Columnistas
Odebrecht
Por Cecilia López Montaño
En el Foro Nacional Ambiental que se realizó en Barranquilla hace algunos meses, se reiteró la pregunta sobre las consecuencias de estar en este proyecto Odebrecht, la firma brasilera que ya estaba involucrada en escándalos de corrupción en Brasil. Sin embargo, se afirmó por parte de los responsables del proyecto de recuperación del río Magdalena y de algunos funcionarios del Gobierno, que en Colombia no había ninguna denuncia sobre el comportamiento de esta firma en el país. Esta era la razón para justificar la presencia de la compañía brasilera en el consorcio creado para desarrollar este proyecto.
Tuvo que intervenir la justicia norteamericana para que quedara en evidencia que sí había serios motivos de preocupación sobre la forma como Odebrecht ganaba tantos concursos en América Latina, para que se reconociera que en Colombia se habían repartido 11 millones de dólares en coimas. Es decir, si no es por la magnitud de este escándalo, los funcionarios y otros miembros del Estado colombiano, seguirían con 11 millones de dólares en sus bolsillos.
Hoy están en la picota pública exfuncionarios de nivel nacional, firmas colombianas socias de Odebrecht como Navelena, que, gracias a la permisividad de la sociedad colombiana frente al robo de recursos públicos, han podido vivir hasta hora como respetables ciudadanos con sus cuentas llenas de dinero y con obras mal hechas o inconclusas. Nadie les había pasado la cuenta de cobro que se merecen y que debería terminar con grandes penas.
¿Se necesitan más pruebas para demostrar que las obras públicas son la nueva fuente de enriquecimiento ilícito en Colombia, de unos sectores que siguen manejando este país? Esta es la nueva clase de millonarios en dólares, que surge como la dueña de mansiones, de toda clase de privilegios, que no paga impuestos, muchos de cuyos representantes del pueblo que se presentan como los adalides de los pobres.
No es creíble que individuos que de un momento a otro manejan miles de millones que, además, no esconden, no hayan sido ni detectados y peor aún cuestionados por los miembros de esta sociedad que los rodean. Robar es un pecado si lo comete un pobre, pero si lo hace una persona que pertenece al odioso estrato seis, la sanción social mínima no existe para no hablar de la inoperancia de los órganos de control.
Aceptémoslo: la herencia del narcotráfico es que la plata todo lo compra hasta la conciencia de quienes creen que también se beneficiarían de andar con gente rica. Es realmente vergonzoso que miembros destacados del país hayan recibido 11 millones de dólares cuando para completar, no tenían la capacidad de hacer los grandes proyectos que se ganaron en procesos viciados. Y eso esta sociedad lo permitió porque en este país lo que importa es ser rico así tenga escondida en un lugar perdido, la ética y la moral. Solo queda esperar la reacción tardía de los entes de control y de la justicia.
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