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Análisis

Palaa sushi pulaska tu ejimejinukatuirua (El mar dios de los pescadores pelícanos)

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El universo apalaanchi existe en las comunidades de la costa oriental de la península de La Guajira. Su vasto territorio comprende no solo las rancherías indígenas ubicadas en el litoral, sino también sus caladeros de pesca en las aguas y fondos de un Caribe primigenio y aún no domesticado.

Desde Bahía Honda hasta Camarones los apalaanchi, gente de playa que percibe el mar como su territorio, han vivido de los recursos naturales presentes en el entorno costero. En aguas abiertas encuentran peces, crustáceos y moluscos; en lagunas litorales capturan lisas y camarones; aglomeran conos de sal en las salinas naturales y de las arenas de la playa extraen diversos bivalvos.

A lo largo de la costa se puede observar a los pescadores de Camarones, conocedores de relatos marinos, a los diestros lanceadores de Las Delicias, a los hábiles musicheros navegantes nocturnos y conocedores de estrellas y a los buzos de cabeza de Carrizal, otrora dueños de los bancos de perlas.

El histórico asentamiento de indios de Carrizal es la reserva más auténtica del universo apalaanchi, donde aún resuenan los nombres de Baltasar y Pacho Gámez, los caciques del siglo XVIII a quienes la Corona española dio un trato especial.

Todavía se guarda la memoria de tres de sus buceadores más famosos del siglo pasado: Tuto, Foliaco y Sharetao del clan Uriana, arquetipos del hombre apalaanchi.

La tradición oral de las comunidades costeras wayúu es fértil en elementos propios del entorno marino como fenómenos atmosféricos u oceanográficos, de conjuntos de estrellas, crustáceos, peces o aves del litoral; sus numerosas narraciones sobre estos seres se expresan en forma de mitos, cuentos, leyendas o relatos humorísticos, algunos de los cuales tienen connotaciones eróticas que los wayúu disfrutan narrar y escuchar.

Los habitantes indígenas del litoral guajiro tienen un conocimiento del entorno costero mediado por el afecto. Perciben la dimensión temporal y espacial de eventos naturales que son a la vez importantes y frágiles, tales como las migraciones, los lugares donde se concentran para el desove, el apareamiento y la cría, o los sitios que albergan especies raras o en peligro de extinción. La cosmogonía apalaanchi se expresa a través de ricas metáforas y manejos simbólicos que recrean su propio mundo.

YOLIJA, EL PELÍCANO DE LA CULTURA WAYÚU

Cuando no existían los seres humanos en el universo, Yolija, el pelícano, era ya un ave pescadora que ansiaba apoderarse de las redes que empleaba la estrella Simiriyuu en sus faenas marinas, para ello, le pidió en préstamo sus instrumentos de pesca con la promesa de devolverlos muy pronto.

La ingenua estrella cedió sus redes al sagaz Yolija, quien huyendo de Simiriyuu viajó con ellas desde la Alta Guajira hasta las playas de Kari Kari, muy cerca de Camarones. La angustiada Simiriyuu lo buscó hasta encontrarlo en los confines del territorio wayúu. Sin embargo, el audaz pelícano, al verse descubierto, ocultó las redes en su pico para evitar que su dueña se las quitara.

Desde entonces, los pelícanos tienen abultada la parte inferior de su pico, pues allí esconden las redes hurtadas. En la época del año en que esta estrella aparece para anunciar los vientos, los pelícanos caen derribados en su vuelo por las ráfagas de viento y sufren los piojos que la ofendida estrella les envía como castigo por haber robado sus redes.

JEPIRACHI (VIENTO DEL NORDESTE) PADRE DE LOS PESCADORES WAYÚU

El viento es fundamental para la navegación a vela a la que aún recurren en La Guajira muchos pescadores. Para los wayúu los vientos alisios del nordeste, dominantes en la península, provienen de Jepira, su mundo sobrenatural cuya entrada está en el Cabo de la Vela.

Por tal motivo los llaman con el nombre emblemático de jepirachi. Según su procedencia mencionan a palaapajat, el viento del norte, que viene del mar; a palaijatu, el viento del noroeste; a wopujetu, el de los caminos del oeste; a aruleshi, el viento pastor del sureste; a joutai, el viento ardiente y fuerte del este que suele traer el hambre.

Llaman mimitshi al viento apacible de la bonanza y wawai al viento aullador de tormentas y huracanes. A través de la práctica y los relatos, los niños playeros aprenden la importancia de los vientos para la navegación y la pesca; saben que jepirachi, viento amoroso, es uno y varios, femenino y masculino a la vez.

Deben, además, aprender que un falso viento llamado jepiralujut simula ser jepirachi y puede meterse dentro de este para confundir a los ingenuos navegantes que se aventuran en el mar confiando en su impulso.

Los pescadores wayúu cuentan que cuando no hay brisa deben silbar para que esta llegue y llene las velas de su embarcación. En tiempos antiguos tocaban el ulupu o caracol gigante para llamarla.

Hoy llaman al viento diciendo: «ven, viento, ahí viene el viento, corre viento, ¿qué vas a hacer con nosotros? Estamos con hambre y queremos regresar a casa». El pescador canta para no dormirse. Canta historias de guerras y de combates con tiburones; le canta a una mujer playera de la que está enamorado y le canta también a su canoa, a la cual compara con un caballo veloz.

