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“Mamar gallo”: La expresión más popular del Caribe colombiano… ¿pero usted sabe de dónde viene?

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Es empleada por todos. Cachacos y costeños. ‘Cachetosos’ y ‘perratas’. Vírgenes y espopadas. Honrados y ratas peludas. Politicastros y vendedores de frutas. Coyas y ladronzuelos. Coralibes y citadinos. Periodistas con diplomas, tarjetas, postgrados y especializaciones, y otros sin un carajo…como yo…Además, por la cínica cofradía del Club Santa Marta y por los bailadores de la Terraza Latina. Literalmente, por todo el mundo.

Es evidente que quien la emplea sabe lo que dice. ¿Pero cuántos conocen el origen de la popular expresión, adoptada ya por la mayoría de países latinos? La ocasión es propicia para compartir algunas acotaciones al respecto, con mis dos o tres lectores ocasionales, sin que ello signifique que ésta sea la última palabra sobre el génesis de la graciosa y picante expresión costeña. Todo lo contrario, podría ser el inicio de un debate o foro sobre el tema, visto desde sus aristas culturales, semióticas, y en especial, desde la óptica alegre y enriquecedora del vacile.

Es frecuente usar entre amigos la frase “mamar gallo” con diferentes connotaciones. A los que dan vueltas para cumplir con sus obligaciones económicas, se les considera “mamadores de gallo”. Al que permanece haciendo chistecitos, tomando las cosas siempre a la ligera, soltando chismes en apariencia inofensivos, también es llamado “mamador de gallo”.

Tal vez resulte prosaico mi propósito, pero si tanto usamos la frasecita ‘de marras’, tenemos el derecho de saber cuál es su origen. “Mamar gallo” es, en el castellano tradicional de la Costa Caribe, el nombre del sexo oral cuando el hombre actúa como sujeto activo, lamiendo con intensidad el clítoris de su compañera, conocido como “gallo”, en muchas variantes hispánicas de la región. En virtud de nuestra proverbial tendencia a disminuir o alargar términos indistintos, según la región o el entorno socio cultural de que se trate, la sugestiva palabrita se convirtió en “pirigallo”, en mi sentir, un vocablo melodioso, cargado de música celestial, impactante y encoñador.

Creo, con absoluta convicción, que a quienes lo acuñaron, seguramente en una noche de bohemia y de alocada poesía, se les debe un reconocimiento institucional, que los vuelva inmortales por su inigualable aporte a la semiología, a la conciliación y la fraternidad de los pueblos, y claro está, a la gastronomía vaginal. El aromático y alborotador “pirigallo” continúa incólume, arrogante, mostrando que es un guerrero inclaudicable y complaciente, a pesar del golpe de estado que han querido darle, en cabeza del promocionado “Punto G”, que ha resultado “culo de paquete”. ¡Que lo contrate el Unión!…

Pero aclaremos que “pirigallo” es una derivación comprensible de “perigallo”, término que identifica a la cresta roja y altanera del pavo… ¿Se parece o nó se parece? Sugiero que hagan la consideración despojados de prejuicios raciales. Recuerden a Macondo, en los tiempos en que las cosas no tenían nombre…

En la mentalidad popular mulata y mestiza del Caribe, esta forma de sexo oral se interpretaba como una alternativa del impotente, o del que no quería cumplir con su agradable deber, satisfaciendo a la pareja con el empleo adecuado de su órgano sexual. Es entendible por tanto, que “mamar gallo” se convirtió en sinónimo de hacer otras cosas para no cumplir con su principal deber. Carlos Antonio Vélez, haciendo uso de su malparida verborrea cantinflesca, sin duda diría que se trata de una ‘maniobra distractora’, ‘una desinteligencia del tímido atacante, que lo obliga a cambiar de frente’. ¡Nojoda! Ese cachaco manda huevo…

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