General
Los herederos de la Gran Colombia
La Gran Colombia fue un ambicioso proyecto de unión entre varias de las excolonias españolas en América Latina. La incertidumbre acompañó su corta existencia, principalmente como consecuencia de las discrepancias existentes en cuanto al modelo de Estado que debía consolidarse. Su existencia ha marcado el desarrollo político de los países que formaron esta república hasta la actualidad y la imagen de su principal valedor, Simón Bolívar, ha servido de base para el bolivarianismo contemporáneo.
La independencia de las colonias españolas en América Latina se convirtió en una realidad a principios del siglo XIX. En apenas unos años, la decadencia del Imperio español, que por aquel entonces se enfrentaba a la expansión de la Francia liberal y conquistadora en el corazón de Europa, dio lugar a un proceso irreversible que conllevó la pérdida de los territorios que había conquistado hacía más de 300 años. A lo largo de dos décadas, las juntas revolucionarias se generalizaron en las colonias españolas y, bajo la tutela de líderes como Simón Bolívar, los pueblos de la región comenzaron su camino hacia la emancipación.
Si bien la gran mayoría de las independencias se produjeron al amparo de un gran movimiento generalizado, cada país vivió un proceso muy particular que ha dejado su impronta en la Historia. El periodo inmediatamente posterior estuvo caracterizado por grandes proyectos de construcción estatal que, a la imagen y semejanza de los Estados Unidos, buscaron agrupar los antiguos territorios coloniales en entidades políticas unificadas. Fueron los casos de la Gran Colombia, el Imperio mexicanoy las Provincias Unidas del Río de la Plata. Sea como fuere, la Historia no permitió que las grandes expectativas con las que partieron estos proyectos llegaran a buen puerto. El mapa político que presenta hoy América Latina es resultado de los procesos de reconfiguración territorial que comenzaron tras el fracaso de estas iniciativas.
De entre los proyectos de unidad territorial que comenzaron entonces, cabe destacar la creación de la Gran Colombia no solo por la implicación personal de Bolívar, uno de los principales libertadores, sino por la influencia que su base ideológica tiene en la región en la actualidad. El bolivarianismo como corriente política contemporánea toma la imagen de Bolívar como punto de partida de un paradigma antiimperialista y socialista que comienza su apogeo en la Venezuela de Hugo Chávez a principios del presente siglo. Las oportunidades que presenta este paradigma en el contexto actual se encuentran en entredicho a la luz del giro a la derecha que está produciéndose en la región, así como consecuencia de la crisis que atraviesa su principal valedor.
El camino hacia la emancipación latinoamericana
En los albores de la emancipación latinoamericana, la organización política y social de las colonias se erigía sobre una sociedad muy heterogénea y desigual. Si bien existían diferencias en el perfil poblacional de los territorios, la panorámica general otorgaba amplios privilegios a apenas un 1% de la población, aquella de origen metropolitano. A continuación, la población criolla —descendientes de antiguos colonos originarios de las propias colonias— ocupaba los principales puestos de la Administración colonial y, paulatinamente, los principales sectores productivos. El resto de la pirámide se componía de población negra, mestiza o indígena. Aunque entre estos colectivos también existían diferencias remarcables —por ejemplo, la condición esclava de la mayoría de la población negra—, podemos establecer como elemento compartido una clara desigualdad respecto a los primeros grupos.
En el caso de las colonias españolas, el proceso de independencia comienza con la toma de conciencia de la población criolla sobre su falta de derechos políticos. Si bien formaban parte de la élite de la pirámide social, su participación en la vida pública era limitada y la Administración colonial se articulaba inequívocamente en beneficio de los metropolitanos. Con el tiempo, al descontento político se sumaron intereses económicos.
El proceso de emancipación pronto se vio impregnado de una suerte de revolución liberal que tomó como base ideológica la demanda de derechos tanto políticos como económicos por parte de los criollos. Como máximos representantes de la burguesía latinoamericana, propietarios de unos medios de producción fundamentalmente agrarios, el férreo control ejercido por España en las relaciones comerciales de las colonias reducía sus oportunidades de incrementar su riqueza.