Conocer los astros es indispensable para la navegación nocturna y para organizar las tareas de acuerdo con los ciclos estacionales.

Los pescadores wayúu distinguen varios tipos de astros: llaman joroots a los planetas y las estrellas más luminosas, mientras asignan nombres específicos como Pamo o Jichí, asociados a seres míticos, a los astros titilantes que corresponden a estrellas comunes.

Llaman alwuasu o ‘caminos de embarcaciones’ a conjuntos de astros tales como la Osa Mayor, en los que se apoyan durante la noche para encontrar el rumbo de la navegación y facilitar la pesca. Igualmente, las ‘estrellas despertadoras’ les sirven para determinar el inicio de la pesca vespertina y nocturna.

Encuentran también en el firmamento arroyos-camino llamados luopu, que permiten el paso de una constelación a otra, a semejanza de los cauces subacuáticos que atraviesan los densos jardines coralinos y las extensas praderas marinas.

Algunos cantos chamánicos mencionan las estrellas empalizadas, Kalawa, que actúan como las trampas que los apalaanchi ponen en las bocas de las lagunas litorales para atrapar a los peces. En los rituales de curación, la mujer ouutsü ayuda a las almas de las personas gravemente enfermas a saltar esas trampas para evitar caer en las redes de la muerte.

Ocupan lugar protagónico en el singular universo apaalanchi, tan diferente al de los pastores wayúu, el cangrejo jemeipa que cuida las nidadas de las pequeñas tortugas hasta la eclosión de los huevos; jepirashi, el viento del nordeste, padre amoroso de los pescadores que refresca las duras condiciones del desierto guajiro; warutta, el caracol que pastorea y encorrala los peces haciéndolos inaccesibles a los pescadores, y el grotesco wakuko, pez escorpión que vigila con celo las langostas y arroja flechas a los buceadores que merman las riquezas marinas.

Simaluunapalaa, el mar primigenio, es considerado el espacio cimarrón por excelencia. Los términos cimarrón y simaluuna hacen alusión a lugares antiguos, inhóspitos y desconocidos, donde habitan seres no domesticados.

Se asocian en la tierra a zonas boscosas y en el mar a zonas de oleaje que conllevan riesgo para el cazador-pescador. Allí todavía habitan mamíferos como los jaguares, reptiles como las serpientes, peces como el tiburón, insectos como las abejas o aves de rapiña como el gavilán.

Un auténtico apalaanchi, pescador tradicional, incursiona en Simaluunapalaa, donde se percibe a sí mismo como cazador de peces. Sin embargo, los recursos que utiliza para seguir la huella son diferentes de los que emplea un cazador cuando acecha su presa en tierra.

El apalaanchi pone el canalete en su oreja para rastrear a sus presas en los fondos y enfrentarlas con el chuus o el jatpuna, los arpones habituales wayúu. Sabe, como buen cazador, que tanto él como su presa tientan a la muerte.

Sabe que puyui el tiburón, el jaguar del mar, acecha en las aguas custodiando el ganado de Pulowi, ese ser hiperfemenino dueño de los animales marinos, a quien deberá ofrecer infusiones de malambo para acceder a sus rebaños sin recibir castigo.

Los habitantes del litoral conocen de cerca la incertidumbre asociada a la pesca en un ambiente tan complejo y azaroso. Las mujeres y niños apalaanchi extraen de la arena de las playas diversas bivalvas como el erótico pichipichi, capaz de fecundar a las mujeres que extienden sus piernas sobre la arena. En las aguas de palaa aguardan al apalaanchi sus mujeres acuáticas, las tortugas que seduciéndolo coquetean alrededor de su embarcación. En la playa le esperan, al retornar de su faena, sus mujeres de tierra.

Mientras los hombres limpian el pescado sus mujeres de tierra lo descaman y preparan para su venta en los mercados locales, organizando los peces plateros o pequeños en ‘ensartas’ con la misma destreza con que arman los collares de oro, de tumas o de coral.

Las ensartas se clasifican según el número de peces que las componen y el color del pescado. Las hay amarillas de las mojarras amarillas, blancas de los diversos peces blancos, rojas de los pargos y las habría verdes si las armaran con peces loros.

El apalaanchi es completamente libertario. Palaa, el mar, le asegura alimento en abundancia, pues entre las riquezas que ofrece y las necesidades del pescador solo median su conocimiento y su destreza.

Este es el universo cosmogónico de la playa wayúu, donde desaparecen las barreras que separan lo humano de lo no humano.

Allí vive el mero, manso y trabajador como los miembros del clan pushaina; también el jurel, migrante andariego como las gentes del clan arpûshana y el pargo pluma, zorro del mar, del clan wariliyuu.

En sus aguas se encuentran los cardúmenes de bonitos que marchan apretujados hacia los velorios del mar, como lo hacen los wayúu en los funerales de tierra. Este es el mundo de hombres y mujeres que reconocen en palaa, el mar, un ser vivo, antiguo y mitológico del que derivan su sustento, pero que al igual que sus hijos, los apalaanchi, es también indómito y libertario.

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