Columnistas
Máquina Viva del Agua: Espejismo en tu Casa

Por: Luis Miguel Moisés
¿Alguna vez te has preguntado cómo es posible que una región rodeada de agua sufra de escasez? Seguramente sí. Santa Marta, con sus majestuosas montañas que se sumergen en el mar Caribe, alberga uno de los patrimonios bioculturales más asombrosos del planeta. Sin embargo, esta joya de Colombia enfrenta una paradoja desconcertante: abundancia de agua en su territorio y escasez en sus hogares. Hoy exploramos esta contradicción y, lo más importante, las soluciones que la propia naturaleza nos ofrece.
Santa Marta es un auténtico laboratorio de biodiversidad. La Sierra Nevada, declarada Reserva de Biosfera por la UNESCO, es el sistema montañoso costero más alto del planeta. En apenas 42 kilómetros, pasamos desde el nivel del mar hasta picos nevados a 5.775 metros de altura, generando un gradiente altitudinal que alberga prácticamente todos los ecosistemas tropicales conocidos.
Esta geografía única ha creado un sistema hidrológico extraordinario. Estudios del IDEAM (2023) confirman que Santa Marta funciona como una verdadera «esponja de agua»: Sus ríos de alta pendiente y torrenciales; un subsuelo poroso que permite la formación de uno de los acuíferos más importantes de la costa Caribe colombiana; ecosistemas como manglares y humedales que actúan como filtros naturales; y bosques que capturan humedad atmosférica, regulando el ciclo eco-hidrológico regional.
A pesar de esta abundancia natural, el 60% de los samarios sufre regularmente por falta de agua potable según datos de la Defensoría del Pueblo (2023). ¿Por qué? La respuesta no está en la falta de agua, sino en cómo nos hemos relacionado con ella. Se han documentado cómo nuestras prácticas han deteriorado sistemáticamente el sistema hídrico, como lo ha sido la captación excesiva de los ríos superficiales, afectando su caudal ecológico; deforestación de bosques ribereños que protegen las fuentes hídricas; sobreexplotación del acuífero sin monitoreo, e impermeabilización del suelo urbano que impide la recarga natural; y ausencia de tratamiento de aguas residuales; sumado al emisario submarino de Taganga, vertiendo contaminantes directamente al mar. Como se denota, no nos enfrentamos a una crisis de escasez, sino de gestión.
Ante esta situación, periódicamente surgen «soluciones mágicas». La más reciente: una planta desalinizadora. Pero ¿es realmente apropiada para nuestro contexto? Las experiencias dadas en Europa e islas del Caribe demuestran que las desalinizadoras tienen efectos considerables en ecosistemas tropicales megadiversos como el nuestro: El vertido de salmuera incrementa localmente la salinidad, lo que puede afectar procesos ecológicos marinos y a comunidades de organismos sensibles; como, los ecosistemas coralinos, ya amenazados por el cambio climático.
Además, como documenta el estudio de Elimelech & Phillip (2011), estas plantas requieren un alto consumo energético, incompatible con nuestra infraestructura eléctrica, bien deficiente por demás. Lo más preocupante: aun implementándola, no resolveríamos el problema de distribución, pues muchas zonas de Santa Marta, y particularmente, Taganga, carecen de redes. A veces la respuesta o solución, no es la más compleja, la más laboriosa. Para Taganga, como a Santa Marta, la respuesta final provendrá de organizar el territorio y se hará con el resultado del Plan Maestro. Mientras ¿Por qué no conectar con la infraestructura que existe y no se usa? Claro, requiere un dialogo social, que a las administraciones territoriales le huyen.
La ciencia moderna coincide con el conocimiento ancestral de los pueblos de la Sierra: las soluciones están en la naturaleza. Un enfoque integral basado en servicios ecosistémicos incluiría: 1) Restaurar bosques riparios y humedales que funcionan como reguladores naturales del ciclo eco-hidrológico. La restauración de bienes naturales como estratégica puede aumentar hasta un 30% la disponibilidad de agua según el IPBES (2019). 2) Implementar sistemas de monitoreo, reducir la impermeabilización urbana y crear zonas de recarga del acuífero de la ciudad. Está documentado cómo estas prácticas han aumentado la disponibilidad hídrica en hasta un 40% en otros municipios costeros. 3) Sistemas de captación de agua lluvia, techos verdes y jardines infiltrantes que reducen la presión sobre las fuentes convencionales. Estas soluciones, según el BID (2023), pueden satisfacer hasta el 25% de la demanda urbana de agua. 4) Plantas de tratamiento descentralizadas que permitan la reutilización de aguas grises en agricultura y otros usos, reduciendo la extracción de fuentes naturales.
Santa Marta no necesita soluciones improvisadas del día a día, sino un enfoque integral y científico que reconozca su complejidad biocultural. La verdadera respuesta no vendrá de una única tecnología, sino de reconectar con nuestra riqueza natural bajo una nueva mirada. El agua nunca ha sido el problema. El desafío es aprender a convivir con ella, respetando los ciclos naturales que durante milenios han sostenido la vida en este territorio privilegiado. La megadiversidad de Santa Marta no es solo un paisaje para fotografiar, sino nuestra mayor aliada para construir un futuro donde el agua fluya abundante para todos.
Te invito a cambiar nuestra relación con el agua. Exijamos a nuestros líderes una planificación territorial que ponga a la naturaleza en el centro. Participemos en iniciativas de restauración ecosistémica. Adoptemos prácticas de consumo responsable. Porque en Santa Marta, la solución no está en dominar la naturaleza, sino en aprender de ella. Como nos han enseñado los pueblos indígenas de la Sierra Nevada: el agua no es un recurso a explotar, sino el tejido mismo de la vida que debemos proteger.
Posdata: Se nos enseñó en Santa Marta a resolver lo necesario; lo urgente, el día a día, y dejamos a un lado la ciudad que queremos, pensar en lo suficiente, en lo magno, en la ciudad megadiversa.