La definitiva toma de conciencia sobre los beneficios de la emancipación se produjo en los primeros años del siglo XIX. La injerencia inglesa en un intento de socavar el dominio español en los territorios fue uno de los elementos que alimentó los primeros episodios del proceso de independencia, como la insurrección de Francisco de Miranda en el virreinato de Nueva Granada en 1806 o la incursión inglesa en el virreinato del Río de la Plata en 1807. No fue hasta la ocupación francesa de España (1808), en el marco de las guerras napoleónicas, cuando el ritmo de los acontecimientos se aceleró.
Ante el vacío de poder que se produjo en la metrópoli, el camino de la élite colonial española y el de los criollos se separaron. En términos generales, los criollos consideraron la ocasión como una oportunidad para hacer realidad sus demandas. En Buenos Aires se hace con el control una junta de Gobierno que apuesta por la unidad del Cono Sur en una entidad política autónoma, las Provincias Unidas del Río de la Plata. En Nueva Granada, el proceso comienza en Caracas de la mano de Bolívar, al que se unió el avance de José de San Martín desde Lima. En América Central, al contrario de la tendencia general, fue el colectivo indígena el que canalizó el proceso de emancipación frente a los criollos, que ante la incertidumbre sobre su condición se alinearon en un primer momento con los realistas defensores de la metrópoli.
El proceso de emancipación entró en un tira y afloja entre realistas e independentistas durante toda la década de 1810. La vuelta al poder absoluto de Fernando VII en España, en 1814, supuso un claro freno —e incluso retroceso— en el camino hacia la emancipación. La junta de Buenos Aires se mantuvo firme y avanzó posiciones hacia Chile; Bolívar reorganizó sus fuerzas e hizo pinza junto a San Martín por la independencia de Nueva Granada y los territorios colindantes. Posteriormente, en el marco del Trienio Liberal (1820-1823), las tropas españolas destinadas a las colonias se pronunciaron en España a favor del liberalismo y no llegaron a partir. La falta de estos refuerzos militares aceleró el proceso de independencia y puso punto y final al dominio español en la América continental.
Auge y caída de la Gran Colombia
La construcción de la Gran Colombia comenzó con la independencia de Venezuela (1811) de la mano de Bolívar. En los años siguientes, el resto de territorios se lanzaron a la carrera, pero los procesos fueron frenados por las tropas realistas tras el fin de la ocupación francesa en España.
A pesar de la efímera emancipación, la mecha ya había sido encendida y los movimientos independentistas siguieron en activo. El proceso se reactivó con rapidez en 1819. Bolívar recuperó Venezuela y se hizo con Nueva Granada, donde fue nombrado caudillo de la República de Colombia en el congreso de Angostura ese mismo año. En 1821 Panamá accedió a la independencia y se incorporó a la nueva entidad política al tiempo que en el congreso de Cúcuta se proclamaba la Constitución de la Gran Colombia, con capital en Bogotá.
La nueva república nació en tiempos de guerra, pues el control realista seguía siendo fuerte en el continente, sobre todo en Perú. Fue una estratégica pinza realizada entre Bolívar y San Martín la que significó, junto a la ausencia de refuerzos realistas, el fin de la ocupación española de la región. La conquista de Ecuador en 1822 completó el rompecabezas de la Gran Colombia de Bolívar. Los intentos posteriores de ampliar las fronteras hacia Bolivia y Perú fueron en vano e incluso podríamos considerarlos ilusorios si tenemos en cuenta las dificultades a las que la ya de por sí vasta república tenía que hacer frente.
La viabilidad de la Gran Colombia enfrentó grandes retos desde sus inicios y los pronósticos no hicieron más que empeorar conforme se daban los primeros pasos hacia la construcción del Estado. En primer lugar, la herencia de la Administración colonial había dejado unos territorios poco institucionalizados y muy heterogéneos. Como elemento añadido, la crisis económica acompañó a la experiencia desde el comienzo. En segundo lugar, la Constitución de 1821 levantó grandes recelos, principalmente en Venezuela como consecuencia de su centralismo, aunque también en el propio Bolívar, que lo consideraba un texto débil.
En los años siguientes, las principales disputas en torno al modelo de Estado tuvieron que ver con el equilibrio de poder entre los caudillos locales. Pueden resumirse en dos ejes: militarismo o civilismo y centralismo o federalismo. La apuesta de Bolívar, militarista y centralista, predominó durante todo el periodo. Frente a él se posicionaron, principalmente, el venezolano José Antonio Páez y el colombiano Francisco de Paula Santander, ambos federalistas y el segundo, además, civilista.
