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La belleza de los semáforos

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Hoy, esperar frente a un semáforo es más agradable para los conductores, mientras esperan que cambie de rojo a verde observan a las hermosas venezolanas.

Andrea Perozo

Chirstian Krüeger Sarmiento señala, que, desde agosto de 2015, Colombia sufre la peor crisis migratoria. Miles de colombianos se vieron obligados a regresar, incluso con sus familias, por miedo a represalias, además de la entrada de los oriundos de la República Bolivariana de Venezuela. Situación que a muchos trajo a la hospitalaria Santa Marta, lugar en que se presentan llamativos casos de hermosas mujeres venezolanas que día tras día madrugan a trabajar en sitios poco usuales como los semáforos, adornándolos con su belleza, además de ofrecer productos como agua, dulces, tinto, frutas, entre otros.

Maritza Albore es una mujer que en Venezuela trabajaba como asesora en un supermercado, pero como la situación ‘se puso dura’ decidió venir a Colombia desde hace seis meses a vender toallitas húmedas y limpiar los vidrios de los carros que deben detenerse cuando el semáforo tiene la luz roja en la Avenida del Ferrocarril.

Ella aclara, que trabaja honradamente, de sol a sol, sin vender su cuerpo. Asegura, que gracias a Dios sus ventas en el semáforo le dan lo suficiente para enviarle dinero a su hijo cada dos días a Venezuela. Su rango de ganancias diario oscila entre los $15.000 y $50.000.

Reconoce que hay muchas coterráneas que llegaron con la intención de comercializar su cuerpo para obtener dinero, pero que ella no tiene corazón para prostituirse, aunque es madre soltera ‘libre’, su dignidad no le permite llegar a estos extremos.

Es importante destacar, que lo ganado en pesos colombianos, cuando se hace la conversión es una suma considerable en bolívares. Por ejemplo, si ella deposita $20.000 para su hijo son 1.587.301.00 BsF, que solo sirven para comprar un kilo de carne y un cartón de huevos.

Aunque quisiera regresar a su país, es consciente que en Colombia puede contar con el pan de cada día, porque en Venezuela es un milagro contar siquiera con los alimentos básicos.

Su más grande tesoro es su pequeño hijo de 7 años, quien actualmente está a cargo de una hermana. En contraste con lo mencionado anteriormente, se entristece porque ha sido tratada con insultos referentes a actividades sexuales a lo que ella responde con mucha calma: “señor, mida sus palabras porque yo no vendo mi cuerpo”.

Al llegar a Colombia vendía aguacates en una carretilla pasando por ese semáforo diariamente y en vista de que la venta no daba resultados, decidió hablar con un señor que le dio el aval para ponerse en esa esquina para trabajar. Vive con unas colombianas que le tendieron la mano, por ello, se esfuerza más para llevar la comida a su lugar de residencia.

PROFESIONALES EN POTENCIA

Bárbara Robles con tan solo 18 años, apenas tiene meses de estar radicada en Santa Marta. Dejó en Venezuela sus estudios de segundo semestre en Contaduría para buscar mejores oportunidades para trabajar en esta ciudad. Desde las 7 de la mañana empieza su turno y regresa a su casa entre las ocho o nueve de la noche al igual que Maritza, vende pañitos húmedos y limpia vidrios a los vehículos para ganarse el sustento diario. A su país natal envía dinero a sus padres y a su suegra con los cuales se comunica semanalmente para enviarles 20.000 o 30.000, de acuerdo con sus ganancias, esto les ayuda en algo, pero no lo suficiente, por el elevado precio de los artículos de la canasta familiar.

Maritza con su sonrisa y buena actitud ofrece toallitas húmedas para reunir dinero y enviarlo a su hijo en Venezuela

Con profundos suspiros expresa que los extraña mucho. Que pasar de vivir día tras día con ellos e irse sola a un país que no conoce es toda una odisea, porque en muchas ocasiones es maltratada (no por parte de todas las personas, pero si un porcentaje considerable de la población nativa) ya que como en todos los lugares del mundo hay personas buenas y malas. Vive en el barrio El Pando.

Yulienis Reinoso apenas cuenta con la mayoría de edad que reglamenta la ley colombiana. Junto con Maritza y Bárbara comparte el semáforo y la limpieza de los carros, además de la venta de productos.

Sostiene que la travesía para llegar hasta Santa Marta es bastante tortuosa, su ventaja es que es colombiana, pero fue criada en el país vecino, porque su madre decidió marcharse hacia allá cuando era niña, por ello, ama a ambos países. No llegó para cometer delitos, por lo contrario, arriesga su seguridad para laborar y ayudar con eso a sus familiares que aún se encuentran en territorio venezolano.

Jóvenes que con sólo 18 años cada una piden per miso para limpiar los cristales de los vehículos que esperan las indicaciones del semáforo.

Por su parte, Marina Martínez se dedicada anteriormente a la atención al público, pero ahora junto a su esposo y dos coterráneos más venden pescado, frutas y verduras empujando con todas sus fuerzas una carretilla por los sectores de Primero de Mayo, El Pando, ‘María Eugenia’ y otras ocasiones recorren ‘Nacho Vives’ y San Jorge.

Aunque diariamente su venta puede llegar a $200.000 o $300.000, del producido solo obtienen como ganancia $40.000, de los cuales deben descontar los gastos personales como comida y vivienda, para consignarles a sus familias, solo les quedan unos $10.000.

Reconoce que las venezolanas que han venido a destruir hogares les han dado una imagen negativa a las que como ella se despiertan con la fe de vender su mercancía para ayudarse.

Greynis Acosta cuenta con 21 años, vende tintos y bebidas aromáticas desde hace cuatro meses, tiene un bebé de 2 años en su país, donde lo que ganaba no era suficiente. Al igual que otras tantas mujeres por causa de su belleza ha recibido propuestas diferentes de su oficio actual, la más común es que venda su cuerpo; tal vez tienen ese concepto, debido a la infinidad de mujeres que se dedican a este oficio y que son venezolanas como ella.

humana está personificada por una hermosa mujer nativa del país hermano y a través de su arte reúne poco a poco las monedas recibidas para suplir sus necesidades.

Con cierta tristeza cuenta que nunca en su vida se había imaginado como vendedora ambulante, porque en Venezuela estaba en 4° semestre de Desarrollo Empresarial, pero, las circunstancias la han llevado a afrontar esta situación.

Empezó a buscar empleo en los almacenes, pero al no conseguirlo, un amigo la recomendó una cafetería para vender tintos. Para ella no fue nada fácil hacer esto.

La dueña de la cafetería, en vista de sus buenos resultados le ofreció un carro que solo se lo ceden a las personas con ventas elevadas. Desde las ocho de la mañana hasta las doce del mediodía obtiene ganancias aproximadas a los $35.000, con la tranquilidad de que su progenitora vive junto a ella, pero con la responsabilidad de enviarle dinero a su padre, quien vive en Venezuela.

Esta no es la primera vez que OPINIÓN CARIBE le ofrece a sus lectores una radiografía de las vicisitudes vividas por los venezolanos en Santa Marta debido a la crisis que atraviesa el hermano país, y que ha llevado también a los connacionales a regresar a Colombia.

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