecanizada, con el tiempo me pensioné, y ahora disfruto de ello”.
Se levanta y va hacia unos motores, “actualmente, me dedico a una profesión muy hermosa que siempre ha hecho mi familia, es algo que se ha llevado por generación. Soy técnico en mantenimiento y reparación de motores fuera de borda en todas sus marcas, a eso se han dedicado mi padre, mis hermanos, cuñados y tíos, esa es la profesión que se lleva en la sangre, y después de salir del Ejército esto es lo que soy, a esto dedico mis días”.
Toma una posición seria y dice, “les recomiendo a los jóvenes que dediquen su tiempo en algo que valga la pena, ahora hay muchas maneras de estudiar, capacitarse, facilidades que de pronto en mi época no habían. Los invito a que no pierdan su tiempo en cosas sin sentido y sin esencia, lo bueno de la vida es saber aprovechar el tiempo para cuando lleguen los años calamitosos no tengan quejas ni desesperanzas, les recomiendo, que el Ejército, aunque no es malo, no es agradable para muchos. Dediquen su tiempo en las cosas buenas, valiosas, a aprender de la gente, saberse defender y a valerse por sí mismos”.
En ese momento pasa su esposa, la hala del brazo cariñosamente y la abraza, sonriendo continúa, “a mi esposa la conocí en el Ejército patrullando por la selva, vivo con ella y mis 3 hijos. Los mejores momentos de mi vida han sido, sin duda alguna, cuando ellos llegaron al mundo, es algo inexplicable, una satisfacción como persona que lo llena a uno de muchas emociones y sentimientos que son difíciles de describir. El mayor nació en 2005; la segunda fue una niña que llegó el 7 de febrero de 2009; el tercero en 2010. A todos les tocó nacer mientras laboraba en el Ejército, tuve muy poco tiempo para compartir con ellos, los conocí cuando ya estaban grandes y hoy, les dedico cada minuto de mi vida, me hacen sentir que están orgullosos de mí”, termina su relato con una expresión de felicidad dibujada en su rostro, seguido del grito de su hijo mayor que lo llamaba para que lo ayudara a hacer su tarea.
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