El centralismo establecido por la Constitución de Cúcuta originó la formación de grupos separatistas, encabezados por caudillos locales, que trabajaron durante toda la década por la separación de sus territorios. Los intentos de mantener unida la república pasaron por el nombramiento de Bolívar como presidente vitalicio en 1824; unos años después, en 1828, su poder se vio reforzado. Entretanto, Bolívar sienta las bases del nacimiento del latinoamericanismo en el congreso de Panamá (1826), donde apostó por la unidad de las excolonias españolas. Por un lado, del fortalecimiento de su figura como elemento de unidad se desprende una tendencia personalista que, en vez de evitarla, incentivó la desintegración. Por otro lado, el carácter centralista del proyecto levanta suspicacias. La república se encontraba en un camino sin retorno y a los problemas internos se unieron los recelos regionales, materializados en esta ocasión en la guerra con Perú, otro intento frustrado no solo de expandir los dominios del proyecto de Bolívar.
Hacia finales de la década, en 1829, Venezuela se convirtió en el primer territorio en declarar su independencia. Un año después, Ecuador hizo lo propio. La última apuesta por la unidad en tiempos de Bolívar tuvo lugar el Congreso Admirable (1830), donde llegó a presentar su renuncia en aras de facilitar el entendimiento entre intereses encontrados. Pero la república ya estaba muerta y tan solo era cuestión de tiempo que los territorios se independizaran. Unos meses después, Bolívar fallecía, víctima de la tuberculosis.
En las décadas siguientes, las recién independizadas colonias se enfrentaron a su segundo nacimiento como país; fue el comienzo de las entidades políticas que, con mayores o menores cambios, han perdurado hasta la actualidad. Las relaciones entre los territorios exgrancolombianos presentaron gran complejidad desde el principio. A lo largo de casi 200 años hemos asistido tanto a periodos de cooperación y entendimiento como a episodios de conflicto, motivado por todo tipo de disputas, ya fueran fronterizas, económicas o ideológicas.
La Gran Colombia pronto se convirtió en un recuerdo. La unidad de los pueblos latinoamericanos fue fundamental para que las colonias alcanzaran su independencia, pero su base no fue lo suficientemente sólida como para vencer a la posteridad. No obstante, las implicaciones de su existencia, así como de la ideología que subyace en su nacimiento, han influido en el devenir político de los países que se formaron tras su desintegración.
El recuerdo de Bolívar: los herederos de la Gran Colombia
El bolivarianismo ha tenido un fuerte impacto ideológico no solo en los territorios que formaron parte de la república, sino en todos aquellos sectores latinoamericanos que encontraron en su creación la base de un paradigma antiimperialista. En la actualidad, su influencia es remarcable en países como Bolivia, Ecuador y Venezuela, mientras que en Colombia ha sido el santanderismo la concepción dominante.
Ambos, bolivarianismo y santanderismo, son las dos caras de una misma moneda: la herencia de la Gran Colombia. No obstante, su significado actual no es más que una reinterpretación de sus pensamientos en un nuevo contexto, sobre todo si comparamos el pensamiento conservador de Bolívar con la adopción de su legado como referente del socialismo del siglo XXI, que crece en la región con la Revolución bolivariana de Venezuela. La herencia de Santander, en cambio, se presenta hoy más cercana a un liberalismo a la derecha que ha triunfado entre los principales partidos colombianos. Con algunas variaciones en el espectro político, entre sus herederos también se encuentran algunas representaciones de centroizquierda que nos llevan a concluir que es, en esencia, un paradigma moderado.
La concentración territorial del santanderismo en Colombia ha llevado a la doctrina bolivariana a convertirse en la principal herencia política de la república en toda la región. La asimilación de sus ideas comenzó inmediatamente después del fallecimiento de Bolívar y de la desintegración de su obra. A lo largo del siglo XIX, fueron varios los intentos de reunificar los países herederos de la Gran Colombia; particularmente característicos fueron los congresos de Lima de 1847 y 1864. Hacia finales de siglo, a raíz de la consolidación de las diferentes naciones, así como consecuencia de las disputas internacionales, terminó por imponerse la realidad. El fin del sueño de unión entre los países latinoamericanos llegó con la guerra de Paraguay (1865-1870), la del Pacífico (1879-1883) y la separación de Panamá (1903).
