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Amor plateño

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Yeinnis Hincapié Turizo

Entre las montañas y las aguas del río Magdalena se esconde una tierra llena de riquezas naturales, donde crecen grandes matorrales y se construyen grandes historias, hogar de mitos que arropan cultura, donde la tradición y esencia se respira en cada calle, ese es Plato. Un valle en el paisaje, que conduce a interesantes pasajes, un viaje al amor, narrado a través del recuerdo, suspiros y un gran resplandor que sigue intacto hoy. La siembra pura de un sentimiento, el cuidado por el gran afecto, el riego más delicado sublime y una cosecha que no conoce de daños y aún perdura, bajo la sombra de la felicidad.

El barro, la brisa, el olor a tierra mojada cada vez que llovía, los árboles y sonidos de los animales, todo eso era vida. Sentido y razón para dos personas a las cuales el destino jugaba sus cartas al azar para reunirlas, María y Wilfrido, en un tren en 1958 para después estacionarlos en el mismo callejón.

“Ella tenía 26 años y yo 28. Trabajaba en un ventorrillo donde vendía artículos de primera necesidad, azúcar, víveres, harina y demás abarrotes. Una tienda bien surtida, vendía hasta botellas de ron, pero no para que se la tomaran ahí, sino para que se la llevaran; pero yo si me la tomaba en la tienda, calladito, de vez en cuando. Abrían como a las 6 de la mañana. Yo llegaba a las 7 u 8, a veces me daba pena porque estaban limpiando y organizando, de pronto la iba a interrumpir. Esa mujer era muy bonita. Al principio no le llevaba nada, iba era a hablarle a ver si me la levantaba”, cuenta Wilfrido Díaz, entre risas mirando a María Hernández.

“Recuerdo, que llegó un día y empecé a ponerle ‘pereque’, le decía que tomaba mucho, a su vez, me preguntó, que si estaba brava porque tomaba y le respondí: ve porque me voy a poner brava, si yo no soy nada tuyo, cogió rabia y dejo de ir a visitarme”, continuó diciendo María.

A veces los malos momentos se presentan como llave para una puerta positiva, “me enfermé de paludismo y como éramos vecinos, ella me fue a visitar y ahí rehicimos la amistad, me propuse conquistarla. Al principio no me atrevía, la veía muy guapa. Ella era alegre, pero tenía su carácter frega’o”, cuenta Wilfrido.

“Un día me llené de valor y le dije que era bonita, que la admiraba, me caía bien y me gustaba, ella no lo creía e ingenua me decía, cuidado con un cuento ahí, que vengas con disparates; le respondí, que disparate ni que nada, si es la verdad”, narra Wilfrido, mientras se mezcla el sonido de su risa con el de María.

“Ese día lo recuerdo bien, estábamos enamorados, fue su declaración y se formalizó nuestro amor, era la primera vez que le decía que sí a un hombre, tenía muchos admiradores, pero solo me llamaban la atención. Él fue mi primer amor, el único y el indicado”, afirma María con una sonrisa.

Duraron los cinco años de noviazgo recibieron apoyo de sus padres. La tienda fue testigo de una de las páginas más bonitas que se escribió en su historia bajo la pluma del amor, “una de las cosas más especiales que conservo en mi memoria son nuestras caricias y el primer beso. Llegué a visitarla a la tienda y le dije que me diera un beso, ella quedo sorprendida, se lo di y me lo devolvió”, cuenta Wilfrido.

Así como controlaba sus sentimientos, lo hacía con el tiempo, para poner en orden su vida, “en los carnavales íbamos a las casetas a bailar, pero cuando llegaban las 12, ella no quería seguir más, decíamos vamos que ya era hora de regresar. Ella era la que me daba las órdenes y yo obedecía”, sigue contando Wilfrido.

María vivía una época hermosa de su vida, pero ahí no acababan sus emociones, “un día Wilfrido se me acercó y me dijo que nos casáramos, le pregunté que si realmente era lo que quería, porque si no quería no lo iba a obligar, para que después no fuera a arrepentirse y me respondió muy seguro y serio que sí, acepté porque estábamos enamorados”, manifiesta risueña, María.

El apoyo no hizo falta y las olas estaban corriendo a favor del viaje que recorrían en las aguas de aquel sentimiento; les contaron a sus padres, estos no dieron problemas, ya que eran personas responsables. Pero, en su camino aparecería una prueba de amor inesperada, “resulta que un cura en Plato estaba poniéndonos obstáculos, nos dio un plazo de tres meses para cumplir con ciertas tareas, leyendo citas y anunciando cosas para que todo mundo se enterara, por si había algún impedimento. Esa idea no nos gustaba así que, nos fuimos para Tenerife, le comentamos al cura de ese lugar y nos llevó a la iglesia, ahí nos dijo que nos casaría el día siguiente, y así fue, no hicimos tanta bulla, solo fueron los padrinos, un matrimonio sencillo, donde primó la bendición de Dios, un 7 de junio de junio de 1962”, relata Wilfrido emocionado.

Vivieron juntos en Plato y meses después, María quedó embarazada, “cuando me enteré que iba a ser papá, me puse muy alegre, esperaba ansioso para ver cómo era. Fuimos a consultar un médico a un pueblo llamado Peñal, en Bolívar. Ella se hizo los exámenes ahí y le recetó unas cosas. Después él se acercó a mí y me dijo que estaba bien, además, que no tenía uno, sino dos niños; a ella no se lo contó, sino a mí, no le creí, porque le veía la barriguita y no me imaginaba que una mujer tan delgadita tuviera dos pelaos, así que no comenté nada. Pero, si nacieron dos, mellos”, dice Wilfrido, entre risas burlonas.

