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Columnistas

Combatir la “vigencia” populista

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Por: Saúl Alfonso Herrera Henríquez

No deben samarios y magdalenenses seguir la senda trazada en la ciudad desde hace ya doce años y cuatro en el departamento por quien hoy maneja ambos destinos desde el Palacio Tayrona, quien en sus momentos logró capitalizar el descontento generalizado de nuestras sociedades respecto de la clase política tradicional (comprensible frente a algunas insuficiencias históricas), lo que se ha extendido de manera absurda en el tiempo pese a los muy pobres resultados administrativos públicos alcanzados por quienes los sucedieron; razón de sobra para que no le sigamos jugando a veleidades ni escuchando cantos de sirenas con los cuales han pescado incautos y demostrando que su populismo les reporta importantes dividendos personales en franco detrimento de los intereses superiores de la ciudadanía y comunidad toda.

Cuidado extremo debemos tener de seguir cayendo en alternativas vacunas, demagógicas y populistas por demás, cuando imponerse debe, desde la reflexión, que se muestre una tendencia de rechazo ciudadano hacia dichas alternativas, evaluadas negativamente por su desempeño al frente de los gobiernos que mal y peor han dirigido. No más golpes de populismo por favor, extendidos peligrosamente a rechazar las instituciones estatales en su conjunto. Lo que sí requerimos hoy es despertar y asestar golpes de realidad en la ciudad y en el departamento.

No más una dirigencia para la ciudad y el departamento orientada por quien ha demostrado nutrirse de nociones anarquistas, con un ímpetu autoritario y anti sistémico, que más allá de coordenadas ideológicas, lo inscriben de cuerpo entero en el populismo con un insano perfil que encuadra y sigue los patrones típicos de la demagogia. No podemos aceptar, si dos dedos de frente tenemos, que populismo, arbitrariedad, demagogia, imprecisión, tiranía, imprevisión e improvisación hayan llegado para quedarse, menos en un momento que no tenemos norte real y vivimos en recesión democrática. Seguir en sus manos, es quedar más en riesgo que el que padeciendo estamos.

Tengamos en cuenta que el resurgimiento del populismo es quizá el hecho político más relevante en lo que va de siglo, que, adornado de retóricas, ha pasado de la marginalidad electoral a ser nuevamente una fuerza que disputa el poder, gobierna y amenaza al orden. amén que su impacto se deja sentir en todos los regímenes, e igualmente en países en desarrollo como en democracias industrializadas con instituciones sólidas, siendo denominador común en ellos su ataque al estado de derecho (incluyendo leyes e instituciones electorales) al que acusa de ser un instrumento opresivo de las “élites” y pretende reemplazar por una supuesta “voluntad popular”, que es en realidad la discrecionalidad de quien orienta.

Es el populismo en estado puro, se dice, aquel que crea un conflicto permanente con la institucionalidad, a la que señala como un obstáculo para su causa. Así, la politización de la justicia, especialmente cuando ésta no conviene al líder o sus partidarios, es una de las causas principales de la erosión democrática y la destrucción institucional como política, hasta el punto que grupos extremistas empiezan a organizarse; diversos medios de comunicación masiva legitiman y difunden teorías de la conspiración, demostración palpable que la democracia es frágil y requiere un consenso popular para sobrevivir, batalla permanente que debemos dar desde todos los frentes, además de hacer ver que no es posible que se capten voluntades con una desgastada narrativa populista extremista que no ofrece ningún plan para solucionar los problemas reales, más que el insulto y la victimización; que se deben apoyar proyectos democráticos serios; y, que la ciudadanía, en lugar de dejarse desanimar, debe salir a votar; y que además tenemos, desde la responsabilidad ciudadana, valorar la importancia de gobiernos que unifiquen y no dividan; dediquen más tiempo a resolver problemas que a insultar a sus críticos; y, que ofrezcan decencia y soluciones específicas para atender las preocupaciones y demandas de los diversos sectores.

Muchas veces los medios de difusión y propaganda nublan la realidad, pero lo cierto es que, al menos donde aún haya democracia, las elecciones se definen en las urnas. No hay líder ni movimiento imbatible. Por eso es importante que la ciudadanía no pierda la esperanza ante diagnósticos de “inevitabilidad” que de antemano dan por hecho a los ganadores y perdedores. Los populismos excluyentes y antidemocráticos pueden ser vencidos; que al final del camino la mayoría ciudadana prefiere la sensatez a la estridencia; y, que la victoria de la democracia no llega sola, toda vez que exige información, movilización, tenacidad e información veraz.