Frustrados los intentos materiales, fue en el plano ideológico donde el pensamiento de Bolívar se consolidó, principalmente como antítesis de la doctrina Monroe. Frente al derecho de injerencia estadounidense, cuya expresión regional toma forma con el interamericanismo, el bolivarianismo se convirtió en el sustento de un latinoamericanismo reacio a la supremacía de Washington. Como resultado de uno y otro paradigma surgieron durante la segunda mitad del siglo XX espacios como la Organización de Estados Americanos (OEA) —interamericana— y diferentes organizaciones de libre comercio de corte latinoamericano, como la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi) o el Mercado Común del Sur (Mercosur).
En los últimos años, la herencia de Bolívar encontró un nuevo espacio en la victoria de Hugo Chávez en las elecciones presidenciales venezolanas de 1999 y en la posteriormente conocida como Revolución bolivariana. Los orígenes del movimiento en Venezuela surgieron en primera instancia entre sectores militares del Ejército venezolano, entre los que se encontraba el propio Chávez. Tras su llegada al poder, las contingencias de los primeros años de su presidencia, sobre todo tras el intento de golpe de Estado de 2002, reforzaron su apuesta por un paradigma antiimperialista. En la primera década del siglo XXI, la adopción del bolivarianismo trascendió los límites de Venezuela y se plasmó en un nuevo modelo de integración regional sobre la base del socialismo del siglo XXI, materializado en la Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América – Tratado del Comercio de los Pueblos (ALBA–TCP)
La ALBA surgió en el seno del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) como reacción al interamericanismo dominante en esta organización. La Alianza ha sido considerada como la principal herramienta de la política exterior venezolana en el ámbito latinoamericano, pero, trascendiendo las suspicacias ideológicas, lo cierto es que la organización ha logrado grandes avances en desarrollo social en ámbitos como la sanidad y la educación, sobre todo durante sus primeros años.
El bolivarianismo actual: simpatizantes y detractores
La herencia política de Bolívar, concretamente su asimilación por parte del socialismo del siglo XXI, es posiblemente la corriente ideológica actual que más reacciones encontradas presenta. La expansión del bolivarianismo en la región fue posible gracias al auge de su principal valedora, Venezuela, que aprovechó la fase expansiva del ciclo económico —concretamente gracias al petróleo— para alcanzar un rápido crecimiento. La riqueza resultante sirvió para avanzar hacia el desarrollo social, pero no se produjo un cambio hacia un modelo económico sostenible.
El ascenso de Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador y Morales en Bolivia es una muestra de este cambio de paradigma, que, si bien hace unos años aspiraba a construir un modelo alternativo, hoy en día se encuentra en entredicho. De entre las críticas que recibe el bolivarianismo contemporáneo, sus detractores lo consideran la fachada de un socialismo populista con tendencias autoritarias que ha llevado a la ruina económica a los países en los que ha triunfado. En este sentido, es cierto que la bonanza de la primera década del presente siglo careció de una clara apuesta por una diversificación económica que mantuviera en el futuro unos logros sociales implementados mediante las misiones bolivarianas.
En la actualidad, el giro hacia la derecha que se está produciendo en algunos Estados de la región nos lleva a pensar que tal vez nos encontremos ante un nuevo cambio de paradigma político. Está por ver, a la luz tanto del camino que han emprendido varios países como de los primeros resultados —véase el caso de Mauricio Macri en Argentina—, si serán realmente capaces de resolver los problemas estructurales que salpican a la mayoría de los países de la región o si, por el contrario, representan el regreso al poder de unas élites que fueron desplazadas con el ascenso de los bolivarianos y el proceso de empoderamiento popular que comenzó bajo sus mandatos.
Al final nos encontramos ante dos polos opuestos que, al margen de la apropiación sin fisuras del bolivarianismo por parte del socialismo del siglo XXI, trasciende el eje izquierda-derecha tradicional y se convierten en una nueva representación de la pugna entre el interamericanismo, en esta ocasión representado por unos poderes económicos alineados con la globalización, y el latinoamericanismo como máximo exponente de la autonomía de los países de la región.
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