“Me di cuenta que eran dos al momento del parto, di a luz al primero, nació gordito y blanco, pensé que había acabado, pero aún estaba pipona y la partera me dijo que todavía no había terminado, que echara unos pujitos más, serán pujones. Salió otro bebé flaquito y gritando, me levanté de la cama y dije ¡Dios mío!, ¿eso qué es? La partera me contestó, que, si quería, le regalara al niño delgadito, que ella se lo llevaba envuelto en una toalla y nadie se iba a enterar, porque solo estábamos las dos; le dije que no, que me lo arreglara. No se parecen, uno salió a mí y otro a él”. Los llamaron Jairo Jesús y Javier José, cuenta María.

“Luego nació Gabriel, iba al colegio con sus hermanos y vendían revistas. Lo que se ganaban lo cogían para comprar dulces y otras cosas de comer. Ellos se rebuscaban así, por voluntad propia, no nos dábamos ni cuenta, cuando veníamos a ver llegaban diciendo lo que vendieron y se ganaron. Nosotros no veíamos ningún problema, decíamos que mejor que estuviesen trabajando y no robando”, señala María.

Después llegó su primera hija, Cielo, “él le quería poner Elda y yo Cielo, entonces decía, que cómo le iba a poner así, si era canelita, que iba a ser cielo con tempestad, se burlaba, pero le dije que ese sería su nombre, porque me gustaba” expresó María mientras Wilfrido se reía.

Las semillas seguían germinando y de aquel amor brotaban más frutos, “después quedé embarazada de nuevo y rompí fuente en la casa de un hermano de Wil, que era odontólogo, todo fue complicado porque no había una partera, la angustia se apoderó de nosotros, solo oraba y le pedía a la virgen del Carmen que me sacara con bien de esas y si nacía mujer, prometía ponerle Carmen. El odontólogo cortó como pudo el cordón umbilical y efectivamente, era niña. Al rato llegó una muchacha diciendo que traía el nombre de la niña, Liliana Estela. Le comenté que la iba a bautizar Carmen porque se la había ofrecido a la Virgen, pero empezó a meterme cuento que esos nombres ya no se usaban y terminó convenciéndome de llamarla Liliana Estela”, relata María.

“Esa niña comenzó a enfermarse, en parte sentía que era mi culpa por haber roto aquella promesa. Pensé que sería la última de mis hijos, pero no, después quedé embarazada de nuevo y dispuesta a cumplir aquella promesa que le había hecho a la Virgen, si nacía mujer se llamaría Carmen y si nacía hombre, José del Carmen o Carmelo. Nació mujer, le cumplí a la Virgen y Liliana dejó de enfermarse”, cuenta con una leve sonrisa y mirando hacia el cielo.

Sus prioridades cambiaron, “cuando tuve a mis hijos dejé el trabajo para dedicarle mi vida a ellos, cosía uniformes, vestidos, para almacenes. Wil se iba para la finca de los papás y ahí cultivaba yuca, papa, ñame y tabaco, que luego les vendía a las empresas en Plato. Cada vez que llegaba dejaba dinero y se iba de nuevo para el monte, donde trabajaba para que a nosotros no nos faltara la comida. Una vez nos fuimos unos meses juntos con los niños más pequeños y los mayores los dejamos con mi mamá, puse un negocito y pudimos hacer unos pesitos de más”.

Wilfrido creía que ya era hora de despejar la mente e irse de paseo, “gracias al dinero ahorrado viajamos, primero fuimos a Valledupar, fue un día muy bonito con nuestros hijos, llegamos al río y el agua estaba fría, clarita y llena de pescados que brincaban”, cuenta María y dice que La Heroica también fue testigo de este gran amor, “en Cartagena Wil tenía un hermano y me hizo conocerla”.

La distancia se hizo presente en su relación, “ella se fue a vivir a Santa Marta porque se enfermaba bastante con una alergia, no podía tomar ni agua, se hinchaba, allá la trataban y no la dejaban ir de la clínica hasta que no sanara; los medicamentos no hacían efecto, pero gracias a Dios se curó con un remedio natural, una cucharada de jugo de limón con 3 chorritos de aceite de ricino. Yo me quedé solo en Plato, duré como cinco años sin ella, esperando vender la casita, hasta que me fui a Santa Marta, porque ya nos hacíamos falta”, narra Wilfrido, mientras comparte con María una mirada cómplice.

María sonríe y dice, “Wilfrido me gustaba mucho, lo veía muy bonito, siempre lo he amado y me he sentido amada por él, es una persona maravillosa, hay veces que le digo Wil cuál de los dos se irá a morir primero. Yo le pido a Dios que me muera primero, porque soy muy miedosa, uno no le coge miedo a la familia, pero yo me pongo a pensar y digo nombe, yo si me quiero morir primero que Wil, porque ese vacío no lo aguantaría”, culmina María con voz entrecortada.

“Es una maravilla haberme casado con ella, porque es una mujer trabajadora como ninguna. Recuerdo que era una muchacha bonita pelo negrito y largo, era bien elegantota”, cuenta Wilfrido, riéndose.

“Al matrimonio lo cuidamos. A los jóvenes de hoy les digo que se conozcan primero, porque dicen que se van a casar y después a los meses están arrepentidos, se ve que llevan dos meses juntos y ya están buscando el divorcio, porque no entienden, se casan por casarse, creyendo que el matrimonio es un juego. Para mí, el matrimonio es muy serio y se respeta”, expresa Wilfrido, mientras toma a María de la mano.

Actualmente viven en Santa Marta. María en compañía de Wilfrido tiene un negocito surtido, donde le venden dulces, galletas y pasabocas a su familia. Mantienen vivo su espíritu emprendedor y su gran amor desde hace 57 años, siempre alimentados por los recuerdos de esos bellos momentos que pasaron en su amado Plato.

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