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De Sitio Viejo a Pueblo Nuevo: Haciendo alquimia con la sal

Por: Gerardo Angulo Cuentas
A orillas del Caribe colombiano, entre manglares, aguas salobres y saberes antiguos, se encuentra una oportunidad dorada que ha sido largamente ignorada. Pueblo Viejo y Sitionuevo, dos municipios del departamento del Magdalena conservan una relación ancestral con la sal, ese mineral milenario que ha sido moneda, medicina y símbolo de civilización. Sin embargo, en tiempos donde el discurso sobre innovación pareciera estar reservado para Silicon Valley y los emprendimientos digitales, la pregunta urgente es: ¿puede un grano de sal transformarse en el catalizador de un nuevo modelo de desarrollo territorial?
La respuesta es sí, y no desde la lógica de la innovación disruptiva o la investigación científica de alto costo, sino desde lo que Dan Breznitz @dbreznitz llama la innovación en la adaptación y la implementación. Este modelo, lejos de exigir laboratorios futuristas, propone mirar con otros ojos las capacidades existentes, valorar lo que ya se sabe hacer, y mejorar los procesos con creatividad, apropiación tecnológica y trabajo colectivo. En otras palabras, transformar lo que parecía un «sitio viejo» en un verdadero “pueblo nuevo”.
Las comunidades de Pueblo Viejo y Sitionuevo cuentan con condiciones geográficas privilegiadas para la producción de sal marina por evaporación solar: radiación constante, vientos alisios, acceso al mar y una cultura que ha trabajado la sal por generaciones. Sin embargo, estas potencialidades han sido relegadas por la falta de inversión, la fragmentación organizativa, y una cadena de comercialización que no reconoce ni paga el valor real del trabajo artesanal.
Frente a ese panorama, la clave no está en prohibir lo tradicional ni en importar modelos ajenos, sino en activar una alquimia moderna: la combinación de saber ancestral, tecnología apropiada, diseño participativo y nuevas formas de mercado. Las experiencias internacionales como las salinas de Maras (Perú), Janubio (España), Tehuantepec (México) o Aveiro (Portugal) demuestran que es posible innovar con la sal cuando se articula el conocimiento local con redes académicas, apoyo estatal, y un fuerte sentido de identidad cultural.
Colombia, y en particular el Caribe, pueden convertirse en referente de este tipo de innovación, si apuestan por proyectos donde el desarrollo no signifique borrar la historia, sino escribir sobre ella con nuevas tintas. Para Pueblo Viejo y Sitionuevo, esto podría implicar el fortalecimiento de asociaciones de salineros, la creación de marcas territoriales como “Sal del Caribe colombiano”, la articulación con el turismo cultural y gastronómico, y el acompañamiento técnico de universidades como la Unimagdalena y centros como el SENA.
Esta estrategia también permitiría diversificar la economía local: productos gourmet, cosmética natural, sales medicinales o rutas ecoetnográficas podrían integrarse a una cadena de valor incluyente. Más aún, podría posicionar la sal como una herramienta pedagógica, identitaria y ecológica, en un contexto donde la Ciénaga Grande —patrimonio de la humanidad y ecosistema vital— necesita aliados que trabajen desde la sostenibilidad y el arraigo territorial.
Por supuesto, los desafíos no son menores: mejorar la infraestructura, asegurar una gobernanza justa, evitar la sobreexplotación ambiental y garantizar una distribución equitativa de beneficios. Pero esos obstáculos no deben leerse como barreras infranqueables, sino como parte del camino hacia una innovación real, de esas que Breznitz califica como ancladas en la vida cotidiana, no en los discursos vacíos de los planes de desarrollo.
Así, la sal deja de ser solo un recurso y se convierte en símbolo. Porque transformar un territorio también es transformar las narrativas con las que se lo ha mirado. Y si Pueblo Viejo y Sitionuevo logran activar esta alquimia comunitaria e inteligente, habrán demostrado que la innovación no siempre viene de la mano del silicio, sino también de la sal.
Al final, lo que está en juego no es solo una mejora económica, sino una afirmación cultural: reivindicar que en estos pueblos costeros no hay atraso, sino potencia. Que en la sal que se evapora bajo el sol no hay pasado muerto, sino un futuro por cristalizar. Y que sí, desde un rincón cálido del Magdalena, se puede enseñar al mundo cómo se hace alquimia con la sal.
