ARIEL QUIROGA & ABOGADOS
Solo Noya puede frenar al caudillo: el voto estratégico que necesita el Magdalena
Por: Ariel Quiroga vides
“Ni Marx habría tolerado tanto servilismo, ni Locke tanta concentración de poder: cuando la revolución se convierte en tiranía, solo la libertad puede redimirla. En el Magdalena, esa libertad empieza votando por Noya”.
Toda sociedad, diría Marx, se mueve por contradicciones internas: tensiones entre fuerzas opuestas que pugnan por dominar el rumbo de la historia. La dialéctica —esa ciencia del conflicto y del cambio— enseña que el progreso surge cuando una contradicción fundamental se resuelve en una síntesis superior, capaz de superar los extremos. Aplicada al escenario político del Magdalena, esa contradicción no está entre izquierda y derecha, sino entre una ciudadanía que aspira a autonomía democrática y un proyecto caudillista que se disfraza de emancipación popular.
En el Magdalena se avecinan elecciones atípicas a la Gobernación. En la contienda figuran Margarita Guerra, del movimiento Fuerza Ciudadana; el “Mono” Martínez, por el partido ADA; Luis Santana, de Dignidad y Compromiso; y Rafael Noya, por firmas con coaval de Cambio Radical.
Más allá de las simpatías políticas, el dilema de fondo no es ideológico, sino estructural: ¿seguirá el departamento bajo la lógica del caudillo o dará paso a un liderazgo que devuelva el poder a la ciudadanía?
Entre los contendores, y dejando a un lado preferencias partidistas, es preciso subrayar que Rafael Noya es —literalmente— la única opción con vocación real y condiciones concretas para derrotar a Fuerza Ciudadana. No se trata de un deseo: es una evaluación táctica, como cuando la decisión correcta era apoyar a Mallath. Mientras otras candidaturas fragmentan el voto opositor o carecen de capacidad transversal, Noya concentra apoyos y ofrece la mejor posibilidad objetiva de desalojar al proyecto caicedista del poder regional. Esa es la realidad política que debe orientar el voto estratégico.
Desde cualquier perspectiva —de izquierda, de centro o de derecha—, el caicedismo encarna una forma regresiva de poder: concentra decisiones, acalla disidencias y administra lo público como si fuera un patrimonio personal.
Carlos Caicedo ha construido un aparato que se alimenta del mito de la transformación, pero reproduce los mismos vicios del clientelismo que decía combatir: subordinación, propaganda y maltrato a quien piensa distinto.
Su candidata, Margarita Guerra, no representa una nueva etapa, sino la continuidad de ese modelo autoritario envuelto en discurso progresista, cuyos únicos beneficiarios son la nueva elite socialista de caviar de Santa Marta.
Si aplicamos una lectura dialéctica —no en sentido dogmático, sino como herramienta de análisis del poder—, el caicedismo sería la tesis dominante: un bloque de poder burocrático y simbólico que se legitima hablando en nombre del pueblo que el fondo desprecia. La antítesis, por tanto, no es un candidato de derecha o de izquierda, sino la sociedad magdalenense que busca oxigenar la democracia y poner límites al abuso del poder.
En esa ecuación, Rafael Noya representa la posibilidad real de una síntesis superadora: una opción capaz de aglutinar a quienes piensan distinto, pero coinciden en que ningún proyecto político debe convertirse en una secta personalista.
Apoyar a Noya, entonces, no es un acto de militancia, sino de sensatez histórica.
El marxismo enseña que las transformaciones ocurren cuando se resuelven las contradicciones principales; y hoy la contradicción principal del Magdalena no es entre izquierda y derecha, sino entre pluralismo y caudillismo.
De igual modo, el pensamiento liberal clásico nos recuerda que la libertad política sólo existe cuando el poder tiene contrapesos. Ambas visiones coinciden: sin equilibrio de poder no hay democracia posible.
En consecuencia, quienes valoran el pensamiento crítico de izquierda deberían ver en la derrota del caicedismo una oportunidad para reconstruir un proyecto social sin culto al líder; y quienes se identifican con el centro o la derecha, un paso necesario para rescatar la institucionalidad y la transparencia.
El voto por Rafael Noya, visto así, no es una alianza ideológica, sino una alianza por la racionalidad política, esa que se pierde cuando el poder se encierra en sí mismo y deja de escuchar.
En un Magdalena cansado de lemas y promesas de papel, la verdadera revolución —la única posible— consiste en romper el ciclo del miedo, del abuso y de la obediencia ciega.
Esa revolución no tiene color político: se llama democracia y Noya es su personalización coyuntural.
