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Columnistas

Emancipémonos del racismo colonial

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Por: Rosa Daza

El contexto histórico-social y político colombiano ha significado por siglos la base de la generación y legitimación de desigualdades.

En la tierra de los “nadie” (Galeano) siempre ha existido una razón válida y suficiente para excluir, segregar y homogeneizar a una población caracterizada por sus necesidades básicas insatisfechas que trascienden de generación en generación sin que a muchos les importe, obligados a creer que es su destino, entre otras razones porque de un grupo social sin oportunidades, sin voces, sin empleo, sin educación para sus hijos, sin alimento o bienestar, muy difícilmente vamos a esperar un futuro distinto; luchar contra la corriente es complejo, pero más complejo es intentar salir de ella. Sin embargo, aún cuando todos los números de la suerte y todas las cartas parecen definir tu destino, de repente nace un distinto: ese que tiene alas para volar y como los pelícanos o las gaviotas pueden zambullirse en las aguas o abrir sus alas y alejarse cuanto quieran.

En ese momento se activa el racismo colonial que nos gobierna, ese que va más allá de la raza, religión o cultura y que convoca al sistema hegemónico a rechazar de manera irrestricta esta “capacidad voladora” como si los negros tuviéramos que ser negros para trabajar en ocupaciones de fuerza y los blancos para montar a caballo y conquistarnos durante todos los tiempos.

Es importante destacar que no hay racismo sino racismos (Bordieu) existirán tantos racismos como formas de exclusión social existan, independientemente de su justificación en criterios de raza, de identidad de género, religión o cultura, el racismo es la transmisión de diferencias creadas e impuestas por parte de la clase dominante quien se encarga de reproducirlo hasta que lo consideremos innato, la sociedad termina convenciéndose de esas propiedades racistas y, muy a su pesar, las reconoce naturales: “culturales”.

El racismo colonial resulta inaceptable hasta que aparece como necesario: cuando no se logra ubicar a la negra en la propaganda del famoso blanqueador porque ella está vez ha decidido ganarse un Nobel, o en casos donde la orden es amenazar hasta desplazar pero unos deciden quedarse y luchar por la dignidad de su pueblo convirtiéndose en líderes anti- dominación. Allí entonces resultará necesario acudir a la violencia, o recordarles aquello que se ha creado precisamente para legitimar esta desigualdad. En los medios rápidamente se escucharán frases como “no está preparada porque no se formó en Harvard” “habla mal porque su lenguaje está construido bajo un sistema educativo arcaico”, inclusive, “está siendo utilizada” como un golpe bajo que remarca una humildad para algunos inexistente porque a la vez usan zapatos caros.

No se puede desconocer que en pleno siglo XXI Colombia persiste en la legitimación de estructuras coloniales de poder de las que se derivan construcciones racistas y de segregación, las mismas que resultan sustento para la generación de lenguaje (lo menos importante), políticas y prácticas de dominación explotación y control económico, social, étnico, laboral, -inclusive- sexual, proporcionando continuidad a la clasificación social y la constitución de relaciones racistas de poder.

Somos un país que hoy se hace llamar libertario por el respeto a las identidades sociales y al reconocimiento de cada una de ellas desde nuestro ordenamiento, pero al mismo tiempo, su configuración no ha sido suficiente para frenar estas práctica y en ocasiones logran propiciar la clasificación de grupos sociales con ideas de superioridad e inferioridad, tal cual sucedía en el periodo colonial, donde las identidades de indios, negros, mestizos, españoles resultaron asociadas a jerarquías lugares y roles sociales, políticos y económicos que correspondían a patrones de dominación preestablecidos.
A partir de allí la justificación de la distribución de las oportunidades, de las expectativas educativas, y por supuesto, de la negativa ante las aspiraciones de asenso social para individuos rotulados desde antes de nacer.
Colombia debe abandonar ese racismo colonial que nos impusieron, esta vez a partir del reconocimiento individual del otro como “uno más” un ser humano con las mismas ansias de obtener de la vida todo lo que pueda y sacarle provecho, sin que nadie “superior” se lo impida, sin que lo juzguen o lo vean mal por lanzarse a aquello que decidió libre y voluntariamente explorar por fuera de lo esperable, no nos detengamos en observar cómo lo hace y en cambio facilitemos su camino a través de lo que yo llamaría el aplauso jurídico: no creando normas para felicitar sino para impulsar a aquellos que, pese a las dificultades, han podido elevar sus alas y volar.

Nada hacemos con diseñar un sistema normativo lleno de premisas que reconocen poblaciones en condición de vulnerabilidad si desde los cimientos sociales no aceptamos la diferencia y entendemos de una vez por todas que en este mundo somos todos diferentes pero iguales, y entre mas iguales nos comprendamos probablemente mayor será nuestra libertad.