Columnistas
La fragilidad de lo que somos

Por: Iván David Correa Acosta
El apagón surgido por estos días que afectó a la península ibérica, a partes de Francia, e incluso a Alemania, sin duda, fue un hecho que nos dejó a todos anonadados de ver lo que pasaba, de como un país que tiene de los mejores sistemas eléctricos del mundo y que se pensaba que nunca afrontaría un evento de esa magnitud por la robustez de su red y por la codependencia de energías limpias como es el caso de la energía nuclear, viviría un evento que dejaría a la península sin energía durante más de 12 horas (en algunas regiones se habla de más de 18 horas). Un evento que revela la vulnerabilidad de la red eléctrica española y en especial la europea. El fenómeno desató la incredulidad de mucha gente, que ante el primer impacto cayeron en la negación para luego caer en las conjeturas de primer plano que tenemos siempre ante un evento inesperado y directo, como, por ejemplo, el hecho de que era un simulacro para un posible sabotaje ruso, que ese sabotaje era una realidad, que había sido un ciberataque de los chinos, que había sido en realidad algún loco que quería dejar a España sin fluido eléctrico. En fin, las autoridades españolas hablan de un “fenómeno atmosférico” sin más, algo que claro ha despertado las mas crudas mentes conspiranoicas y detectivescas que no se han quietas ante semejante explicación inadecuada y superflua, pero ese no es el objetivo de la columna
Hoy veo a hablar de algo más subyacente que el apagón, algo además de la vulnerabilidad del español y del europeo en general a eventos que los latinoamericanos vivimos cada tanto (en especial los costeños), es la fragilidad que tenemos con la tecnología. Es increíble que un apagón nos apaga por completo por la interdependencia que tenemos en nuestra vida diaria con el internet y con la electricidad, más que todo con la señal de internet. Se paran las transacciones bancarias, las clínicas, los hospitales, las oficinas, y nos cuesta vivir más allá de las pantallas. La vida se detiene y nos volvemos más inútiles que una piedra en un pedregal. Es increíble que a medida que el mundo avanza y la tecnología también, esta nos convierte en un objeto moldeado por ella.
Muchos españoles hoy conocieron la radio por primera vez, contagiados en parte por el pánico, en parte por el gadejo típico de los apagones. Muchos hoy por primera vez pusieron a prueba su creatividad pasando sin celular ni ningún medio electrónico el apagón, muchos conocieron los cuadernos y los libros para escribir y leer como nunca lo habían hecho u otros simplemente durmieron como nunca. El apagón nos reflejó una triste realidad: La tecnología nos domina de una manera inimaginable y no hacemos nada para contrarrestar el efecto, al contrario, cada vez avanzamos más en esa dirección. Cada uno de los aspectos de nuestra vida es dominado por la tecnología y los dispositivos móviles, permaneciendo inermes ante su efecto, a veces por necesidad, y otras veces sencillamente por que nos gusta y nos encanta. La realidad es que somos frágiles y un apagón también nos puede apagar a nosotros de la manera más frágil, como le escuché hoy a un periodista español, “nos vieron desnudos y con las pelotas al aire”, la realidad es que sí, un apagón nos deja desnudos, pero no por nuestra infraestructura energética o de primera necesidad o las afectaciones domésticas que un evento de este tipo puede por supuesto catalizar, sino porque desnuda lo que somos, unos seres que carecemos de la más mínima creatividad y absorbidos por los dispositivos móviles, ya sea por la dopamina que nos genera o por que nos facilita las cosas, al punto de que las hace totalmente por nosotros. En fin, nos desnuda la fragilidad de… lo que somos.
