Columnistas
Desorden, irrespeto, inseguridad, suciedad, incultura

Por: Rubén Darío Ceballos Mendoza
Lejos estamos de ser una ciudad ordenada, segura, avanzada, aseada, culta, proyectada, de gente respetuosa y con sentido de pertenencia; y, mucho más lejos nos hallamos de ser una urbe inteligente, rango ideal al que se llega con propuestas de una mayor gestión de los sagrados recursos públicos, así como por la creación y generación de nuevas oportunidades económicas, consiguiendo una mejor calidad de vida mediante un uso intensivo de las Tecnologías de la información y las Comunicaciones, mira a la que debemos apuntar y aprender de las experiencias dadas, mismas que nos enseñan que es a través de los avances cómo podemos ir tras una posición de relevancia para convertirnos, de la mano de lo cual, en un valido motor de desarrollo.
Es la nuestra hoy, una ciudad capital dejada al garete, sin rumbo, producto, entre otras consideraciones por nefastas herencias administrativas públicas, cuyas tres últimas de dichas administraciones nos sumieron en fatídicos trasegares. Calificada entre otras muchas negaciones está la ciudad como una de las más incultas del país, tal como refirieron profusamente semanas atrás diversos medios de difusión. Notamos en su seno una falta mayúscula de orden y acatamiento a todo nivel. Motos transitando sobre los andenes como si fuesen las vías indicadas obstaculizando de paso y gravemente espacio público y personas. No se respetan las señales de tránsito establecidas ni la semaforización. Cunde el caos. Tapan y hasta rotan las placas de los vehículos. Hacen los conductores lo que se les viene en gana.
Particulares y servidores públicos contribuyen abiertamente, en connivencia con lo malo y peor, a hacer en la ciudad un vivir tanto anárquico como caótico. Nadamos en basuras que pululan por doquier. Se utilizan las canecas dispuestas para su recolección, como receptores de escombros, desechos y demás desperdicios y materiales de obras en construcción. Se dejan a la intemperie incomodando, ramajes de la poda de árboles. No cumplen las autoridades los mandatos judiciales. Lógica, sensatez y buen juicio brillan por su ausencia.
La percepción es de emociones y realidades negativas. El desorden que experimentamos nos lleva a rastras hacia escenarios de inseguridad pública delictiva, donde extorsión, violencia y hacer delincuencial en general en todas sus formas, maneras, variables y variantes están a la orden del día. El miedo en las calles es una cotidianidad. Cunde la zozobra dentro de nuestro espacio geográfico. El sentimiento de seguridad o inseguridad es algo más que la ausencia o presencia de la estadística de delitos o de los grupos delincuenciales existentes; ya que tiene que ver más con el resultado de la percepción y construcción social que hacemos, o mejor, no hacemos de nuestro entorno, así como de los determinantes sociales que nos construyen como personas, siendo éste un factor importante para que se conviertan los lugares y espacios todos en condiciones propicias para actividades ilícitas.
Es claro y bien se argumenta, que el desorden y condiciones sociales que manejamos son productoras de miedos como parte de la desorganización a las que nos enfrentamos diariamente, creando imaginarios sociales de inseguridad y desconfianza de todo y de los demás, reforzándose por ende incertidumbres de todo tipo.
Reclama lo expuesto utilizar mecanismos y herramientas de empoderamiento que permitan disminuir las negativas percepciones y realidades que viviendo estamos, en vía a producir mayores seguridades personales para confrontar todo tipo de situaciones que marcan para mal el edificante civismo colectivo que debe imperar en toda sociedad que se precie civilizada y definitivamente humanizada.
Concierne la planificación y el diseño de campañas de cultura ciudadana orientadas a consolidaciones de orden cívico que permitan mejorar como ciudadanía con participaciones y conexiones de integración social que lleven a mayores actividades comunitarias, entre otras, reproducción social importante con las cuales trascender, a efecto que las determinantes socioculturales sean puntos de partida y de reflexión para el estudio de las emociones ante conductas fuera de orden, civilización, respeto, civilidad, seguridad, civismo, seguridad, desarrollo, crecimiento, progreso, bienestar prosperidad y sentimiento de pertenencia.

