Columnistas
Criminales y herejes en el Paraíso | o lo que el capitalismo le debe al Caribe
Por Mauricio Díaz-Beltrán
Honoré de Balzac, un gordito bonachón francés que era un gran novelista, alguna vez acuñó una frase cuya fuerza profética (y poética) quizá no alcanzó a dimensionar: “Detrás de toda gran fortuna siempre hay un crimen”. Fortunas de tal magnitud como las creadas en la modernidad, mediante el sistema económico inherente a esta: el capitalismo, nunca habían sido vistas en la historia de la humanidad. Podría pensarse entonces que la talla de los crímenes que la procuraron ha de ser equivalente. Que sólo gigantes y monstruosos crímenes originarían incalculables y obscenas fortunas.
Lo que sucedió en el Caribe colonial da cuenta de ello. Cierto día, un genovés del que se sabe más bien poco y cuyo apellido era Columbus, pero terminó siendo Colón, les propuso a los reyes de España una delirante empresa: lazarse al Atlántico para rodear el planeta, que según él era redondo (y no plano como la gente sensata bien sabía), y al cabo de contadas semanas llegar a la India, inaugurando así una nueva y lucrativa ruta comercial. Por alguna extraña razón los reyes lo escucharon y decidieron apostar por el proyecto, aunque, como no tenían mucha fe en su éxito, no fue mucho lo apostado: tres barquitos, las provisiones justas y una tripulación compuesta principalmente por escoria y criminales. En caso de perder, no perderían nada realmente. Pero, como la Historia es una tragicomedia irónica, la fortuna iba a ser enorme: en el camino se les cruzó un continente completo con costas e islas, golfos y penínsulas, ríos y selvas, y lo mejor: desconocido para las otras potencias europeas. El Caribe sería entonces clave para el establecimiento de pequeñas colonias que posibilitaran la exploración del nuevo continente.
La incalculable extensión de tierra del Nuevo Mundo sólo significaba una cosa: riqueza. Pero la riqueza no se extrae ni se conforma por sí sola, se requiere trabajo. Y aquí los crímenes. El tabaco y el cacao, la plata y el oro, y todo lo que estuviese sobre y debajo de la tierra ya no les pertenecía a los aborígenes que habían habitado allí durante miles de años, si no a los españoles que montaban caballos y vestían de forma ridícula; y, para mayor beneficio, la mano de obra (que entre más barata mejor) no iba a ser barata, sino gratuita: esclava. Subyugaron y tiranizaron a los nativos de América y secuestraron y traficaron a la población negra del África.
Como era de esperarse, los españoles querían la torta para ellos solos, pero, siendo una torta bastante grande, pronto las demás potencias europeas se arrojaron al nuevo mundo. La piratería se convirtió en una estrategia barata para enriquecerse y debilitar el poderío del Imperio español. La corona inglesa y la francesa pagaban mercenarios para robar y fondear los galeones españoles y asaltar y saquear los puertos, sin importar cuánta sangre dejaran a su paso. El contrabando y el pillaje, al inicio, fue la forma de romper el monopolio ibérico sobre los puertos caribeños.
Así, el Caribe se convirtió en el centro del comercio mundial. Allí tenía lugar el despacho de las materias primas y minerales preciosos que iban y el acopio de las manufacturas, el capital y la mano de obra esclava que llegaba. La riqueza extraída de la colonia soportó el ascenso y poderío político-económico de las metrópolis, Sevilla y Barcelona, Manchester y Londres, Burdeos y Marsella, Ámsterdam y Bruselas. Por su parte, los puertos en América, Portobelo y Nombre de Dios, Santa Marta y Cartagena, Santo Domingo y Puerto Plata, La Habana y San Juan, que eran los puntos neurálgicos de la mayor explosión de intercambio cultural y comercial de la historia, pusieron a la clase comerciante europea, la burguesía, en la vanguardia de la humanidad.
El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo, diría Marx, otro gordito bonachón europeo, que, como Balzac, también se alimentaba y se vestía con la riqueza producto la industria sustentada por las materias primas coloniales. Pero Marx tenía razón, y seguro se refería a la sangre y al lodo de la colonia, que da pie a lo que se denomina acumulación originaria.
El sistema colonial en el Caribe, basado en el robo de recursos naturales y en la trata de seres humanos para ser utilizados como mano de obra esclava, ambas cosas crímenes indiscutibles, permitió una salvaje acumulación de capital que determinaría la tenencia de la tierra y la riqueza y la estructura de clases y subclases sociales modernas. Y eso nos permite entender en buena parte por qué los ricos son ricos y los pobres son pobres.
Bogotá D.C., 2024