Columnistas
La IA y el sentido original de la universidad

Por: Gerardo Angulo Cuentas
La aparición y consolidación de la inteligencia artificial (IA) en los procesos educativos ha generado, en algunos sectores, la percepción de que la universidad podría volverse obsoleta. No obstante, una reflexión más profunda permite advertir que, lejos de suprimir la necesidad de la educación superior, el avance de la IA está forzando una recuperación de su sentido original: la formación integral del ser humano en sociedad.
Durante gran parte del siglo XX, la universidad fue reducida en muchos contextos a un espacio de transmisión de saberes técnicos y científicos. Este enfoque, identificado por autores como Martha Nussbaum (2010) como una “formación orientada al mercado”, priorizó la adquisición de habilidades instrumentales por encima del desarrollo de competencias humanas esenciales. Sin embargo, con la irrupción de la IA —capaz de proporcionar conocimiento técnico e informativo de manera instantánea y personalizada— se revela con claridad que el verdadero valor de la universidad no reside en la simple acumulación de información, sino en el encuentro dialógico y formativo entre personas.
En el ámbito universitario, los estudiantes no solo acceden a contenidos; aprenden a pensar críticamente, a construir argumentos, a convivir con la diversidad de perspectivas, a gestionar conflictos interpersonales y a participar en comunidades de conocimiento. La interacción cotidiana con profesores y compañeros, que se convierten progresivamente en colegas y aliados intelectuales, constituye una experiencia insustituible. Como afirma Paulo Freire (1996), “nadie educa a nadie, nadie se educa a sí mismo, los hombres se educan entre sí mediatizados por el mundo”. Este principio cobra nueva vigencia en un entorno donde la automatización amenaza con desplazar los aspectos más superficiales de la enseñanza, pero reafirmando lo esencial que constituye el encuentro humano en la formación integral.
La universidad, además, sigue siendo un espacio privilegiado de diversidad cultural. En sus aulas confluyen saberes tradicionales, conocimiento científico contemporáneo, lenguas, dialectos y expresiones culturales que enriquecen la formación de ciudadanos globales. Este encuentro multicultural fomenta competencias interculturales esenciales para la convivencia en sociedades cada vez más complejas y conectadas.
En este contexto, la IA no representa el fin de la universidad, sino una oportunidad histórica para que esta reafirme su misión humanista original: formar profesionales competentes, pero sobre todo ciudadanos críticos, creativos y éticamente comprometidos. Interpretando a Ronald Barnett (1990), la educación superior debe ser vista no como la transmisión de un corpus cerrado de conocimientos, sino como “la apertura hacia el pensamiento crítico, la autonomía intelectual y la búsqueda permanente de sentido”.
En conclusión, la irrupción de la inteligencia artificial ha obligado a repensar el papel de la universidad en el siglo XXI. Al desafiar su función meramente instructiva, la IA ha devuelto a la universidad su vocación más profunda: ser, ante todo, un espacio de formación humana, de diálogo intelectual y de construcción colectiva del conocimiento. No estamos ante su desaparición, sino ante su renacimiento como cuna de la humanidad crítica y consciente que el futuro requerirá con urgencia.
Referencias
Barnett, R. (1990). The Idea of Higher Education. Buckingham: Open University Press.
Freire, P. (1996). Pedagogía de la autonomía. México: Siglo XXI.
Nussbaum, M. (2010). Sin fines de lucro: Por qué la democracia necesita de las humanidades. Buenos Aires: Katz Editores.
