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Columnistas

Unión Magdalena vs América en el Pascual

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Por Luis Oñate Gámez

Ese 18 de diciembre del 1979 el pesado bus urbano, afiliado a la empresa Cootransmag, partió para la ciudad de Cali del barrio La Esperanza, centro-sur de Santa Marta, a las 3:45 de la tarde con 32 pasajeros a bordo, en su mayoría jóvenes, entre 17 y 24 años, ávidos de aventura y con una fiebre unionista por encima de los 40 grados. Era la final; Unión era campeón con el empate y el América para serlo necesitaba ganar. Nos habían citado a las 10 de la mañana para salir antes del mediodía, pero la tramitomanía de los permisos de tránsito por poco abortan el paseo; irresponsablemente el conductor partió sin ningún tipo de permiso, íbamos a la buena de Dios.

Salimos en medio de bendiciones de otros hinchas que se quedaron con las ganas de ir y de varios padres que llegaron para apoyar la aventura de sus hijos. Muchos pasamos de largo sin comer, otros almorzaron sancocho de tienda porque la espera y la emoción nos mató el hambre. En el bus todo era felicidad y anhelos de llegar rápido y sin contratiempo a La Sultana del Valle para alcanzar a ver en vivo el partido Unión vs América, los bananeros eran campeón con el empate y los diablos rojos necesitaban ganar. Sabíamos que las vías no eran las mejores, cualquier policía de tránsito nos podía inmovilizar, había un solo conductor para todo el camino, quien, para completar el pastel, no conocía la vía.

En la mañana del 19 desayunamos en el Valle de Aburrá, ya habíamos pasado lo más traumático, pensábamos; el ascenso y bajada a Yarumal en horas de la madrugada. Lo recuerdo muy bien porque al bus le faltaban unos vidrios en las ventanas y el aire frío nos atacó fuerte, no llevábamos cobijas ni nada para amortiguarlo, creo que nadie pegó los ojos. El bus en el que íbamos era un vehículo de servicio urbano que llamaban bola de hierro, con bancas rectas e incómodas para ese tipo de viaje, y no tenía luces para romper la neblina, al chofer le tocó pegársele atrás a un tractocamión que iba a paso muy lento, y más en las subidas.

“Nojoda casi me congelo, no he dormido ni un minuto. Esas bancas tampoco ayudan, me llevan las nalgas como una piedra y la espalda doliendo. Creí que no íbamos a terminar de pasar ese páramo”, manifestó Antonio Ocampo, uno de los excursionistas de más algarabía dentro del bus.

Almorzamos saliendo de Medellín en donde el dueño o administrador de un restaurante les sacó un machete a varios de los aventureros; explicaron que el vendedor reclamaba el pago de cinco almuerzos que, según los implicados, le habían pagado por adelantado. A los afectados les tocó comprar pollo asado y comérselo dentro del bus porque no había tiempo que perder.

Cerca de Palmira, en una venta que había al lado de la carretera, compramos un gajo de guineo verde y se lo amarramos en la defensa del bus, antes no había la agresividad que existe hoy en las barras de fanáticos, los enfrentamientos no pasaban de una simple discusión. Pasadas las 8 de la noche entramos a Cali y llegamos al Pascual Guerrero cuando ya estaban sonando los himnos. La persona que quedó a comprarnos las boletas no apareció, no hubo de otra, revendidas al doble, a varios compañeros les tocó pagar al cuádruple porque, supuestamente, las boletas les salieron chimbas y los policías les pidieron el cuadre para dejarlos ingresar.

Adentro el Pascual Guerreo era una caldera, a varios hinchas unionistas de la excursión nos tocó hacernos en las escalinatas de occidental alta y ese estadio de estremecía, más fue el tiempo que estuvimos de pie que sentados. Aunque no llevábamos camisetas o atuendos que nos identificaran como aficionados del Unión alguien nos descubrió y comenzaron a gritarnos al oído lo mismo que le gritaban al Didí Valderrama o al “Chicho” Pérez cada vez que iniciaban un ataque: “mama burra, mama burra…”.

Era un partido casi que parejo, con pocas acciones de peligro por parte de ambos equipos y los hinchas bananeros vivíamos la fiesta con nerviosismo y en silencio, pero ese gol de América por parte de Alfonso Cañón que recibió solo un rebote al borde del área y la acomodó al palo de la mano derecha del arquero Miguel Ángel Gasparoni, nos dejó fríos. Una frialdad que nos arropó por completo con el segundo gol americano por parte de Víctor Lugo, de ahí en adelante los coros al unísono se volvieron interminable: “campeón América campeón…”.

Salimos del estadio cabizbajo a buscarnos los unos a los otros para encontrar el bus y emprender la aventura del regreso, ya sin la emotividad y la expectativa del viaje Santa Marta-Cali. Esa noche nos fuimos a dormir dentro del bus a las afueras de Cali, cerca de una estación de policía.

El regreso a La Bahía lo emprendimos antes que el sol despuntara… Hubo 2 compañeros de aventura, entre esos “Mengalvio”, un excelador del Liceo Celedón, que se quedaron; se fueron a un bar cercano para saber con certeza si en verdad las caleñas eran como las flores, y como que se embriagaron con su néctar porque no regresaron al bus. Llegamos a Santa Marta como a las 4 de la tarde del 21 de diciembre, cuando ya en muchos había pasado el guayabo de la derrota, pero nos quedó la vivencia de la aventura.

Con María Leguía, quien con su esposo fueron los líderes de la excursión, luego de 45 años sin vernos, me volví a encontrar hace un mes en el Sierra Nevada, en un partido del Unión, en donde volvimos a recordar esa extenuante e inolvidable excursión unionista y ahí me nació la idea de escribir esta pequeña crónica vivencial.